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EL CIELO de Nueva York se tiñó de un gris ominoso al amanecer, pero las luces de la ciudad nunca se apagaban, dando la sensación de que el día y la noche eran lo mismo en esta urbe incansable

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EL CIELO de Nueva York se tiñó de un gris ominoso al amanecer, pero las luces de la ciudad nunca se apagaban, dando la sensación de que el día y la noche eran lo mismo en esta urbe incansable. Sam no había dormido. Sentada en el sofá, el cuchillo aún en su mano, los ojos fijos en la pantalla de su teléfono. No había recibido más llamadas desde el inquietante susurro de Ghostface, pero el pánico no la dejaba en paz. Cada pequeño ruido, cada sombra que se movía fuera de su ventana, la hacía saltar.

El sol se asomaba tímidamente por el horizonte cuando Tara entró en el departamento. Estaba sonriendo probablemente por una noche divertida con sus amigos, pero la expresión de Sam la hizo detenerse en seco.

—¿Sam? ¿Qué pasó? —preguntó Tara, su sonrisa desvaneciéndose al ver el estado de su hermana.

Sam intentó hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta. No quería asustar a Tara, pero tampoco podía ocultar la verdad.

— Me llamó —susurró finalmente—. Ghostface.

Tara dejó caer su mochila al suelo, sus ojos se abrieron como platos.

— ¿Estás segura? ¿no era una broma? — preguntó, pero su voz traicionaba su propio miedo.

— Era él — dijo Sam, con el rostro pálido—. El mismo tono, las mismas palabras. Está aquí, Tara. En Nueva York.

El miedo comenzó a apoderarse de Tara, pero intentó mantenerse firme. No quería volver a vivir el horror de Woodsboro, pero parecía que el destino no les daba otra opción.

— No puede ser. Pensamos que habíamos terminado con esto —murmuró Tara, acercándose a su hermana.

— Nunca termina. —Sam se levantó, dejando el cuchillo sobre la mesa—. No para nosotras.

. . . . . . . .


Mientras tanto, a pocas cuadras de distancia, en un lujoso edificio de apartamentos en el centro de Manhattan, Quinn Bailey, compañera de cuarto de Tara, estaba comenzando su día. El café burbujeaba en la cafetera mientras se estiraba y revisaba su teléfono. Tenía mensajes acumulados de amigos, nada fuera de lo normal. Pero mientras se desplazaba por las redes sociales, algo llamó su atención.

Un titular en su feed de noticias locales:

"Asesino brutal en Brooklyn: se desconoce la identidad del atacante"

Quinn frunció el ceño y clicó en la noticia. Un cuerpo había sido encontrado la noche anterior en un callejón cercano a su edificio. La víctima, una joven que vivía en el área, había sido apuñalada múltiples veces. Lo que más inquietaba a la policía era la brutalidad del ataque.

De repente, un golpe en la puerta del apartamento la hizo saltar.

— ¡Quinn, abre! —era Tara, llamando con urgencia.

Quinn se levantó rápidamente, todavía aturdida por la notica que acababa de leer. Abrió la puerta y encontró a Tara, con Sam detrás, ambas con expresiones sombrías.

— ¿Qué pasa? —preguntó Quinn, preocupada por la tensión en el aire.

— Tenemos que hablar —dijo Sam, entrando en el apartamento sin esperar una invitación—. Algo está ocurriendo.

Mientras Sam cerraba la puerta detrás de ella, Tara agarró el teléfono de Quinn y le mostró la notica del asesinato.

— ¿Viste esto? —preguntó Tara, con los ojos fijos en su amiga—. ¿Sabes quién era?

Quinn asintió levemente.

— Es una chica que conocía en la universidad, Emily. La vi hace un par de días en una fiesta —dijo, y luego se mordió el labio, claramente afectada—. Pero, ¿por qué me están diciendo esto? ¿Qué tiene que ver con nosotras?

— Ghostface ha vuelto —respondió Sam, con una frialdad que heló el ambiente de la habitación.

Quinn la miró como si no hubiera entendido bien las palabras.

— ¿Qué ¿Estás bromeando? —preguntó, casi esperando que fuese una especie de broma cruel.

— No estoy bromeando —dijo Sam—. Me llamó anoche. Esto es solo el comienzo.

El silencio que siguió fue denso, cargado de incredulidad y miedo. Quinn dejó caer el teléfono sobre la mesa, con las manos temblorosas.

— Entonces...¿crees que Emily fue...? —su voz se quebró antes de poder terminar la frase.

— Es probable —respondió Sam—. Y si es así, no va a detenerse hasta que haya terminado su "juego".

Quinn se dejó caer en el sofá, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Tara, por su parte, empezó a moverse nerviosamente por la habitación.

— Tenemos que avisar a la policía. No podemos hacer esto solas —insisto Tara.

— La policía no va a hacer nada hasta que sea demasiado tarde —replicó Sam, con dureza en la voz—. No la última vez, y no lo harán ahora.

Pero justo cuando Sam terminaba de hablar, el teléfono de Tara comenzó a sonar. Un número desconocido.

Tara palideció, sus manos temblaron mientras miraba la pantalla. Sam se acercó rápidamente y le quitó el teléfono de las manos.

— No lo contestes —ordenó, aunque ya sabía que era inútil. Ghostface siempre encontraba la manera.

El teléfono dejó de sonar, pero segundos después llegó un mensaje de texto.

"No puedes esconderte, Tara. Esta vez, estoy más cerca de lo que crees"

Sam leyó el mensaje en voz alta, y ambas chicas se quedaron congeladas. El aire en la habitación  se volvió irrespirable.

— ¿Qué hacemos ahora? —preguntó Quinn, con la voz quebrada, aún incapaz de asimilar la situación.

Sam apretó el puño.

— Nos preparamos —dijo con determinación—. No voy a dejar que esto termine como la última vez.

Las tres chicas sabían que el juego mortal había comenzado de nuevo, pero esta vez estaban decididas a no ser las presas fáciles. Afueras, las calles de Nueva York seguían en curso, indiferentes al terror que están a punto de desatarse en las vidas de Sam, Tara y Quinn.

𝐄𝐂𝐎𝐒 𝐃𝐄 𝐒𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄 - 𝐒𝐂𝐑𝐄𝐀𝐌 𝟔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora