cap 1: El regreso

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La reunión había terminado, y yo ya no podía más. Había sido agotadora, no solo por la cantidad de información que había tenido que procesar, sino porque, como representante de la región de la costa y caribe, siempre me sentía un poco fuera de lugar en eventos tan formales. Pero no podía quejarme. Amazona y Llano me habían elegido para esto, y era mi deber cumplir con lo que se esperaba de mí. Aún así, estar de vuelta aquí me removía sentimientos que había preferido enterrar.

Hacía mucho que no venía por estos lugares. Mientras caminaba por las calles de la región, el aire me envolvía de una manera que me resultaba extraña, como si nunca hubiera estado aquí antes. Pero al mismo tiempo, una ola de nostalgia me invadía. Todo se veía igual, y a la vez, diferente. Habían pasado años desde aquella última vez. Desde el día en que dejé todo atrás. Desde el día en que la dejé a ella.

La gente me miraba sorprendida. No esperaban verme aquí, y en el fondo lo entendía. Tal vez era demasiado tiempo sin volver, tal vez simplemente no me reconocían. O quizás me recordaban demasiado bien, y se preguntaban por qué había vuelto ahora, después de tanto tiempo. Sentía sus miradas como dagas en mi espalda mientras avanzaba por las calles empedradas.

Justo cuando mi mente estaba a punto de perderse por completo en esos pensamientos, Bolivia sierra me sacó de golpe de mi ensimismamiento. Me había recibido bien desde que llegué, con una sonrisa amable y su inevitable hospitalidad.

—¿Costa? ¿Holaaa? —dijo Bolivia sierra, agitando una mano frente a mí—. La Tierra llamando a Costa. ¿Me escuchas?

Sacudí la cabeza, tratando de volver al presente.

—Lo siento —respondí—, me distraje en mis pensamientos.

Bolivia sierra se echó a reír suavemente, ofreciéndome una taza de café. Lo acepté, agradecida por cualquier distracción que me alejara de lo que realmente me inquietaba. Sabía que ella lo notaba, pero nunca preguntaba. Siempre había sido así. Siempre sabía cuándo callar y cuándo hablar.

Nos sentamos en una pequeña terraza de su casa, una vista perfecta de los Andes en la distancia. El aroma del café llenaba el aire, pero mi mente seguía viajando a ese lugar que me aterraba.

—Debe ser extraño verte aquí, ¿verdad? —preguntó Bolivia sierra, con una suavidad en su voz que me hizo sentir como si me estuviera leyendo el alma.

—Sí, lo es —admití. Tomé un sorbo de café, dejando que el calor me calmara un poco. Pero no era suficiente. Volver aquí siempre sería complicado. Tenía miedo, miedo de encontrarla, de verla, de tener que enfrentar todo lo que nunca resolvimos.

—¿La has visto? —preguntó Bolivia sierra de repente, sus ojos oscuros fijos en los míos.

El corazón me dio un vuelco. Sabía perfectamente a quién se refería, aunque no necesitaba decir su nombre. Ella también lo sabía.

—No —respondí con un hilo de voz—. No sé qué me diría... o qué haría si me la encontrara.

Bolivia asintió en silencio, sin presión, sin juicio. Sabía que no podía huir para siempre, pero también sabía que no estaba lista para enfrentar lo que mi regreso significaba.

El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosas. Bolivia Sierra y yo permanecimos en silencio, contemplando la vista. Sentía que cada minuto que pasaba, mi corazón latía más rápido. Sabía que no podía evitarla para siempre, pero la idea de enfrentarla me producía una mezcla de nervios y dolor.

—No es fácil —continuó Bolivia sierra, rompiendo el silencio—. Volver nunca lo es. A veces, cuando las heridas parecen haber sanado, nos damos cuenta de que solo estaban cubiertas. No se cierran del todo hasta que las enfrentamos.

Miré el horizonte, con las manos temblando levemente alrededor de la taza de café. No estaba segura de si mis heridas podrían sanarse alguna vez. Había dejado tanto sin decir, tanto por resolver. Era más fácil haber escapado. Y ahora, el simple hecho de estar en la misma ciudad me hacía sentir como si me ahogara en mis propios pensamientos.

—¿Y si no quiere verme? —pregunté, la voz apenas un susurro.

Bolivia me miró, su expresión más seria de lo habitual.

—¿Y si sí? —respondió con calma.

Las palabras flotaron en el aire, quedándose suspendidas entre nosotras. No tenía una respuesta para eso. No estaba preparada para considerar la posibilidad de que ella quisiera hablar conmigo, de que pudiera desear lo mismo que yo, cerrar ese capítulo que nunca supimos cómo terminar.

Me levanté de la silla, sintiendo la urgencia de moverme, de hacer algo para distraerme. Bolivia me siguió con la mirada, sin decir nada más. Caminé hasta el borde de la terraza y observé cómo las luces de la ciudad comenzaban a encenderse. Parecía tan tranquila desde aquí arriba, pero sabía que debajo de esa paz superficial, estaba el caos que había dejado cuando me fui.

—Quizás deberías intentarlo, Costa —dijo finalmente Bolivia sierra, su voz suave pero firme—. No puedes huir para siempre. Las cosas que evitas siempre te alcanzan.

Me giré hacia ella, mi corazón golpeando en mi pecho como un tambor. Sabía que tenía razón. No podía seguir huyendo, pero tampoco podía ignorar el miedo que me paralizaba.

—No sé cómo hacerlo —admití.

Bolivia se levantó de su silla y se acercó a mí, poniendo una mano en mi hombro.

—No tienes que saberlo. Solo tienes que dar el primer paso. Todo lo demás vendrá después.

Asentí, aunque la incertidumbre seguía pesando en mi mente. Tal vez tenía razón. Tal vez lo único que necesitaba era ese primer paso. Pero aún no estaba segura de cómo hacerlo, ni si tendría el valor suficiente para enfrentarla.

La noche cayó rápidamente, y con ella, el frío empezó a apoderarse del aire. Bolivia me ofreció quedarme en su casa esa noche, pero sabía que no podría descansar. Mi mente estaba demasiado ocupada, pensando en todas las posibilidades, en todos los escenarios que podían desarrollarse si decidía ir a buscarla.

Me despedí de Bolivia con una sonrisa forzada, prometiéndole que lo pensaría. Mientras caminaba por las calles oscuras, el eco de sus palabras resonaba en mi cabeza: No puedes huir para siempre.

La ciudad se sentía vacía mientras avanzaba, y cada paso que daba me acercaba a una verdad que había intentado evitar por años. Sabía dónde encontrarla. Sabía exactamente el lugar en el que estaría, pero aún no estaba preparada para enfrentarla, no esa noche. Hoy no era el momento, pensé, deteniéndome en seco frente a una esquina que daba al antiguo café donde solíamos ir juntas.

Las luces del lugar estaban encendidas. Desde la ventana, podía ver las mismas sillas y mesas desgastadas por los años. Mi corazón latió con fuerza al notar una figura familiar. Era imposible no reconocerla, incluso desde la distancia. Su perfil, su manera de mover las manos mientras hablaba con alguien más.

Mis pies querían avanzar, pero algo me detuvo. No estaba lista. No todavía. No en ese momento. El miedo y la incertidumbre me invadieron, y aunque parte de mí deseaba entrar, otra parte me rogaba que diera la vuelta, que huyera.

Y así lo hice. Me giré lentamente y me alejé del café, con el sabor amargo de la cobardía en la boca. Pero sabía que esto no había terminado. Solo lo estaba retrasando.

Esa noche me prometí que la próxima vez no huiría. La próxima vez la vería de frente, sin miedo, y finalmente hablaríamos de todo lo que habíamos dejado pendiente. Pero no esa noche.

El destino, siempre caprichoso, me daría otra oportunidad.

Dónde todo comenzó de nuevo 🌸 Colombia x Paraguay 🌸Donde viven las historias. Descúbrelo ahora