;o2: De cómo Amane nadó entre sangre

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La noche en la que Fuji partió del pueblo era fría

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La noche en la que Fuji partió del pueblo era fría. Una llovizna ligera caía suavemente, mojando el cabello de ambos. Las ramas crujían, el viento soplaba quedamente y las estrellas se escondían tras espesas nubes.

Nene estaba allí, con una ligera inquietud ahondando en su corazón. Fuji había insistido en que quería que Nene lo acompañara hasta la salida del pueblo, la parte justa en la que el Monte Yūrei se volvía más espeso y el territorio del pueblo llegaba a su fin.

Si le hubiesen preguntado a ella, se hubiera negado rotundamente, pero Fuji fue más inteligente y habló directamente con los ancianos del pueblo. Aoi había insistido en acompañarla, sin embargo, el lugar era peligroso y lleno de espíritus desconocidos, por lo que Nene le pidió que la esperara cerca del Monte, pero sin entrar a él.

—A partir de hoy, querida Nene —La voz de Fuji era lenta y silenciosa. Hablaba tan despacio, como si no quisiera romper el silencio sagrado que reinaba en aquel lugar—, pelearé por tu honor y nuestro futuro.

Su mirada suave, esa pequeña y dulce sonrisa que enmarcaba su rostro, y sus cabellos castaños, humedecidos, adhiriendose a su frente en bucles casi infinitos, embelesaban a Nene en totalidad. Ella deseaba tanto creer en él, quería pensar que sus palabras eran ciertas y que realmente la amaba, ¿pero cómo un corazón dañado puede confiar nuevamente, cuando el veneno de la traición ha sido vertido sobre él? Las dudas se arremolinaban vertiginosamente en su cabeza, mientras una punzada de dolor molestaba en su pecho, haciéndola encongerse ligeramente.

—Rezaré por ti —susurró ella, con su mano en el corazón, apretando con fuerza la tela de su ropa.

Fuji se acercó, apretando fuertemente el mango de su espada con una mano y, con la otra, acariciando dulcemente su cabello rubio. Yashiro se estremecía bajo su toque, temblando, de miedo y placer, bajo el suave tacto de Suzuto.

La mano de él bajó hasta llegar al brazo suyo, halándolo con fuerza para atraerla hacia su pecho. El golpe fue duro, pero el tierno abrazó que le siguió la tranquilizó un poco.

Quizás fue ese estado de vulnerabilidad el que la hizo bajar la guardia, hundiéndose por un instante en la calidez del abrazo. Pero la suavidad, frágil como la porcelana, se quebró en un instante. Un destello metálico cruzó su visión cuando vio cómo Suzuto desenvainaba su espada, jalando su cabello fuertemente, obligándola a arquear su espalda. El filo cortó limpiamente, apenas rozando su nuca, y pequeñas gotas de sangre se filtraron de su piel, descendiendo, y dejando tras de ellas pequeñas rosas.

Los grillos cantaron y las ramas dejaron de crujir. La espada brillaba bajo la tenue luz de la luna, con las estrellas dejándose entrever por pequeños huecos en las espesas nubes. Nene sentía cómo el aire se aprisionaba en sus pulmones, mientras su corazón latía desbocado y su cabeza comenzaba a punzar fuertemente.

—¿Fuji-kun...? —Su voz temblaba. Toda ella temblaba.

—A partir de hoy —Su mirada verdosa veía a un punto indefinido, con su brazo aún rodeando la cintura de Nene—, iniciamos una nueva vida. Una vida lejos de los demonios.

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