El paso de los días se volvió casi insoportable para Leo. Cada encuentro con Gabriel parecía abrir una nueva grieta en la coraza que había construido a su alrededor durante eones. Era como si, con cada mirada fría y cada palabra calculada, Gabriel desafiara su misma existencia. Pero lo peor de todo era que Leo no podía dejar de buscarlo. No importaba cuánto lo intentara, la presencia de Gabriel lo llamaba como un faro en la tormenta, una luz que odiaba y deseaba al mismo tiempo.
Esa mañana, Leo se encontraba una vez más en su taller, observando las sombras que fluían entre sus dedos. Intentaba enfocar su mente en su trabajo, en las creaciones que alguna vez lo llenaban de propósito, pero todo se sentía vacío. Había comenzado a cuestionar todo, y no podía evitar sentir que Gabriel tenía la culpa.
"¿Qué estás haciendo conmigo?" murmuró para sí mismo, la voz teñida de frustración.
De repente, una presencia familiar llenó la habitación. Las sombras se agitaron con una intensidad diferente, y Leo supo que era Azrael quien se acercaba.
"Hermano," dijo Azrael con su tono solemne mientras entraba al taller. Su figura siempre imponente, con su aura de muerte y finalización, hacía que las sombras a su alrededor se sintieran más pesadas. "Has estado inquieto últimamente."
Leo lo miró de reojo, sabiendo que no podía esconderse de Azrael. Después de todo, eran dos caras de la misma moneda. "No es de tu incumbencia." replicó con aspereza, aunque no había rabia real detrás de sus palabras.
Azrael se acercó, observando una de las criaturas que Leo había creado. La examinó con un gesto tranquilo antes de hablar nuevamente. "Te conozco mejor que nadie. Algo está cambiando en ti. No es tu furia habitual... es otra cosa." Sus ojos oscuros se posaron sobre su hermano. "¿Qué es lo que realmente te atormenta?"
Leo apartó la mirada, negándose a responder. Pero Azrael, con su aguda percepción, ya lo había visto.
"Es Gabriel, ¿verdad?" La pregunta de Azrael era directa, casi indiferente, pero la sola mención del nombre hizo que Leo tensara la mandíbula.
"No me atormenta nadie," replicó Leo con dureza, aunque sabía que era una mentira. El mismo hecho de que estaba evadiendo la verdad demostraba que algo había cambiado dentro de él.
Azrael lo observó en silencio durante unos momentos más, como si estuviera sopesando sus palabras. Finalmente, habló, su tono más bajo, casi en un susurro. "Cuidado, hermano. Gabriel es tan intocable como frágil. Si no tienes cuidado, te destruirás a ti mismo tratando de acercarte a él."
Leo giró rápidamente para enfrentarse a Azrael. "¿Y qué sabes tú sobre él?" espetó, aunque sabía que Azrael, como portador de la muerte, tenía una visión única sobre todos los ángeles.
Azrael lo miró, tranquilo como siempre. "Sé más de lo que imaginas. Pero no necesitas mis advertencias. Solo te digo que no luches contra lo que sientes. Porque si lo haces, el ciclo que tanto odias podría consumirte." Con esas palabras, Azrael se giró y salió del taller, dejando a Leo sumido en un silencio denso.
El tiempo pasó con lentitud, y Leo no pudo contenerse por más tiempo. Sabía que tenía que verlo de nuevo. Esta vez, no sabía si quería respuestas, o si simplemente deseaba estar cerca de Gabriel. Había algo magnético en él, algo que lo atraía incluso cuando todo en su interior le gritaba que debía alejarse.
Cuando llegó al santuario de Gabriel, el sanador estaba sentado frente a una gran ventana, observando el horizonte. A su lado flotaba una flauta dorada, pero esta vez no había música en el aire. El silencio lo envolvía todo.
Gabriel no se giró al oír a Leo entrar, pero habló con su tono sereno habitual.
"Has estado más inquieto de lo normal."Leo cerró los puños, odiando la forma en que Gabriel podía leerlo tan fácilmente. "No tienes idea de lo que siento."
Gabriel se volvió lentamente, sus ojos claros y tranquilos encontrando los de Leo. "¿No?" Su voz era suave, pero había una leve curiosidad en su tono. "Cuéntame, entonces. ¿Qué es lo que sientes?"
Las palabras de Gabriel lo desarmaron. Durante tanto tiempo, había estado acostumbrado a su furia, a su frustración... pero ahora, frente a él, no sabía cómo expresarlo. La frustración volvió a hervir dentro de Leo.
"¡Tú!" exclamó finalmente, dando un paso hacia él. "Tú... me haces sentir débil, inseguro. No sé por qué. No sé qué me hiciste, pero no puedo dejar de pensar en ti, en todo lo que dices. ¡Y lo odio!"
Gabriel lo observó, sin inmutarse, mientras Leo respiraba agitado. Después de unos segundos de silencio, habló de nuevo, su tono tranquilo como siempre.
"No te hice nada, Leo. Todo esto que sientes... ya estaba dentro de ti."Leo lo miró con incredulidad. "¿Qué?"
Gabriel se levantó con calma, acercándose lentamente. "Lo que sientes no es más que una manifestación de lo que has estado reprimiendo durante siglos. El control que tanto anhelas... la necesidad de crear... todo eso viene del miedo a aceptar lo que no puedes cambiar." Sus ojos se suavizaron apenas, y por primera vez, Leo vio una chispa de comprensión genuina en ellos. "Tal vez lo que realmente odias no es lo que hago o digo... sino que te recuerde aquello que no puedes controlar."
Leo sintió que las palabras de Gabriel lo atravesaban como cuchillas, exponiendo partes de sí mismo que había enterrado tan profundamente que casi había olvidado que existían.
"¿Qué me estás diciendo?" murmuró, casi sin aliento.Gabriel dio un paso más hacia él, su presencia calmante, pero intensa. "Estoy diciendo que no tienes que luchar solo, Leo. Puedes... dejar que alguien más te ayude a cargar el peso."
Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Leo lo miró, su respiración agitada, y en el fondo de su ser, algo comenzó a ceder. Un muro, una barrera que había construido durante siglos, se agrietaba lentamente ante la verdad que Gabriel le estaba mostrando.
"¿Por qué querrías ayudarme?" susurró Leo, su voz rota por la vulnerabilidad que tanto había temido mostrar.
Gabriel lo miró fijamente, y esta vez, su fría fachada se desmoronó un poco.
"Porque sé lo que es cargar un peso solo."Leo quedó en silencio, incapaz de responder, pero en el fondo, sabía que algo dentro de él había cambiado para siempre. Y aunque la incertidumbre lo aterraba, la presencia de Gabriel, tan fría y serena, lo hacía sentir, por primera vez, que no estaba completamente solo
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Deseo de angeles
FanfictionEn el cielo, donde las almas encuentran su destino, dos ángeles poderosos, Leo, el guardián del nacimiento, y Gabriel, el sanador, luchan con sentimientos que no deberían existir entre ellos. sólo lo escribí porque sí los personajes no son de mi aut...