cap. 2

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El eco de las pisadas de Leo resonaba en los pasillos de mármol del santuario celestial. Las sombras, que solían seguirlo como fieles compañeras, parecían haberse disipado. La presencia de Gabriel aún lo inquietaba. Su música seguía vibrando en su mente, como una melodía persistente que no podía sacudirse.

"¿Quién se cree que es?" murmuró Leo para sí, cruzando el largo corredor. El frío de las paredes parecía intensificar la furia que aún latía en su pecho.

Cada vez que pensaba en la mirada desapasionada de Gabriel, esa calma irritante, su rabia crecía. Nadie lo había desafiado así, y mucho menos lo había tratado con esa indiferencia... como si no fuera más que otro ser bajo su poder sanador. Gabriel ni siquiera lo consideraba digno de su ira. Y eso, pensó Leo, era lo que más le dolía.

Sin embargo, a medida que caminaba, una pequeña duda se deslizó en su mente: ¿era su propia furia lo que lo mantenía inquieto o la sensación de que había algo más detrás de esa fachada fría?

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Gabriel , por su parte, se quedó en el taller de Leo, observando con calma la pequeña criatura que había restaurado. Era una forma delicada, una mezcla de sombras y luz que vibraba suavemente entre sus dedos. Sus ojos críticos la examinaron con precisión, como si analizara cada detalle, cada pulso de energía.

Pero su mente no estaba completamente enfocada en la criatura.

Había algo en Leo que lo desconcertaba. No era el poder o la furia que irradiaba el ángel, sino la profunda tristeza que Gabriel había percibido bajo todo ese enojo. Una tristeza que Leo parecía ocultar detrás de su búsqueda incesante por controlar el ciclo de la vida y la muerte.

"Demasiado apegado," murmuró Gabriel mientras movía la mano sobre la criatura, fortaleciendo su forma. Era evidente que Leo sufría por su propia incapacidad para aceptar lo inevitable.

Gabriel, en cambio, había pasado tanto tiempo desvinculado emocionalmente de su propio trabajo que le resultaba difícil imaginar el sufrimiento de aquellos que no podían ver las cosas con esa misma frialdad. Para él, las almas eran simplemente partes de un ciclo, un engranaje más en el gran mecanismo del universo.

Sin embargo, algo en Leo lo perturbaba profundamente. Había visto ángeles furiosos antes, ángeles que se rebelaban contra el orden divino, pero Leo... Leo era diferente. Era como si su misma existencia estuviera fragmentada, rota entre la creación y la destrucción.

"Curioso," pensó Gabriel, mientras la criatura se desvanecía lentamente en el aire, completando su restauración. "¿Podría ser que su furia oculte algo más profundo?"

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Días después, Leo seguía intranquilo. Las sombras en su taller se agitaban sin control, como si respondieran a la tormenta que había dentro de él. Se había esforzado en crear criaturas más poderosas, tratando de volcar su frustración en su trabajo, pero ninguna lo satisfacía.

Finalmente, incapaz de soportar el peso de sus propios pensamientos, decidió confrontar al único ser que lo había hecho dudar de sí mismo.

Se dirigió al santuario de Gabriel, un lugar de luz pura y orden impecable, muy diferente a su propio mundo de sombras. Cada paso que daba sentía el aire volverse más ligero, pero también más pesado en su mente. No entendía por qué venía aquí, ni por qué la calma de Gabriel lo atraía, aunque lo negara.

Cuando llegó a la entrada del santuario, vio a Gabriel en el centro, sentado en una estructura de mármol blanco, rodeado de instrumentos flotantes. Uno de ellos, una lira dorada, emitía un suave sonido que resonaba en el aire.

Leo cruzó los brazos y habló, su tono desafiante pero algo más controlado:

"No eres como los otros."

Gabriel abrió los ojos lentamente, como si su presencia no lo sorprendiera.
"¿No?" replicó, con esa serenidad que tanto irritaba a Leo. "¿Y cómo debería ser?"

Leo lo miró fijamente, tratando de descifrar algo en su expresión inmutable, pero no encontró nada.
"No sé qué juego estás jugando, pero no me interesan tus melodías ni tus teorías sobre el ciclo de la vida." Dijo, apretando los puños, mientras las sombras comenzaban a oscurecerse detrás de él. "Yo no soy parte de eso."

Gabriel lo observó en silencio por un momento, antes de responder con su tono habitual.
"Tal vez no seas parte de ello... pero tampoco puedes escapar." Su voz, aunque suave, cortó el aire como una daga. "La música que toco no es para ti, Leo. Es para aquellos que han aceptado su lugar en el equilibrio. Hasta que no lo aceptes... seguirás sufriendo."

Las palabras de Gabriel cayeron como un peso sobre Leo, quien sintió una mezcla de ira y... algo más que no podía nombrar.

"¿Crees que no lo sé?" dijo Leo, casi en un susurro, sintiendo la tormenta dentro de él agitarse de nuevo. "Pero no puedo aceptar que todo lo que hago sea tan... inútil."

Gabriel lo miró de nuevo, pero esta vez, algo en su expresión cambió. Tal vez una chispa de comprensión, o incluso, por primera vez, algo de compasión.

"No es inútil," murmuró, dejando la lira a un lado y acercándose un poco más. "Solo es difícil para ti verlo desde donde estás."

Leo lo miró sin decir nada, pero en su interior, las palabras de Gabriel resonaban más de lo que quería admitir. El sanador se acercaba poco a poco a la barrera que Leo había construido a su alrededor, y eso le asustaba tanto como le atraía.

Deseo de angelesWhere stories live. Discover now