𝐍𝐨 𝐮𝐧 𝐞𝐱𝐩𝐞𝐫𝐭𝐨, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐭𝐚𝐦𝐩𝐨𝐜𝐨 𝐮𝐧 𝐢𝐝𝐢𝐨𝐭𝐚

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El bullicio de Londres me envuelve como una manta llena de parches de sonidos, colores y olores

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El bullicio de Londres me envuelve como una manta llena de parches de sonidos, colores y olores. A mi lado, Félix camina con las manos en los bolsillos, su paso es relajado, pero firme, como si no le importara que el caos nos rodee. Cada rincón de la ciudad parece competir por nuestra atención: el puesto de té chai especiado que huele a canela, el artista callejero que toca una guitarra con una pasión tan evidente que hace olvidar el ruido de los autos, la tienda de antigüedades que parece una cueva del tesoro esperando ser descubierta.

¿Sabías que esta tienda fue una vez la residencia de un excéntrico aristócrata que coleccionaba relojes rotos? pregunta Félix señalando un escaparate repleto de artilugios que parecen sacados de un cuento de hadas. Me río, incapaz de contenerme.

Seguro que te lo acabas de inventar, como la mayoría de las cosas que me has dicho este ratole respondo, empujándole ligeramente con el hombro. Pero él se encoge de hombros, manteniendo esa expresión traviesa que siempre tiene.

Seguimos caminando, perdiéndonos por callejones estrechos y tiendas extravagantes. Félix siempre tiene un plan, aunque la mayoría de las veces no sé si lo inventa sobre la marcha o realmente tiene una idea clara de adónde quiere ir. Me muestra un bar con una entrada diminuta que pasa desapercibida entre dos edificios, una librería donde todos los libros están en idiomas que no sé leer, y un café cuyo dueño, dice Félix. Lee el futuro en los posos de café, pero sólo los jueves.

—¿Puedo ver mi futuro?

—Nah...

Me dejo arrastrar por su entusiasmo, asombrándome de cómo, después de vivir aquí tanto tiempo, todavía logra sorprenderme con lugares que nunca había visto. Cada esquina parece esconder una nueva historia, un pequeño secreto que Félix quiere revelarme como si estuviéramos en una misión secreta. El sol comienza a descender, bañando las calles de ladrillo con una luz dorada que hace que todo parezca irreal, como si estuviéramos en un sueño.

¿Qué te parece este lugar? pregunta de repente, señalando una puerta verde oscura medio escondida por una planta trepadora. El letrero apenas visible dice algo en francés, y no puedo evitar arquear una ceja.

¿Un club de jazz clandestino? adivino y él asiente con una sonrisa de complicidad, tras esto, regresó a su seriedad.

Supuestamente. Dicen que sólo se puede entrar si conoces la contraseña.

¿Y tú la sabes?

El rubio se lleva una mano al corazón, fingiendo ofensa. ¿Dudas de mis habilidades?

Río, agitando la cabeza. ¿Vamos a entrar?

No, sólo quería mostrarte el lugar. Para otra ocasión guiña un ojo y seguimos caminando.

𝐊𝐈𝐓𝐓𝐘 ᴹᶤʳᵃᶜᵘˡᵒᵘˢ ᶠᶤᶜDonde viven las historias. Descúbrelo ahora