Capítulo 5: Ecos del Pasado

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No podía dormir. La noche se cernía sobre mí como una sombra, y los murmullos de mis compañeros resonaban en mi mente. La casa, con su aire cargado de secretos, me mantenía despierta, dándole vueltas a una pregunta que no me dejaba en paz: ¿cómo era posible que este lugar supiera lo que necesitábamos?

Me giré en la cama, intentando encontrar una posición cómoda. La madera crujía bajo mi peso, y el viento soplaba afuera, arrastrando consigo un susurro de historias olvidadas. Miré al techo, imaginando los secretos que las paredes habrían escuchado a lo largo de los años. Aquella casa, a pesar de ser un refugio, se sentía como una prisión.

Recordé la risa de Marco cuando descubrió la despensa llena de ingredientes frescos. La emoción en sus ojos era contagiosa, pero no podía evitar pensar en la extraña coincidencia. ¿Cómo podía la casa proveer exactamente lo que cada uno de nosotros deseaba? La idea me revolvía el estómago.

Me levanté y caminé hacia la ventana. La lluvia golpeaba los cristales, creando un ritmo que me hacía sentir aún más inquieta. Desde allí, podía ver la silueta de la casa, imponente y silenciosa. Cada piso parecía estar escuchando, esperando algo. ¿Era posible que estuviera viva de alguna manera?

Regresé a la cama, pero mis pensamientos eran como sombras danzantes, negándose a calmarse. La inquietud creció al recordar la habitación de Nina, llena de tecnología avanzada, y la de Haruto, un estudio de arte que parecía un refugio para sus sueños. Era como si la casa estuviera leyendo nuestros deseos más profundos y ofreciéndonos lo que necesitábamos.

Me levanté de nuevo, incapaz de resistir la necesidad de investigar. Deslicé mis pies en las zapatillas y abrí la puerta con cuidado. El pasillo estaba oscuro, pero la luz de la luna se filtraba a través de las ventanas, iluminando mi camino. Decidí dirigirme al salón, donde algunos de los inquilinos solían reunirse.

Al llegar, encontré a Yossef sentado solo, su rostro iluminado por una pequeña lámpara. Se veía pensativo, como si también estuviera atrapado en un laberinto de preguntas.

—¿No puedes dormir? —le pregunté, intentando no romper la atmósfera de calma que había creado.

—No, tengo demasiadas cosas en la cabeza —respondió, su voz grave resonando en el silencio—. Esta casa... es extraña.

Asentí, sintiendo que compartíamos la misma inquietud. —¿Te has preguntado cómo sabe lo que necesitamos? La despensa, los estudios... todo parece estar diseñado para nosotros.

Yossef se pasó una mano por el cabello, frustrado. —Es como si tuviera una conciencia propia. Pero eso no puede ser posible, ¿verdad? Tal vez solo somos nosotros proyectando nuestros deseos.

—¿Y si no es así? —pregunté, con un escalofrío recorriendo mi espalda—. ¿Y si la casa realmente sabe más de nosotros de lo que creemos?

Un silencio pesado se asentó entre nosotros. Era como si las paredes estuvieran escuchando nuestra conversación, absorbiendo cada palabra. La sensación de ser observados se intensificó, y una oleada de ansiedad me invadió.

El silencio se volvió denso después de que Yossef compartió sus inquietudes. Su mirada estaba fija en el suelo, como si buscara respuestas en las baldosas desgastadas. La curiosidad me empujó a preguntarle más.

—¿Y tú? —dije, rompiendo la tensión—. ¿Cómo descubriste este lugar? ¿Qué te trajo hasta aquí?

Yossef levantó la vista, una chispa de sorpresa en sus ojos. Parecía que no esperaba que le hiciera esa pregunta. Se quedó en silencio un momento, reflexionando, antes de responder.

—Llegué aquí por casualidad, en realidad. Estaba viajando, buscando un lugar donde pudiera quedarme un tiempo, lejos del ruido de la ciudad. Cuando vi la casa por primera vez, me atrajo de inmediato. Era como si me llamara —dijo, su voz profunda resonando con una mezcla de nostalgia y misterio—. Al entrar, sentí algo... extraño, pero familiar.

—¿Extraño y familiar? —pregunté, intrigada—. ¿A qué te refieres?

—Es difícil de explicar. A veces, hay lugares que parecen resonar con una parte de ti. Como si ya hubieras estado allí en otra vida, o como si la casa conociera tu historia antes de que tú mismo la conocieras. Me sentí bienvenido, pero a la vez, una voz en mi interior me decía que tuviera cuidado.

Me acomodé en el sillón, escuchando con atención. Había algo en su forma de hablar que me hacía sentir que había mucho más detrás de su historia.

—¿Y qué encontraste al llegar? —insistí.

—Cuando crucé la puerta, lo primero que noté fue la decoración. Todo tenía un aire de antigüedad, pero había un cuidado evidente en los detalles. Me senté en el salón y empecé a explorar. Encontré libros antiguos en la biblioteca, historias sobre el pueblo y sus leyendas. Y también... —hizo una pausa, como si pesara sus palabras—. En una de las habitaciones, había un diario.

Mi corazón dio un salto. El diario que había encontrado yo. —¿De quién era?

—De una mujer que vivió aquí hace mucho tiempo. Su nombre era Elena. Sus páginas hablaban de la vida en la casa, de sus sueños y de sus miedos. Pero también había referencias a cosas oscuras, algo que la atormentaba. Cada vez que leía, sentía que la casa le respondía de alguna manera, como si estuviera compartiendo su carga.

—¿Y qué más decía? —pregunté, ansiosa por saber.

Yossef frunció el ceño, como si estuviera intentando recordar con claridad. —Había menciones de sombras que se movían por los pasillos, de susurros en la noche. Describía cómo, a medida que más personas llegaban, la atmósfera cambiaba, y los ecos de sus propios pensamientos se intensificaban. Es como si la casa se alimentara de nosotros, de nuestras emociones.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Las palabras de Yossef resonaban con mis propias experiencias en la casa. Los ecos, los susurros, todo encajaba en un rompecabezas aterrador.

—¿Crees que podría estar pasando lo mismo con nosotros? —pregunté, la voz apenas un susurro.

—Es una posibilidad —respondió, con seriedad—. Pero no podemos dejar que el miedo nos paralice. Si estamos aquí, tal vez tengamos un propósito. Debemos descubrir qué quiere la casa de nosotros y, tal vez, ayudar a aquellos que vinieron antes.

Su mirada se encontró con la mía, y en ese momento, supe que no podía retroceder. La casa no era solo un refugio; era un enigma que teníamos que resolver. Con cada nueva pieza del rompecabezas, el deseo de desentrañar sus secretos se volvía más fuerte.

Nos levantamos del sillón y decidimos reunir al resto del grupo para compartir nuestras inquietudes y descubrimientos. Al salir del salón, el eco de nuestras voces resonaba en los pasillos, como si la casa estuviera escuchando y esperando.

Al final, aunque la incertidumbre seguía presente, había una chispa de determinación en nuestro interior. Nos adentraríamos en los misterios de La Casa de las Sombras, no solo para comprenderla, sino para liberar a quienes habían sido atrapados por ella. El juego había comenzado, y nosotros estábamos listos para jugar.

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⏰ Última actualización: Sep 30 ⏰

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