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El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Jay, con el ceño fruncido y los labios apretados, cerró su maleta de un tirón. Había pasado la noche pensando, dándole vueltas al mismo tema una y otra vez. Desde que había aceptado mudarse temporalmente con Jungwon, un lado de su mente le decía que todo sería diferente. "Quizá esta vez, él se esforzaría", pensaba. Pero tras semanas de frustración, Jay ya no tenía paciencia para seguir perdiendo su tiempo.

Mientras metía sus últimas pertenencias en la bolsa, las palabras resonaban en su cabeza: "No vale la pena." ¿De qué servía enseñar a alguien que no tenía interés en aprender? Jungwon parecía siempre distraído, desganado. Para Jay, era insultante. Su tiempo era valioso y, a pesar de sus mejores esfuerzos, sentía que había estado chocando contra una pared de indiferencia.

Con la maleta lista y el corazón cargado de frustración, Jay se dirigió hacia la puerta. Fue entonces cuando escuchó pasos a sus espaldas. Jungwon, en pijama y despeinado, estaba de pie en el umbral de su habitación, mirándolo en silencio. Durante unos segundos, sus miradas se cruzaron, cargadas de todo lo que no habían dicho en semanas.

Jungwon supo de inmediato lo que estaba ocurriendo. Jay se iba. Y no era difícil adivinar el porqué. Los días de charlas sin profundidad, las clases interrumpidas, la sensación constante de que ambos se habían metido en algo que no podían manejar... Todo eso había llevado a este punto. Jay ya no podía más, y aunque Jungwon lo sabía en su interior, una parte de él lo negaba.

Hubo un breve instante en el que Jungwon sintió el impulso de detenerlo. De correr hacia él, agarrar su brazo y pedirle que se quedara. Pero se contuvo. El ego, siempre presente, se apoderó de su voz. "¿Por qué debería rogarle?" pensó, mientras cruzaba los brazos y se apoyaba en el marco de la puerta. Al fin y al cabo, ellos no eran nada. Ni amigos, ni compañeros, ni mucho menos algo más. ¿Qué derecho tenía para pedirle que se quedara? Su orgullo, siempre tan grande, le impedía ceder.

Jay, por su parte, esperaba que Jungwon dijera algo, cualquier cosa que lo hiciera dudar de su decisión. Pero las palabras nunca llegaron. El silencio entre ellos se volvió insoportable. Jay tragó saliva, su pecho pesaba como una roca. No era la primera vez que salía de la vida de alguien, pero había algo en esta despedida que lo molestaba. Quizás porque, en el fondo, quería que Jungwon mostrara un poco de interés, que lo detuviera, aunque solo fuera por un segundo.

—Bueno... parece que esto es todo —dijo Jay con frialdad, rompiendo el incómodo silencio. Jungwon lo miró con una expresión neutra, casi desafiante, como si no le importara en absoluto.

Jay tomó aire, agarró su maleta y avanzó hacia la puerta. Justo antes de cruzarla, se giró una última vez, buscando en los ojos de Jungwon alguna señal de arrepentimiento. Pero solo encontró lo mismo de siempre: un muro de orgullo y distancia. Sin decir una palabra más, salió por la puerta, el sonido de sus pasos alejándose resonaba en la casa vacía.

Jungwon se quedó allí, quieto, viendo la puerta cerrarse detrás de Jay. Su pecho estaba en llamas, una mezcla de frustración y algo más profundo que no quería admitir. Pero, por más que su cuerpo le gritaba que corriera tras él, su mente lo detuvo. No había razón para rogarle. No eran amigos. No había nada entre ellos.

Había pasado un mes desde la partida de Jay, y la vida de ambos siguió su curso, aparentemente perfecta para los dos. El mundo exterior no parecía haberse enterado de lo que sucedió entre ellos, porque desde fuera, tanto Jay como Jungwon estaban en su mejor momento.

Jay, ahora completamente concentrado en su carrera, estaba cosechando más éxitos que nunca. Las ofertas de trabajo llovían, y su reputación como un experto en su campo solo seguía creciendo. No había nada que lo detuviera, nada que lo distrajera... excepto, en los momentos más silenciosos, esa extraña sensación de vacío que lo seguía a donde fuera. Había algo que faltaba, algo que le robaba pequeños fragmentos de alegría en medio de todo el éxito.

Por su parte, Jungwon también estaba triunfando. Aunque había sido un desafío adaptarse sin la guía de Jay, poco a poco había comenzado a ganar confianza en la cocina y en sí mismo. Las cosas iban bien, su vida social se mantenía activa, y su familia estaba satisfecha con su desempeño. Pero, en las noches más largas, cuando el ruido de la rutina se apagaba, algo le incomodaba. Jay había sido alguien que, aunque breve, había mostrado un lado de él que nadie más había visto. Y eso lo hacía especial, aunque su orgullo no le permitiera admitirlo tan fácilmente.

Ambos intentaban convencerse de que estaban bien. Más que bien, estaban triunfando. Sin embargo, los momentos de soledad se sentían más pesados de lo que deberían. En sus mentes, se repetían las mismas escenas una y otra vez. Jay, recordando cómo Jungwon lo había observado en silencio, sin decir nada, cuando se fue. Jungwon, pensando en las conversaciones que no tuvieron, en las risas que compartieron, y en cómo Jay había sido la primera persona en desafiarlo de una manera que nadie más había hecho.

Y entonces, una tarde de domingo, Jungwon se encontró a sí mismo en el jardín trasero de su casa, mirando el teléfono y pensando en lo ridículo que era todo. No había hablado con Jay desde aquella mañana, y aunque nunca lo admitiría en voz alta, lo extrañaba. Extrañaba su presencia, su forma de ser tan directa, su capacidad para no dejarse intimidar por su actitud distante.

Pero ¿por qué lo haría? ¿Por qué iría detrás de alguien que ya se había ido? No eran nada. Sin embargo, esa misma pregunta seguía revoloteando en su cabeza, sin darle tregua. "¿Y si simplemente... hago algo?" pensó. Su orgullo lo mantenía atado, pero la incomodidad del vacío lo impulsaba a actuar. Jungwon, fiel a su carácter, sabía que no podía pedirle a Jay directamente que regresara. No, eso sería imposible para él. Pero había otra forma.

Esa tarde, después de darle vueltas al asunto por horas, se acercó a su madre, quien estaba sentada revisando algunos documentos. Sin rodeos, se lo soltó:

—Mamá, necesito que recontrates a Jay.

Su madre lo miró con una ceja arqueada, sorprendida por la petición inesperada.

—¿Jay? —preguntó, levantando la vista de los papeles—. ¿El mismo Jay que dejó de trabajar con nosotros hace un mes? ¿Por qué querrías que lo vuelva a contratar?

Jungwon se encogió de hombros, tratando de parecer despreocupado.

—Es bueno en su trabajo. Mejor que cualquiera que puedas contratar. Y además, las cosas han estado yendo bien, pero... creo que necesitamos a alguien como él.

Su madre lo observó con curiosidad. Conocía a Jungwon lo suficiente para saber que detrás de su fachada fría, había algo más en juego.

—¿Seguro que es solo eso? —preguntó con una leve sonrisa, sospechando que había más detrás de la solicitud.

Jungwon, con su orgullo intacto, desvió la mirada.

—Solo hazlo, mamá. No es gran cosa.

Ella lo miró por un momento más, notando los matices en la actitud de su hijo, pero decidió no presionarlo más. Sabía que, cuando se trataba de Jungwon, las cosas no siempre eran lo que parecían en la superficie. Así que asintió y dijo:

—Está bien, hablaré con él mañana.

Jungwon asintió, sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo. No podía admitirlo en voz alta, pero sabía que necesitaba que Jay regresara. No solo por el trabajo, sino porque había algo en su presencia que lo hacía sentir... diferente. Y aunque su ego le impidiera reconocerlo, en el fondo, sabía que extrañaba a Jay más de lo que estaba dispuesto a aceptar.


My Personal ChefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora