Llamada de mamá

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Ese mismo día, por la noche.

Era de noche en Pátzcuaro y el aire se sentía fresco y húmedo. La brisa suave acariciaba mi cara, y el olor a tierra mojada y flores de cempasúchil llenaba el aire. Los grillos cantaban, como si estuvieran haciendo una fiesta en la oscuridad. Pero, de repente, sonó el teléfono de casa, rompiendo el silencio.

Papá se levantó rápido y miró la pantalla con cara de sorpresa. Me puse nervioso. La voz de mamá salió del teléfono, y se sentía tan calientita, como un abrazo que me llenaba el corazón. No podía evitar sonreír al escucharla, aunque estaba lejos.

—¡Óscar! —dijo su voz, llena de amor—. ¿Cómo estás, amor?

Mi corazón dio un salto. Recordaba cómo su risa llenaba la casa y cómo me abrazaba fuerte. Su voz era como un bálsamo que aliviaba todo lo que sentía en mi interior.

—María, estoy bien... —respondió papá, pero yo noté que su voz sonaba un poco triste, como cuando no encuentra algo que le gusta.

—¿Y Oz? —preguntó mamá, su voz se volvió más suave—. ¿Está contigo?

Me acerqué al teléfono, sintiendo una mezcla de alegría y nervios. En la casa, los colores se mezclaban, y el aroma de las flores empezaba a aparecer para el Día de Muertos. Recuerdo las noches en que mamá me contaba historias mientras preparaba las ofrendas.

—Sí, estoy aquí —dije, tratando de sonar feliz—. Estoy con papá.

—¡Hola, mi amor! —respondió ella, y su voz brilló como si hubiera salido el sol—. He estado pensando en ustedes. Quiero que sepan cuánto los amo.

Sentí un nudo en la garganta. Quería gritarle que la extrañaba y que la casa se sentía vacía sin ella. Pero solo escuché, tratando de no llorar.

—Recuerden que la familia siempre está unida, a pesar de la distancia —dijo mamá—. A veces, las cosas pueden parecer oscuras, pero siempre hay luz si nos mantenemos juntos.

Las lágrimas empezaron a asomarse. Cada palabra de mamá era como un rayo de sol que iluminaba mi corazón. Miré por la ventana y vi las luces de las velas encendidas en la plaza, donde la gente empezaba a preparar sus ofrendas.

—Mamá, ¿cuándo vuelves? —pregunté, tratando de que mi voz no temblara—. La casa se siente muy vacía sin ti.

—Pronto, cariño —prometió ella, con una voz suave como la brisa que entraba por la ventana—. Solo un poco más. Y cuando regrese, haremos una gran cena juntos. ¡Te haré tus platillos favoritos!

Imaginé la mesa llena de comida rica, como los tamales y el atole caliente que tanto me gustaba. Recordé cómo cada año, mamá nos enseñaba a poner las fotos en la ofrenda y a encender las velas para que los que ya no estaban pudieran volver a visitarnos. En ese momento, entendí que, aunque todo fuera un poco difícil, siempre habría amor.

—Te quiero, mamá —dije, sintiendo que las lágrimas me resbalaban por las mejillas—. Extraño tus abrazos.

—Yo también, Oz. Siempre los amo. Cuídense mucho, y cuida a tu papá. Este Día de Muertos va a ser especial, recuerda poner muchas flores.

Cuando colgó, el silencio volvió. Papá y yo nos miramos. Era como si un entendimiento flotara entre nosotros. A pesar de las dificultades, siempre habría amor.

Sentí que, aunque todo fuera confuso y a veces doliera, el lazo entre mamá, papá y yo era fuerte. Con un susurro de esperanza, me acurruqué al lado de papá, deseando que pronto todo volvería a ser como antes. La voz de mamá seguía en mi cabeza, trayendo consigo su amor y la promesa de que pronto estaríamos juntos.

La novia de mi papáWhere stories live. Discover now