¿Divorcio?

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Hoy mis papás se pelearon peor que nunca. Yo estaba en el rincón de la sala, abrazando mis rodillas, mientras sus voces rebotaban en las paredes como si fueran pelotas que no paraban de chocar. El aire se sentía raro, como si alguien hubiera apagado todo lo bueno que había en mi casa. Ellos no sabían que yo estaba ahí.

—¡No puedo seguir así, María! ¡No puedo más! —gritó papá, con la cara roja y las manos apretadas en puños. Sus ojos parecían fuego, de esos que ves en las películas cuando todo está por explotar—. ¡Esta vida me está matando!

Mamá se quedó de pie frente a él, con los brazos cruzados, pero yo sabía que estaba triste. Cuando mamá está triste, su labio tiembla un poquito, como si estuviera tratando de no llorar. Pero esta vez no quería llorar, quería pelear.

—¿Te está matando? —dijo ella, levantando la voz tanto que casi me hizo taparme los oídos—. ¿Y a mí qué? ¡A mí me dejaste sola! ¡Nunca estás aquí, Oscar! ¡Nunca te importa lo que pasa en esta casa!

Papá dio un paso hacia ella, y aunque no gritó, su voz sonaba como cuando alguien está tan enojado que apenas puede hablar. Sentí que todo el aire en la sala se fue de golpe.

—¿Cómo que no me importa? —dijo papá, y su voz temblaba de furia—. ¡Trabajo todos los días en esta casa para mantener esta casa! ¡Para que no te falte nada! ¡Ni a ti ni a él! —señaló hacia mí sin mirarme, y me encogí un poquito más en mi rincón. Sabían que yo ahí estaba—. ¿Eso no cuenta para nada? ¿Qué más quieres de mí?

Mamá soltó una risa rara, como si le doliera, pero no porque algo fuera divertido. Se dio la vuelta para no mirarlo, y yo vi cómo se llevaba una mano al pecho, como si le doliera respirar.

—Quiero que seas un padre —dijo ella, con la voz más baja ahora, pero aún así fuerte—. Quiero que estés aquí, Óscar. Que estés con él, con tu hijo. No solo que te digas cansado del trabajo, te sientes a comer y luego te vayas a dormir. Oz ni siquiera te ve. ¿Sabes cuántas veces se ha quedado despierto esperándote? —su voz se quebró, y yo cerré los ojos, deseando no estar escuchando nada, no entendía nada—. ¡Ni siquiera lo sabes!

Papá la miró como si no supiera qué decir. Luego se pasó una mano por el pelo y suspiró tan fuerte que pensé que se iba a romper algo en el aire.

—No es justo, María. No es justo que me digas eso. Estoy haciendo lo mejor que puedo. ¡Estoy tratando de mantenerlo todo junto, trabajando desde casa, con él!

—¿Mantenerlo junto? —repitió mamá, y ahora sí, sus ojos se llenaron de lágrimas que no pudo detener—. ¡Ya no hay nada que mantener! ¡Esta casa se está desmoronando! —levantó una mano y señaló a nuestro alrededor—. ¡Míranos! ¡Nos estamos rompiendo en pedazos!

Las lágrimas de mamá cayeron al suelo, y yo quería ir corriendo a abrazarla, pero mis pies no se movían. Estaba congelado, como si alguien me hubiera clavado al suelo. Sentía un nudo en el estómago, tan fuerte que me dolía respirar.

Papá apretó los dientes, y cuando habló de nuevo, su voz sonaba más tranquila, pero no menos furiosa.

—¿Así que ahora todo es culpa mía? —preguntó, y dio un paso más cerca de mamá—. ¿Todo esto es por mi culpa? ¡Porque trabajo para que no les falte nada! ¡Porque me mato todos los días para que tengamos una vida decente! ¿Eso te parece poco?

—¡No te matas por nosotros, Óscar! —gritó mamá, y su voz retumbó como un trueno en la sala—. ¡Te matas porque no soportas a Oz! ¡Porque esta casa y esta familia te pesan como si fueras un prisionero! ¿O me vas a decir que no?

Papá abrió la boca para decir algo, pero se quedó callado. Su silencio lo decía todo. Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta, como si quisiera salir corriendo de ahí. Y yo lo entendía, porque yo también quería huir. El ruido, los gritos, todo me hacía sentir chiquito, como si estuviera encogiendo más y más con cada palabra.

—¡No te atrevas a irte! —gritó mamá de repente, y la desesperación en su voz me hizo estremecer—. ¡No puedes irte así, no puedes simplemente salir y dejarme con esto! ¡Con él!

Papá se detuvo con la mano en la perilla de la puerta, y por un segundo, pensé que iba a decir algo. Pero no lo hizo. Solo abrió la puerta y salió, cerrándola de golpe tan fuerte que el ruido me hizo saltar. El silencio que quedó fue peor que los gritos. Era como un agujero negro que lo absorbía todo.

Mamá se quedó ahí, parada frente a la puerta, mirando hacia el vacío. Luego sus hombros empezaron a temblar, y antes de que me diera cuenta, estaba llorando. Lloraba tan despacito, como si no quisiera que la escuchara, pero yo la oía. Cada sollozo me hacía sentir más frío, como si el aire de la casa se hubiera convertido en hielo.

Me acerqué a ella despacio, con el corazón latiendo rápido. La abracé por la cintura, buscando consuelo, pero también queriendo darle un poquito de mi calor. Mamá olía a su perfume de siempre, ese que me recuerda a las flores del mercado de la plaza. Pero hoy olía también a tristeza, a esas cosas que te llenan el pecho y no te dejan respirar.

No sé qué va a pasar ahora. No sé qué significa "divorcio", pero creo que es algo muy malo. Y aunque no lo entiendo del todo, siento que algo en mi casa ya no está bien, que algo se rompió hoy. Solo espero que mañana todo vuelva a ser como antes. Aunque en mi corazón, tengo miedo de que ya nunca lo sea.

La novia de mi papáWhere stories live. Discover now