✧ 𝗖 𝗔 𝗧 𝗢 𝗥 𝗖 𝗘

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El invierno había llegado, y con él la Navidad, a solo una semana de las cenas familiares, los regalos, los besos bajo el muérdago y los abrazos interminables

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El invierno había llegado, y con él la Navidad, a solo una semana de las cenas familiares, los regalos, los besos bajo el muérdago y los abrazos interminables. Las casas estaban decoradas de mil formas: algunas cubiertas por luces que iluminaban las calles cada noche, mientras que otras solo tenían una discreta corona colgada en la puerta.

La casa de Aidan, junto con la librería, era una de las más adornadas, todo gracias a Emma, quien tenía un talento innato para la decoración y un amor incondicional por la Navidad. Desde el primero de diciembre, había estado planeando cada detalle. Su entusiasmo fue contagioso: Max terminó ayudándola, y Aidan, a regañadientes, también se unió. Entre indicaciones de "más alto, más bajo, a la derecha, no, mejor a la izquierda", fue él quien terminó subido en escaleras y sillas colocando luces y guirnaldas. El aroma tradicional a café del local se mezclaba con el olor a chocolate caliente y dulces navideños que su madre preparaba para los clientes.

Ahora, Aidan caminaba por las calles desiertas. Como era habitual en invierno, la mayoría de la gente se refugiaba en sus casas, protegiéndose del frío que calaba los huesos. Las lluvias, cada vez más intensas y constantes, anunciaban la posibilidad de nieve. Aidan se había convertido, sin quererlo, en el encargado de hacer las entregas de la librería. Al principio no le pareció divertido, pero pronto descubrió el lado bueno: podía usar sus audífonos, escuchar la música que quisiera y cantar en voz alta por las calles vacías sin preocuparse de que alguien lo viera.

Esa tarde no era diferente. Sus audífonos retumbaban mientras giraba la última esquina antes de llegar a casa. La lluvia golpeaba el paraguas que sostenía con fuerza, y el cielo parecía estar a punto de derrumbarse, como si la nieve fuera inevitable. Una ligera niebla se levantaba desde el mar cercano.

Entonces la vio. Una figura estaba de pie frente a su puerta, inmóvil bajo la lluvia. Al principio, no la reconoció; tuvo que acercarse más para darse cuenta de quién era. Una chica vestida de la manera más casual posible, como si hubiera salido corriendo de su cama. Pero Aidan reconoció su postura, y sobre todo, la cartera que colgaba de su brazo.

Soltó un suspiro de resignación. Cuando llegó a su lado, notó que estaba completamente empapada. Su cabello pegado a la frente, su chaqueta húmeda, las mejillas enrojecidas por el frío y los labios agrietados. Quiso abrazarla, protegerla del frío, pero se contuvo. En cambio, apretó con fuerza el paraguas y la levanto sobre ambos para que la lluvia dejara de golpearla.

Se miraron en silencio. Aidan no entendía qué estaba pasando; su aparición lo había desconcertado, dejando sus audífonos descansar en su cuello. Ella, por su parte, se sentía completamente vulnerable bajo esa mirada difícil de leer y, su mano agarró con fuerza el tirante de su cartera

—Lo siento, ya me voy —murmuró torpemente, dando un paso atrás.

Había tomado un avión desde Los Ángeles, sin pensarlo dos veces, solo para ver su rostro, para escuchar su voz y sentir un abrazo suyo. Necesitaba el calor de su cuerpo y la forma en que la hacía sentir protegida.

Donde todo comenzó || A.G. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora