El joven Aidan Gallagher ha dedicado toda su vida a ayudar a su padre en la librería, pero su mundo cambia inesperadamente cuando una actriz entra por la puerta.
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—¡Agg! ¡No puede ser! ¡No puede ser!
Aidan bajo apurado de las escaleras, con una toalla alrededor de la cintura y su cabello aún mojado. Hace unos minutos acababa de salir de la ducha. Cuando estaba sacando los restos de shampoo, recordó qué no sabía donde había dejado sus lentes, al mismo momento que salió de la ducha, los empezó a buscar en su cuarto, pero no los encontro, ahora los iba a buscar en la sala.
Su hermana estaba sentada en el piso mientras que la pequeña mesa de la sala, estaba repleta de hojas de colores, impresiones y tijeras.
—¿Has visto mis lentes? —preguntó Aidan.
Su hermana lo observó con tranquilidad, sin entender la turbulencia de su hermano.
—No, creo que no.
—¡Demonios! ¡Maldita sea! —vociferó Aidan, levantando los cojines—. Todos los días encuentro mis anteojos, cuando volteo ahí están, pero cuando quiero ir al cine: desaparecen. Es lo cruel de la vida.
—Sí, claro —contestó Emma, mientras seguía con su trabajo. Aidan se desesperaba aún más al ver la tranquilidad de su hermana, es como sí se estuviera burlando de él—. ¿Me llevas?
—No —contestó tajante Aidan, mirando dentro del florero vacío que había en la repisa.
—¿Irás con alguien?
—Sí.
—¿Es una chica? —preguntó nuevamente. Aidan asintió—. Deberías invitarla a mi fiesta. ¿Sabes? Voy a alquilar un ¡photobooth!
—No.
‹‹Invitar a Emily... claro, como si no fuera suficientemente incómodo ya›› pensó Aidan. Pero la idea del photobooth quedó rondando en su cabeza mientras revisaba por enésima vez el estante de la sala.
Levantó una hoja de papel de la mesa de Emma, pero el simple hecho que todo estaba desordenado, le creaba ansiedad. Así que prefirió no tocar nada más.
Aidan pasó las manos por su cabello mojado y gruñó, mirando el reloj de reojo. ‹‹Esos malditos lentes siguen sin aparecer›› pensó. Estaba contra el tiempo.
—¡Oh, Dios! ¡Ya es la hora!
Aidan corrió a la escalera, subiendo en zancadas, para vestirse. Todo ese tiempo obligó a su mente a recordar dónde los había dejado, pero cada vez que intentaba, la cabeza le dolía.
Luego de menos diez minutos, bajó con unos jeans y polera azul, mientras se ponía una casaca. Últimamente el clima era nublado y ni un rayo de sol aparecía. Aidan ya se había hecho la idea que iba a ver la película sin sus lentes y, sabía que cuando terminará, sus ojos arderían por el esfuerzo que haría.
—¡Aidan! —llamó Emma detrás suyo, los dos estaban bajando las escaleras a la puerta de la calle. Él volteó, apurado—. ¿Encontraste tus lentes?