cap. 1

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El aire en el taller de Leo vibraba con energía mágica. Criaturas etéreas hechas de luz y sombras flotaban a su alrededor, sus formas cambiantes proyectaban un tenue resplandor en las paredes de mármol oscuro. Sus dedos se movían rápidos, modelando una criatura con alas tan delicadas como la seda. Pero justo cuando estaba a punto de terminarla, sintió un frío que le recorrió la columna.

Azrael...

Las alas de la criatura comenzaron a desvanecerse, como si una mano invisible la estuviera despojando de su existencia. Leo cerró el puño, tratando de evitar lo inevitable, pero sabía que no podía detener la mano de la muerte. Otro ser bajo su cuidado se desvanecía, reclamado por su eterno "hermano".

"¡Otra más!" gritó Leo, su voz llena de frustración mientras las sombras de la habitación parecían alargarse y arremolinarse a su alrededor. Una energía oscura se expandía con su ira.

Justo en ese instante, una melodía suave y reparadora llenó el aire, deteniendo momentáneamente la furia que había comenzado a brotar de él. Leo giró rápidamente, sus ojos incandescentes de rabia buscando al intruso.

Gabriel estaba allí, en el umbral del taller, con un laúd antiguo entre sus manos. La música que tocaba no solo calmaba el ambiente, sino que restauraba una pequeña criatura en el suelo que Leo apenas había notado. Su piel luminosa volvía a brillar con intensidad mientras las notas envolvían su forma.

"¿Quién te ha permitido entrar aquí?" preguntó Leo, su tono seco y cortante. Su magia vibraba en el aire como una amenaza, pero Gabriel apenas reaccionó.

Sin apartar la vista del laúd, Gabriel respondió con voz serena:
"No estoy aquí por ti."

El simple comentario encendió aún más la rabia de Leo. No estaba acostumbrado a ser ignorado. Dio un paso adelante, sus ojos entrecerrados, la sombra bajo sus pies comenzando a crecer, como una extensión de su voluntad.

"¿De veras?" murmuró, su tono venenoso. "¿Acaso crees que puedes simplemente aparecer aquí, en mi dominio, tocando tus absurdas melodías?"

Gabriel levantó la mirada por primera vez. Sus ojos fríos y analíticos se encontraron con los de Leo. Su expresión no cambió ni un ápice, pero la tensión en el aire creció.

"Tu furia te ciega, Leo," dijo Gabriel con calma, su voz resonando suavemente en el aire. "La vida y la muerte son ciclos. No puedes evitar lo que está destinado a terminar." 

Leo apretó la mandíbula. "No necesito lecciones sobre ciclos de un sanador." Las palabras salieron casi como un gruñido, mientras las sombras en la habitación empezaban a oscurecerse de nuevo. "Todo lo que hago, tú, y los demás, lo destruís."

Gabriel no respondió de inmediato. En lugar de eso, dejó que el silencio llenara el espacio entre ellos. Luego, bajó el laúd y se inclinó para examinar a la pequeña criatura que había salvado. Su toque era delicado, casi distante, como si el acto de restaurar la vida fuera un mero procedimiento.

"No todo se destruye," murmuró Gabriel mientras se ponía de pie de nuevo. "Algunas cosas aún se pueden salvar. Pero solo si aprendes a aceptar que no puedes controlarlo todo."

Leo se quedó en silencio un instante, su pecho aún agitado por la furia contenida. Nadie le había hablado así antes, mucho menos con la indiferencia glacial de Gabriel. Pero algo en la serenidad del sanador lo desconcertaba. Y lo que más lo irritaba era la extraña atracción que empezaba a sentir, oculta bajo capas de ira y frustración.

"Tú... no entiendes nada," respondió finalmente, su tono lleno de amargura. Dio media vuelta, sus sombras disipándose lentamente mientras salía del taller, dejando a Gabriel solo con la pequeña criatura que había restaurado.

Gabriel lo observó marcharse, sus ojos fríos y calculadores, aunque un atisbo de compasión se asomaba en sus pupilas. En su mente, sabía que la furia de Leo no era más que el reflejo de su propia lucha interna. Quizás no estaba aquí solo para curar heridas físicas, sino para reparar algo mucho más profundo

Deseo de angelesWhere stories live. Discover now