Capítulo 5: Huellas en el Viento

12 1 26
                                    


El sonido de sus pasos se desvaneció antes de que pudiera reaccionar. Paraguay no solo se había ido, había huido. La puerta del salón apenas se había cerrado tras ella cuando una sensación de vacío me golpeó en el pecho, dejándome sin aire. Quería correr tras ella, pero mis pies parecían clavados al suelo, incapaces de moverse.

El cielo, que había estado despejado todo el día, se cubrió de nubes grises en cuestión de minutos. Como si el universo respondiera a mi dolor, la primera gota de lluvia golpeó el cristal de la ventana frente a mí, seguida de muchas más. Un torrente que, en cuestión de segundos, convirtió la ciudad en un mar gris.
Cada gota de lluvia que golpeaba las ventanas parecía sincronizada con las lágrimas que luchaba por contener.

¿Por qué había sido tan complicado todo con ella? ¿Por qué, incluso después de tanto tiempo, no podíamos enfrentar las cosas sin que el pasado nos destrozara una y otra vez?

Sin pensarlo, salí del salón (una vez más). Mis pasos eran lentos, pero mi mente iba a mil por hora. ¿Dónde había ido Paraguay? ¿Por qué seguíamos atrapadas en este ciclo interminable de heridas y silencio?

Bajé las escaleras del edificio y salí a la calle. La lluvia caía con más fuerza ahora, pero no me importaba. El frío de las gotas me golpeaba, pero me mantenía en el presente. Necesitaba encontrarla, hablar con ella, terminar lo que habíamos empezado. No podía permitir que esta fuera la última vez que nos viéramos.

-Costa... -Ecuador Costa intentó decir algo, pero su voz era un eco lejano en mi mente. Solo tenía un objetivo en mente.

salí de ese lugar sin despedirme. La lluvia caía en cortinas gruesas, empapándome al instante mientras corría por la acera. El frío de las gotas no podía compararse al frío en mi pecho. Busqué a Paraguay entre las sombras junto con el caos que se desataba a mi alrededor. Mis pasos resonaban en el pavimento mojado, cada vez más rápidos, más desesperados.

Finalmente, la vi. Paraguay corría bajo la lluvia, su cabello empapado pegándosele al rostro. El agua transformaba las calles en ríos, y sus pies chapoteaban en los charcos, pero no se detenían. Corría como si algo más que el agua la persiguiera. Como si el dolor fuera más rápido que ella.

-¡Paraguay! -grité, pero mi voz se ahogó bajo el estruendo del aguacero. Mi corazón latía con fuerza, y el aire quemaba en mis pulmones, pero no podía parar.

Mis piernas temblaban cuando finalmente la alcancé, tomando su brazo con fuerza, obligándola a detenerse. Paraguay intentó soltarse, pero no lo permití.

-¡Suéltame, Costa! -exclamó, su voz quebrada, casi irreconocible.

-No -respondí con la misma intensidad-. No me voy a ir otra vez.

La lluvia nos envolvía como una cortina, empapando cada parte de mí, pero no importaba. Lo único que importaba era ella. Paraguay seguía intentando zafarse, su mirada desesperada, como si el agua y mis palabras fueran más de lo que podía soportar.

-¡No tienes derecho! -gritó finalmente, sus ojos llenos de furia, pero también de algo más. Dolor. Un dolor tan profundo como el mío.

-Lo sé -dije, tragando el nudo que amenazaba con ahogarme-. Sé que no tengo derecho, pero tampoco puedes seguir huyendo de esto. De nosotras.

Paraguay dejó de luchar por un momento, su pecho subiendo y bajando bajo el peso de la tormenta. Sus labios temblaban, y por un segundo pensé que iba a derrumbarse allí mismo, bajo la lluvia, pero en lugar de eso, se apartó de mí, dando un paso atrás, temblando de pies a cabeza.

-¡No hay nosotras, Costa! -exclamó, su voz rota-. ¡No más! ¡Todo lo que teníamos lo destruiste! Y cada vez que vuelves, es como arrancar esa herida de nuevo. ¡Yo no puedo más con esto!

Sus palabras cayeron sobre mí como dagas. Pero no podía retroceder, no podía dejarla ir sin decir lo que había guardado durante tanto tiempo.

-¿Crees que yo puedo? -le grité de vuelta, la lluvia mezclándose con las lágrimas que quemaban en mis ojos-. ¡No puedo dejar de pensar en ti, Paraguay! ¡Cada día, cada maldito día desde que me fui, he pensado en ti! ¿Crees que es fácil para mí verte con ella? ¡Cada vez que te veo, siento como si me estuvieras arrancando el corazón otra vez!

Paraguay me miró, jadeante, pero no dijo nada. Sus labios temblaban, y sus ojos brillaban bajo la tormenta. Estaba tan rota como yo, lo veía en cada línea de su rostro, en cada gesto que hacía para intentar alejarme.

-No sé qué hacer -susurré, mi voz quebrándose al final-. No sé cómo arreglar esto, pero tampoco sé cómo vivir sin ti.

Ella cerró los ojos, y por un momento el silencio fue más fuerte que la lluvia. Nos quedamos allí, bajo la tormenta, con nuestras respiraciones entrecortadas llenando el vacío. Sabía que Paraguay quería decir algo, pero las palabras parecían atoradas en su garganta. Y entonces, de repente, cayó de rodillas.

-No puedo -murmuró, apenas audible-. No puedo seguir así, Costa. Siempre es lo mismo... Siempre duele.

Me arrodillé junto a ella, el agua salpicando a nuestro alrededor mientras la lluvia seguía cayendo sin piedad. La tomé de los hombros, obligándola a mirarme a los ojos.

-Lo sé. Lo sé... -dije suavemente-. Pero por favor... No huyas más.

Sus labios temblaron, y su cuerpo se sacudió con un sollozo ahogado. La furia que había sentido antes se desvanecía, reemplazada por un dolor crudo que no podía contener más. Nos quedamos allí, bajo la lluvia, llorando por todo lo que habíamos perdido y por todo lo que no sabíamos si podíamos recuperar.

-Lo intenté -susurró Paraguay, su voz apenas un murmullo-. Intenté olvidarte. Pero cada vez que pienso que lo he conseguido, vuelves... Y lo arruinas todo de nuevo.

La lluvia golpeaba nuestras pieles, fría y despiadada, pero en ese momento, era lo único que nos mantenía unidas. Nos miramos, temblando, sabiendo que no había respuestas fáciles.

-No quiero perderte otra vez -dije, mi voz quebrada por la desesperación-. Pero no puedo seguir viéndote sufrir así.

Paraguay soltó un suspiro tembloroso, y por primera vez, me miró con una vulnerabilidad que pocas veces había mostrado.

-No sé si puedo perdonarte -dijo, su voz apenas un susurro bajo la lluvia.

Asentí, sabiendo que el perdón no vendría de inmediato. Sabía que quizás nunca llegaría, pero en ese momento, bajo la lluvia, no necesitaba promesas. Solo necesitaba que dejáramos de huir.

Nos quedamos así, arrodilladas en medio de la tormenta, con la lluvia lavando nuestras heridas. No teníamos todas las respuestas, pero en ese instante, no importaba. Estábamos juntas, aunque fuera por un momento, enfrentando el dolor en lugar

-No sé si alguna vez hubo un final, Costa. Tal vez siempre fuimos esto, dos personas que no saben cómo estar juntas sin hacerse daño.-

Respiré hondo, sintiendo el frío de la lluvia empapando mi ropa y respondí

-No quiero que te lastimes -le respondí, acercándome más-. Lo que quiero es arreglarlo, quiero intentarlo... porque, a pesar de todo, sigo amándote.

Mis palabras quedaron suspendidas en el aire entre nosotras, y por un instante pensé que podría haber una pequeña oportunidad de redención, un pequeño espacio en el que podríamos reconstruir lo que habíamos perdido. Pero entonces, escuché una voz.

-Paraguay, ¿estás bien?

Me giré y vi a Uruguay Sur, la otra mujer, la misma que había sido la causa de tantas noches de insomnio y dolor. Estaba allí, al borde del camino, mirándonos con preocupación.

Dónde todo comenzó de nuevo 🌸 Colombia x Paraguay 🌸Donde viven las historias. Descúbrelo ahora