El murmullo en la sala creció de nuevo cuando la mujer de cabello rubio se acercó, su mirada fija en Hermione con una mezcla de curiosidad y desdén. A su alrededor, varios otros adultos se congregaban, algunos observando desde una distancia, otros más cercanos, casi como si esperaran una reacción o un espectáculo.

—¿Así que eres la hermana de Pansy? —preguntó la mujer, su tono cargado de una leve superioridad. Hermione la reconoció como una de las conocidas miembros de la vieja élite de sangre pura. La mujer, cuyo nombre Hermione no podía recordar, la observaba con un aire de distinción y juicio.

Hermione no se amedrentó. Levantó la cabeza, mirando a la mujer directamente a los ojos. La incertidumbre que sentía se transformó en determinación. No podía retroceder ahora.

—Vine a descubrir la verdad sobre mi familia —respondió, su voz firme—. No puedo quedarme en la ignorancia.

El silencio que siguió fue tan espeso que se podía cortar con un cuchillo. Los ojos de todos los presentes se centraron en ella, algunos con interés, otros con desaprobación. La mujer sonrió de manera arrogante, pero algo en su expresión cambió. Un leve fruncimiento de ceño y un atisbo de incertidumbre cruzaron su rostro antes de que ella, finalmente, diera un paso atrás, señalando a la multitud para que se dispersara.

—La verdad tiene un precio —dijo una voz profunda desde la esquina de la sala, el sonido de la voz cortante como el filo de una espada.

Hermione giró hacia la fuente de la voz y, con una sensación de creciente incomodidad, vio a Lucius Malfoy observándola desde su lugar, en la parte más prominente del salón. Su mirada fría y calculadora hizo que Hermione sintiera un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en su presencia que parecía abarcarlo todo, algo profundamente inquietante.

—Y no todos están dispuestos a pagarlo —añadió otra voz que resonó con más autoridad y misterio. Severus Snape, con su rostro impasible, apareció a su lado, sus ojos centelleando con un conocimiento oculto, como si ya supiera lo que Hermione estaba dispuesta a enfrentar.

Hermione sintió que la situación se volvía aún más compleja. **¿Qué verdad estaban dispuestos a compartir?** **¿Y qué costo tendría para ella y Pansy?** Sus pensamientos daban vueltas mientras observaba los rostros de aquellos presentes, como si una red de secretos los uniera. No estaba segura de poder confiar en ninguno de ellos.

En ese momento, la tensión fue interrumpida por el sonido del reloj que marcaba la cercanía de la medianoche. Los murmullos empezaron a desvanecerse, y la atmósfera se tornó más distendida, aunque la sensación de desconfianza seguía flotando en el aire.

El evento estaba llegando a su fin, pero Hermione ya no podía esperar más. Sabía que la revelación que estaba buscando no llegaría de forma sencilla, pero no iba a rendirse. Debía encontrar una manera de obtener las respuestas, y para eso, necesitaba hablar con su madre, Helena Parkinson. La mujer que, a pesar de todo lo que había pasado, seguía siendo el único lazo de sangre que le quedaba.

Se acercó a Draco y Pansy, su mirada decidida. El peso de la conversación que había tenido con Narcissa Malfoy seguía retumbando en su mente, y sabía que el tiempo para las respuestas estaba corriendo.

—Debemos encontrar la manera de hablar con mi madre —dijo, su tono urgente y bajo. Los ojos de Draco se entrecerraron, leyendo la seriedad de su voz.

—Lo haremos —respondió Draco, su tono grave y más comprometido que nunca. Hermiona sintió una calidez en esas palabras, como si finalmente se dieran cuenta de que este viaje no solo era suyo, sino de los tres. La situación había cambiado. Ya no estaban simplemente en busca de respuestas por su propio bien; ahora, eran un equipo.

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