II. Primera cacería

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El aire en el bosque se sentía diferente

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El aire en el bosque se sentía diferente. Denso, cargado de una quietud aterradora. Los pasos de Xander y los míos resonaban en el silencio, como si fuéramos los únicos seres vivos en kilómetros. Cada vez que el crujido de una hoja quebrada o el eco de un paso se escuchaba, mi corazón daba un vuelco. El miedo se instalaba en mi estómago como una piedra pesada.

—No deberíamos estar aquí, mierda, no debí dejarte hacer esta locura, Aurie —murmuró Xander, rompiendo el silencio, pero su voz era apenas un susurro.

—Habría salido con o sin ti, de todos modos.

—Estás loca.

Lo sabía, claro que lo sabía, pero la idea de dejar a Phil allí afuera me carcomía. El bosque se extendía frente a nosotros como un océano de sombras, y la linterna que sostenía en mis manos apenas iluminaba unos pocos metros más allá. No importaba cuán lejos mirara, el final siempre parecía más lejano.

—Aurora —Xander me llamó, su tono más urgente—. Tenemos que regresar.

Abrí la boca para contestarle, pero entonces escuché un sonido. Lejano, pero inconfundible. El crujido de ramas siendo aplastadas bajo un peso considerable, seguido por un jadeo. Un jadeo entrecortado, irregular.

—¿Lo escuchaste? —le pregunté, mi voz apenas un susurro.

Xander se detuvo a mi lado, escuchando con atención. Durante unos segundos, el bosque guardó silencio nuevamente, pero luego los sonidos volvieron, más cercanos esta vez. Era como si algo o alguien estuviera tambaleándose, luchando por mantenerse en pie.

Sin pensarlo, corrí hacia el origen del sonido. Mi corazón latía con tanta fuerza que podía sentirlo en mis oídos, en mis manos temblorosas mientras sostenía la linterna. Xander gritó mi nombre detrás de mí, pero no me detuve. Algo me decía que necesitaba seguir.

Y entonces lo vi. A unos metros de distancia, detrás de un árbol caído, apareció una figura.

—¡Phil! —grité, la voz llena de alivio, aunque se quebraba en el borde de la desesperación.

Corrí hacia él, pero cuando me acerqué lo suficiente, el alivio se desvaneció. Phil estaba en un estado terrible. Tenía la ropa desgarrada, el rostro pálido como la cera, y la sangre, la maldita sangre, cubriéndole todo el lado izquierdo del cuerpo. Sus pasos eran torpes, vacilantes, como si apenas pudiera mantenerse en pie.

—¡Phil, Dios mío! —me agaché frente a él justo cuando sus rodillas cedieron y cayó al suelo.

—Aurora... —jadeó, su voz apenas audible. Estaba tan herido que ni siquiera podía enfocar su mirada en mí.

El miedo me atravesó como un rayo helado. Me arrodillé a su lado, tratando de sostenerlo. Su respiración era errática, entrecortada, como si cada aliento le costara un esfuerzo monumental.

Hunting Hearts ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora