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¡Franco! ¡Dios mío!Gritó desesperado, parándose de un tirón de su asiento y mareándose en el proceso.

Yo sabía que te olvidabas de algo. — Fernando se removió en su asiento, inmutable a pesar de la situación.

¡¿No pensabas decir algo antes, wey?¡ — Checo gritó alterado, aún más por la falta de reacción del español sentado a su lado.

No. Sergio soltó un suspiro estresado. Quiso golpear en la cabeza al mayor, pero se contuvo para no desperdiciar más tiempo.

— ¡Max! — Llamó desde los asientos de atrás. — ¡Nos falta Franco!

— ¿Ah? — El neerlandés se sacó uno de los audífonos del oído, girando perezosamente en su asiento para ver a Sergio.

— ¡Que nos falta Franco, Max! ¡Franco! — Sergio ya estaba caminando por el pasillo, agarrando su celular y avanzado hasta el asiento de su compañero de equipo.

— Oh...— Max se quitó el otro audífono y se sacó la almohada de viaje que traía puesta. — ¡Mierda!

Que gilipollas. — Carlos murmuró lo suficientemente alto para escucharlo, mientras levantaba su antifaz de dormir, desinteresado por lo que estaba pasando.

Los dos pilotos de Ferrari habían decidido sentarse juntos en uno de los asientos dobles en el centro del avión. Estaban rodeados de bocadillos, copas de vino y muchos cojines.

— ¡Calos! — Regañó Charles, dándole un golpe al español, pero sin tratar de ayudar a los desesperados. El monegasco decidió volver a centrar su atención en la película que se reproducía en su celular.

Disparado, Max corrió hacia donde el piloto del avión se encontraba, gritándole a las azafatas que se interpusieron en su camino. Checo estaba unos pasos atrás de él, el teléfono en mano y marcando como loco.

¡¿Fran?! — Fue lo primero que dijo cuando el argentino respondió la llamada. — ¿Dónde estás? Ya estamos bajando a verte... No te preocupes-

¡No es difícil de comprender, mierda! ¡Quiero bajar! — Max discutía con el piloto — ¡Solo retrasa el vuelo y ya!

Fernando, a paso ligero, se hizo camino hacia una de las puertas, ignorando a los alterados de Checo y Max. Tranquilamente, abrió la entrada al avión y dio un giro en sus talones para avisar al mexicano.

Checo.

— Nando, espérate que estoy hablando con seguridad-

Fernando rodó los ojos, no entendía por qué los Bulls eran tan dramáticos. Si ese era un requisito para ser parte de la escudería, él no tenía oportunidad de ser parte de ese equipo.

Niño, solo sal.

— ¿Ah? — Checo volteó, viendo por primera vez la puerta abierta y la escalera aún puesta en su lugar. — Te amo, Nando. — Fernando sonrió divertido por la situación.  — Ahorita, estamos contigo-

Era lunes por la noche, después de apurar a todos para que terminen de alistarse, Checo decidió tomar una siesta. No era la mejor idea de todas, teniendo en cuenta el número de horas que iba a pasar encerrado volando por los cielos, pero no sabía qué más hacer para entretenerse.

Max se había ido para coordinar la hora de salida del avión privado e indicarle a sus ingenieros dónde se iba a encontrar los próximos días, Fernando; se escapó para comer algo rápido y los dos Ferraris dejaron su habitación aún discutiendo juguetonamente entre ellos.

Cuando se despertó, se dio cuenta que se le había hecho tarde. Cliché, pero cierto. Tenía unas cuantas llamadas perdidas de Max y algunos mensajes del dúo Ferrari. Rápidamente, agarró sus maletas y salió hacia el aeropuerto.

Digamos que... no tuvo tiempo para pensar en que Franco no tenía idea a donde debía ir.

¿Franco? ¿Sigues allí? — El otro lado de la línea se quedó en silencio. Más preocupado, Checo volvió a insistir — ¿Fran?

Dicen que no me van a dejar pasar porque no estoy en la lista. — Franco habló entrecortadamente, parecía estar discutiendo con alguien.

Me lleva la- — Se interrumpió a si mismo, pasando una mano por su pelo por estrés. Debía buscar una forma de resolver eso. — Max, ven para acá.

En un santiamén el neerlandés se encontraba bajando las escaleras que llevaban a tierra firme, justo a su lado.

— Necesito que hables con los encargados, no van a dejar que pase Franco si no está autorizado.

Max asintió, apurando su paso y acomodando la chaqueta en uno de sus hombros.

— Toma. — El neerlandés le tendió una tela que mantenía en su mano. — Hace frío.

Checo lo tomó, extrañado por el gesto pero agradecido. Desdoblo lo que parecía ser una gabardina bastante fina y con cuidado se lo puso encima.

— Gracias, no tenías por qué.

Max solo le sonrió, poniendo su atención en las personas que poco a poco se acercaban a ellos.

— Señores. — Un hombre de negro los llamó cuando estuvieron cerca del perímetro de audición — ¿Ha habido problemas con su vuelo?

— Nos falta un pasajero, no podemos despegar sin él. — Max adoptó un tono más serio, diplomático. — Me parece que lo mantienen con ustedes.

— ¡Max! ¡Checo!

Los gritos de Franco llegaron a sus oídos. Los dos giraron sus cabezas en dirección del ruido.

El argentino era casi tapado por las filas de hombres de seguridad que lo mantenían alejado de la pista de aterrizaje. Franco alzaba su brazo, tratando de llamar su atención a cómo dé lugar.

— Ese — Max señaló con su dedo, apuntando a lo argentino descaradamente — Es a quién buscamos.

El hombre hizo unas señas a sus compañeros, indicándoles que dejaran liberado al piloto. Varios de ellos parecían decepcionados por esa instrucción.

— Si se va a hacer cambios en el número de tripulantes, debe avisarnos con anticipación, señor Verstappen.

— Lamentó los inconvenientes. — Habló apresuradamente, ansioso por subir de nuevo al avión. — Para la próxima, yo mismo le recordaré que ingrese bien los datos.

Max le dio un pequeño empujón en el hombro, fastidiado por haberse olvidado del cambio de planes antes de salir. Checo soltó una sonrisa burlona, que rápidamente fue borrada cuando un cuerpo se estrelló con el suyo en un gran abrazo.

No me quiero volver a quedar rodeado por tantos gorilas, parecen malandros. — Franco articuló atropelladamente por tener la cara pegada a la tela su camisa.

Y yo no quiero volver a casi dejarme a uno de ustedes en otro país.

Franco se separó gradualmente de él, eligiendo darle un abrazo rápido a Max también, antes de dirigirse al avión privado por su cuenta.

— ¡Apúrense! — Llamó cuando ya llevaba varios metros por delante — ¡Ya quiero ver cómo es por dentro!

— Estos no van a ser unos días relajantes. — Max murmuró a su costado.

— Entonces que bueno que estas no sean unas vacaciones ¿no crees?

¡Hazte una limpia!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora