capitulo 1

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El silencio en la sala blanca era asfixiante. Nos habían dividido en pequeños grupos para la primera prueba, una actividad que a primera vista parecía simple. Pero sabía que había algo más detrás. El ambiente, los movimientos calculados de los supervisores, la forma en que nos observaban… todo indicaba que este era un experimento mucho más profundo de lo que parecía.

Mientras trabajábamos en nuestras tareas, noté a uno de los niños en mi grupo, Yuichi. Su respiración se había vuelto irregular, sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba resolver el rompecabezas frente a él. No era un desafío especialmente difícil, pero para él, la presión ya había comenzado a hacer efecto. Al principio, solo respiraba con dificultad, pero pronto, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.

Un leve sollozo rompió el silencio de la sala. Los demás niños levantaron la vista, pero ninguno dijo nada. Sabíamos lo que significaba. Yuichi estaba fallando. Cada segundo que pasaba, su desesperación crecía, y la tarea frente a él se volvía imposible. Finalmente, rompió a llorar, incapaz de continuar.

El resto de nosotros continuamos en silencio, pero todos lo habíamos notado. Yuichi había fallado.

Cuando la prueba terminó, los supervisores comenzaron a pasar entre nosotros, recogiendo los resultados sin una palabra. Las tareas estaban hechas, pero sabíamos que el verdadero propósito no era ver quién había completado el ejercicio más rápido o mejor. Se trataba de quién había roto bajo la presión.

Uno de los supervisores, un hombre de mediana edad con una expresión inmutable, se detuvo frente a Yuichi. Sin decir nada, lo tomó por el brazo y lo llevó al frente de la sala, justo delante de todos nosotros.

El niño seguía llorando suavemente, sin entender lo que venía. Pero yo lo sabía. Todos lo sabíamos, en algún nivel.

—Este niño ha fallado —dijo el supervisor, su voz fría y sin emoción alguna—. Y aquí, el fracaso no es una opción.

Lo que sucedió después fue brutal, inesperado para algunos, pero no para mí. El hombre, sin previo aviso, descargó un golpe directo al estómago de Yuichi. El niño se dobló sobre sí mismo, ahogándose en un grito sofocado. El siguiente golpe fue a su rostro, haciéndolo caer al suelo. Pero no terminó ahí. Golpe tras golpe, el hombre continuó con una crueldad metódica, cada golpe bien calculado, cada segundo prolongando el sufrimiento de Yuichi. El niño estaba indefenso, incapaz de defenderse o siquiera comprender por qué estaba siendo castigado de esa manera.

Los otros niños comenzaron a llorar. El sonido de los sollozos llenó la sala mientras veían cómo Yuichi era golpeado sin piedad. La violencia era demasiado, demasiado cruda para sus mentes jóvenes. Pero nadie se movió. Nadie se atrevió a intervenir.

Cuando el supervisor terminó, Yuichi yacía inmóvil en el suelo, sus sollozos convertidos en apenas un débil jadeo. Estaba destrozado, física y mentalmente. El supervisor se giró hacia nosotros, con la misma calma con la que había iniciado la paliza.

—A partir de hoy —dijo—, el fracaso no es una opción. Quien fracase sufrirá el mismo destino.

La amenaza fue clara. Ninguno de nosotros volvería a mirar una prueba de la misma manera. Este lugar había mostrado su verdadera cara. No se trataba de aprender o mejorar. Se trataba de sobrevivir.

Mientras los otros niños lloraban y temblaban, yo permanecía en silencio, observando. El juego había comenzado, y solo los más fuertes sobrevivirían.

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(Punto de vista de ayanokouji kiyotaka)

La prueba había terminado, y aunque el ambiente seguía siendo el mismo, algo en mí había cambiado. La brutalidad de lo que acababa de presenciar no me afectó de la misma manera que a los demás. No lloré, no me estremecí. Mi mente se mantuvo fría, calculadora. Observé cómo el niño llamado Yuichi yacía en el suelo, incapaz de moverse. No había aprendido nada de la prueba. Nadie había aprendido nada.

Johan Liebert reencarnando en Classroom Of The Élite Donde viven las historias. Descúbrelo ahora