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En el mundo de los deportes de élite, pocos atletas son tan adorados como Jungwon. Un taekwondista prodigioso, sus habilidades en el dojang parecían sobrehumanas. Su agilidad, precisión y fuerza lo habían llevado a la cima del mundo del taekwondo a una edad temprana, y con cada torneo que ganaba, su reputación crecía. En público, Jungwon era la imagen perfecta de humildad y cortesía. Siempre sonreía, se inclinaba con respeto ante sus oponentes, y sus discursos tras las victorias estaban llenos de agradecimientos a su familia, a su entrenador y a sus seguidores.

Sin embargo, detrás de la fachada del chico amable y accesible, se escondía una verdad mucho más oscura. En privado, Jungwon era todo lo contrario de lo que mostraba al mundo. Su actitud cambiaba radicalmente tan pronto como las cámaras dejaban de grabar y las miradas de sus admiradores se apartaban de él. El aire de falsa modestia desaparecía, y lo que quedaba era un joven engreído, egoísta y profundamente arrogante.

—No puedo creer que tenga que perder mi tiempo en una sesión de fotos más. —gruñó mientras se dejaba caer en el sofá de su penthouse, sus ojos rodando con exasperación—. ¿Acaso no ven que soy más grande que esto? No necesito más publicidad.

Su asistente personal, Sunghoon, trataba de no mostrar su incomodidad, pero era imposible ignorar la creciente tensión. Había trabajado para Jungwon por años, desde que apenas era un joven talento, pero con cada éxito, la actitud de su jefe había empeorado. Antes de cada competencia, Jungwon se mostraba amable y accesible, pero después de una victoria, su ego se inflaba al punto de creerse invencible.

—Mañana tienes una entrevista con la cadena internacional, deberías estar preparado —murmuró Sunghoon con cautela—. Ellos quieren que hables sobre tus comienzos y cómo mantienes los pies en la tierra...

—¡¿Mantener los pies en la tierra?! —Jungwon soltó una carcajada, sin rastro de la sonrisa cálida que solía mostrar ante sus fans—. Por favor, no tienen idea de lo que es ser alguien como yo. Nadie puede alcanzarme, y mucho menos entender lo que significa ser tan bueno en todo.

Pero lo que Jungwon no veía, o más bien, elegía ignorar, era que su grandeza en el taekwondo no se reflejaba en otras áreas de su vida. Era un desastre en todo lo que no implicara el deporte. Un día, su madre Seoyeon observó cómo Jungwon intentaba, con un aire de desprecio, hacer algo tan básico como cocinar un huevo. Su rostro se transformó en una mueca de disgusto cuando la yema se rompió y se desparramó por la sartén. Frustrado, tiró la espátula al suelo.

—¿Quién necesita saber hacer esto cuando puedo pagarle a alguien para que lo haga por mí? —bufó, limpiándose las manos como si hubieran tocado algo repulsivo.

Su incapacidad para hacer las tareas más simples de la vida cotidiana no le preocupaba en absoluto. Limpiar su departamento, hacer la compra, lavar su ropa, todo eso era, según él, trabajo para los "incompetentes". Su tiempo era demasiado valioso como para desperdiciarlo en cosas triviales. En su mente, él no era solo un taekwondista de élite, sino una especie de ser superior al que las reglas de la vida común no aplicaban.

Sin embargo, esta arrogancia empezaba a desgastar a quienes lo rodeaban. Su equipo lo toleraba solo porque su éxito les traía fama y fortuna, pero a puertas cerradas, los murmullos de insatisfacción comenzaban a crecer. "Jungwon es insostenible", se escuchaba decir entre sus entrenadores. "Cree que el mundo gira a su alrededor."

Lo que Jungwon no comprendía era que su actitud estaba destruyendo lentamente las relaciones más importantes de su vida. Su entrenador, el hombre que lo había guiado desde sus primeros días en el taekwondo, comenzaba a alejarse. Su familia, que alguna vez lo admiraba, ahora veía cómo su humildad se desvanecía. Pero a Jungwon no le importaba. Para él, no necesitaba a nadie más que a sí mismo.

My Personal ChefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora