En los amplios jardines del castillo, bajo un cielo teñido de tonos púrpura al atardecer, El Capitán Paul SerpiRose observaba a su bisnieta, Paula, quien hojeaba una lista de suministros con el ceño ligeramente fruncido. Su cabello brillaba como una extensión del legado familiar, aquel que él había cargado con orgullo durante décadas.
—¿Qué sucede, Paula? —preguntó Paul mientras apoyaba su bastón de madera tallada contra un banco cercano.
—Es que... —Paula frunció los labios y señaló un punto en la lista—. Aquí están todas las cosas de higiene femenina, pero mamá solo incluyó su jabón íntimo y... nada más. Esto siempre significa algo.
Paul entrecerró los ojos y, tras unos segundos de reflexión, dejó escapar un suspiro teatral.
—Esto solo puede significar una cosa... ¡Voy a ser bisabuelo otra vez! —exclamó, aunque en su rostro se mezclaba la sorpresa y una pizca de resignación—. ¿Y sabes qué, Paula? ¡Esto es demasiado pronto! Apenas tengo 60 años. A mi edad, mis amigos apenas están siendo abuelos.
Paula soltó una risita, pero luego su expresión se tornó seria.
—Abuelito, ¿te arrepientes de que yo haya nacido? —preguntó en voz baja.
Paul la miró con ternura, dejando de lado cualquier rastro de broma.
—Ay, mi niña hermosa, jamás podría arrepentirme de algo tan maravilloso. Eres una joya, un regalo, y estoy increíblemente orgulloso de ti. —Extendió la mano para acariciar su cabello—. Que seas mi bisnieta no me hace viejo; me hace afortunado.
En otro rincón del castillo, junto al estanque, tres ranas verdes saltaban de un lado a otro en una frenética carrera. Al cruzar la línea imaginaria, las ranas se transformaron en dos hombres y una mujer con características peculiares: Eliano, con cabello castaño y ojos cafe, y Guadalupe, cuya mirada feroz era inconfundible.
—¡Eso fue trampa, Eliano! —exclamó Guadalupe, empapando a su hermano con un hechizo de agua.
—¡Yo nunca hago trampa! ¡Eres tú quien no sabe perder! —replicó Eliano, devolviendo el ataque con una ola de agua.
Janet, quien los observaba desde una banca cercana, se levantó con las manos en la cintura.
—¡Eliano Bufonidviolet! ¡Guadalupe Bufonidviolet! ¡Compórtense de una vez! —Su voz resonó con autoridad.
—¿Qué te pasa, Janet? —dijo Guadalupe, cruzándose de brazos—. Desde que regresaste de la Culebra Rosa estás... más irritada de lo normal.
Eliano lanzó una carcajada.
—Debe ser la mano de Vicente. Parece que no es suficiente para calmarla.
Janet se sonrojó de inmediato, pero su respuesta fue firme.
—Esa mano es más que suficiente. Lo que pasa es que... —Se detuvo, pero el brillo en los ojos de Guadalupe fue suficiente para que lo entendiera.
—¡No me digas! —gritó Guadalupe, con una mezcla de sorpresa y entusiasmo—. ¡Otra serpiente correteando por el castillo!
Eliano palideció y miró a Janet con incredulidad.
—¿Lupe está diciendo la verdad? —preguntó, con un tono casi suplicante.
Janet suspiró y asintió con una sonrisa.
—Sí, Eliano, es cierto. Vicente y yo estamos esperando otro bebé.
Mientras tanto, de vuelta en los jardines, Paula giró los ojos y le mostró la lista a Paul.
—Pues parece que tienes razón, abuelito. Voy a ser hermana mayor. Y, para ser honesta, quería ser hija única un poco más de tiempo.
Paul soltó una carcajada y la abrazó con fuerza.
—Ser hermana mayor será toda una aventura, Paula. Créeme, cuando tu hermano o hermana llegue, entenderás que el amor siempre tiene espacio para crecer. Aunque, debo admitir, ser bisabuelo dos veces no es fácil para un joven como yo.
Ambos rieron juntos, mientras el sol desaparecía en el horizonte, dejando al castillo Bufonidviolet envuelto en la promesa de nuevas historias y un futuro lleno de esperanza.
gracias a mi amiga Marina Duran por escribi estos capitulos de En otra realidad
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