capitulo 5

41 7 4
                                    

CAPITULO 5

*Perspectiva de Sango*

-¡Es un desgraciado! -exclamé, golpeando la cama antes de levantarme y caminar de un lado a otro como una leona enjaulada.
-Sanguito, cálmate, cariño- dijo preocupado.
-¡No puedo, amor! Es que lo que me contaste... ¡me estás describiendo a un monstruo asqueroso! -expresó con desprecio-. Mira, ¿qué clase de persona vende a una menor de edad? ¿Qué tiene en la cabeza ese hombre? ¿Mierda? Por Dios, pobre jovencita, lo que tuvo que pasar todos estos años viviendo con ese animal.
-Sango, amor...
-Miroku... -Me senté a su lado para mirarlo a los ojos-. Amor, júrame que lo vas a hundir en la prisión. Una escoria como él no puede andar suelta por ahí. Prométeme que lo meterás preso, que serás el abogado de Kagome.

*Perspectiva de Miroku*

Tomé las manos de mi Sanguito para verla a los ojos.

-Amor, no tienes ni que decirlo -le aseguré-. En unos días, ese maldito estará pudriéndose en la cárcel. Solo estoy esperando que ella cumpla la mayoría de edad para hacerlo.
-Gracias, Miroku -suspiró aliviada.

Nos abrazamos con mucho amor. Estaba muy agradecido de que mi bella Sango tuviera un enorme corazón de oro.

Le conté todo lo que pasó: el cómo conocimos a Kag; el favor que le pedí a Inuyasha para que se quedara unos días con ella; en el trato que recibió por la vendedora de la tienda de ropa como si fuera una mina de oro; y el paseo por la playa para que pudiera despejar su mente. También le mencioné sobre el incidente con el plato en casa de Inuyasha

-Amor...
-¿Sí, cariño? -dirigí la mirada hacia sus hermosos ojos
-Vamos a la casa de Inuyasha. Quiero conocerla.
-¿Ahora, cariño? -pregunté sorprendido
-Sí, por favor -respondió suplicante.
-¿Y mi trabajo?
-Me dejas en casa de Inuyasha y te vas al trabajo con él. Además, hay que empacar las cosas de Kagome para que vengan a vivir con nosotros.
-¿De verdad, Sanguito?
-Claro, amor. Ella es menor de edad, lo mejor es que esté aquí con nosotros para que no le vaya a traer problemas legales a Inuyasha. Y por lo que me has contado de ella, presiento que nos vamos a llevar de maravilla.
-¡Oh, Sango! Amor, gracias -la abracé para besarla, mientras deslizaba mi mano por debajo de su camisa para tocar su cálido pezón, pero dio un pellizco-. ¡Auch! ¡Eso duele!
-Por pervertido -respondió entre risas-. Ahora cámbiate; yo me daré una ducha rápida, y desayunamos para ir a buscar a Kagome, ¿sí?
-Bueno, amor.

La vi entrar al baño mientras yo me cambiaba con una sonrisa. Tengo la mejor mujer del mundo a mi lado.

*Perspectiva de Inuyasha*

-Kag, el desayuno te quedó exquisito como siempre.
-Me alegra mucho que te haya gustado, Inu -respondió con una sonrisa, pero inmediatamente su atención se desvío a su teléfono.
-¿Pasa algo, Kag? No has dejado de ver el teléfono.
-¡Eh!... bueno, es que le mandé un mensaje a Miroku, pero no me respondió. ¿Se habrá molestado por haberle hablado tan temprano? -preguntó con un dejó de preocupación y tristeza.
-No, claro que no, Kag. Tal vez aún no ve el mensaje -le aseguré para tranquilizarla.
-Pero aquí me sale 'mensaje visto'... o eso creo.
-¡A ver!

Me acerqué a ella para ver el mensaje y nuestros rostros quedaron demasiado cerca, lo que provocó que mi corazón latiera aceleradamente. Cerré los ojos para después enfocarme en el mensaje y, como me había dicho Kag, el mensaje había sido leído. ¡Qué raro! Pensé.

-Inu, ¿hice mal en haberle mandado ese mensaje? -su preocupación iba en aumento. Sonreí para darle ánimos.
-Claro que no, pequeña. Miroku, cuando se despierta, es algo tarado a veces -ella comenzó a reír por la broma-. Tarda en responder porque su cerebro aún no se conecta con la tierra.
-¡Inu, no seas malo! -su risa iba en aumento.
-No lo soy -apreté su pequeña nariz.
-¡Ashhh! ¡Oye! -se quejó al mismo tiempo que me daba un pellizco en el brazo.
-¡Oye! -exclamé, quejándome también.
-Tú empezaste primero.
-¿Ah, sí? -la lancé una mirada traviesa-. Ahora veremos quién pierde-. Me lancé sobre ella, pero fue más rápida.
-¡No! -gritó, poniéndose a correr hacia la sala, pero en dos segundos la atrapé para tirarme al sillón con ella a mi lado y empecé a hacerle cosquillas.
-¡Aaaahhhh! ¡No! -gritaba sin poder parar de reír-. ¡Por favor, Inu! ¡Para!
-¡No! Hasta que digas: “No debo pellizcar a los mayores”.
-No… nunca lo diré -respondió con dificultad sin dejar de reír.
-Bien, tú te lo buscaste.

Eres mi luz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora