Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos. Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos........
Stanley Marsh no estaba muy seguro de que hacer, ni como proceder, o si en verdad estaba listo para volver a South Park después de cinco años; su computadora portátil estaba prendida, mientras en la pantalla podía ver al "profesional" hablando, intentando explicar los hechos ocurridos, el motivo, las causas, las consecuencias; era la primera vez que Stan veía ese tipo de material multimedia, lo había evitado por mucho tiempo: las entrevistas, los programas especiales, los reportajes, las memorias de lo vivido aquel día eran como una herida enorme que se curaba de manera lenta pero que no dejaba de sangrar, y no encontraba el caso en hacer mas grande la cicatriz, y él no se consideraba un masoquista, mas muchas veces, concluía que era uno.
Dio un largo suspiro, mientras la luz de la pantalla iluminaba sus ojos azul océano, el hombre seguía hablando, repitiendo el término "megalomanía" por décima ocasión durante su explicación sobre el asesino y sus motivos, el azabache no estaba tan seguro de aceptar aquella conclusión, pero en realidad no lo estaba escuchando, el programa especial solo servía de ruido de fondo mientras él se debatía si reír, llorar, o ambas al mismo tiempo; mientras se repetía a si mismo que estaba listo, y que era hora de afrontar a los demonios que dejó cinco años atrás, cuando dejó una anormalmente lúgubre South Park.
La vida de Stan aparentemente era buena, había sido becado como jugador de futbol para el equipo de la Universidad de Denver, y era uno de los alumnos mas brillantes de la carrera de psicoanálisis, estaba a meses de graduarse y tenía casi un puesto seguro en alguna renombrada institución mental particular, donde la gente pagaba cientos de dólares por una terapia al día; Stan sabía que por fuera, parecería que dejó el trauma atrás y que había seguido con su vida de manera contundente; sin embargo, era consciente que su realidad era distinta, no era ni mas adulto, ni mas maduro, tampoco había superado el trauma del evento y no se sentía remotamente mejor, se sentía el mismo adolescente asustado que nunca supo como responder ante la situación.
El profesor Smith (uno de los hombres mas sabios con los que Stan se hubiese topado) era un psicoanalista con varios libros bajo su manga, y su maestro favorito; él platicó con Stan varias veces sobre las consecuencias que había tenido el evento en su vida, y le había sugerido cerrar el capitulo, o lo mas cercano a ello, pues no podía cargar la culpa y el duelo toda su vida. Y Stan sabía que él tenía razón, admitía que había evitado volver a South Park por todos los fantasmas que en ella merodeaban, por todas las memorias, por las vivencias; pero era el momento de enfrentarlas.
Y la conmemoración a las víctimas de la masacre del South Park High School era su oportunidad.
Había recibido varias veces invitaciones al memorial de el tiroteo, era una ceremonia que ocupaba casi todo el día, donde prendían velas, daban discursos frente al monumento a los caídos, la bandera era colocada a media asta, las fotos de los fallecidos se colocaban en el patio, sus nombres eran dichos en voz alta para que luego la congregación gritase "presente", como si ellos nunca se hubiesen ido, y al final habría una pequeña reunión en el gimnasio, llena de bocadillos y palabras de aliento. Stanley las evitó a toda costa, como si de la plaga se tratase; eliminaba los correos por los que lo contactaban, además de siempre pedir aquel día para descansar, dormir hasta tarde y esperar por el día siguiente, intentando no pensar en absolutamente nada.
Mas no esa vez, esa vez sí asistiría, haría todo el ritual: enfrentarse a la gente, a las cámaras y reporteros de las noticias locales, preguntándole sobre lo que recordaba de aquel día, a los maestros y alumnos que estuvieron en las aulas de otros pisos que no vivieron aquel horror pero platicaban sobre la experiencia como si fuese lo peor que les hubiese pasado en la vida, como si ellos fuesen víctimas; y se enfrentaría a la foto en el patio, a la placa conmemorativa, e intentaría no llorar cuando llamasen el nombre de sus amigos caídos.