Capitulo 7

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Capitulo 7

Raveck.

Siempre obtengo lo que deseo, pero no puedo creer que la hermosa mujer que yace en mis brazos dormida se hubiera entregado a mí. Acurrucada entre mis grandes brazos y mi pecho, observaba minuciosamente cada faceta de su hermoso rostro. Admiraba su belleza, pero, sobre todo, su valentía y determinación. La forma en la que había arriesgado todo para salvar la vida de la mujer.

El amor que sentía por ella creció más en ese momento.

Desde el momento en que la marqué, supe que Ayla era diferente. A lo largo de los siglos, había tomado muchas almas, había presenciado innumerables vidas pasar por mis manos, pero ella... Ella despertó algo en mí que creía olvidado. Cuando nuestras almas se encontraron por primera vez en mi plano, sentí su fuerza, su deseo latente, su temor. Pero también vi su valentía, su determinación y su capacidad de sacrificio. Su alma reclamaba la mía.

Ella se acurrucó entre mis brazos y cubrí su desnudez con mi cálido cuerpo, protegiéndola del frío de la noche. Aún no me puedo creer que se aventurará en medio del oscuro bosque en mi encuentro. Desde mi plano podía sentir su miedo, el temblor de su cuerpo, pero también la fuerza que la impulsaba a llevar a cabo el ritual. Le infundí tranquilidad a través de la marca. Sé que me sintió fluir por su cuerpo. Ella no me llamó por desesperación egoísta, sino para salvar a la otra mujer que la sociedad había desechado. Eso, más que cualquier otra cosa, me hizo amarla. No solo era mía por el derecho de la marca que llevaba, sino porque su espíritu resonaba con el mío.

Cuando Ayla finalmente se entregó a mí, cuando sus palabras imploraron lo que tanto había deseado, la tomé en mis brazos con una mezcla de anhelo y reverencia. Hacía siglos que no sentía tal emoción, si es que alguna vez lo hice. La hice mía, no solo en el plano de las sombras, si no en el mundo físico, y fue un encuentro que superó a cualquier sueño. No era solo placer; era una conexión que atravesaba la oscuridad, que unía nuestras almas en un lazo inquebrantable.

Mientras Ayla dormía en mis brazos, la observé en silencio. Su respiración suave, su cuerpo relajado, su rostro sereno... Todo en ella me fascinaba. Era una criatura mortal, frágil en muchos sentidos, y, sin embargo, poseía una fortaleza que incluso yo, un ser de sombras, no podía ignorar. Mi corazón rebosaba mientras la contemplaba dormir, segura y tranquila en mi regazo. Sabía que jamás podría dejarla, que, a partir de ahora de este instante, ella se había convertido en la dueña de mi oscuro corazón.

La llevé de regreso a su hogar envuelta entre mis sombras, cuidando cada paso que no sintiera el frío de la noche. Entré en la cabaña en silencio, asegurándome de no despertar a la anciana, que dormitaba en el pequeño salón, sentada en una silla vieja de madera, velando por la mujer que yacía tendida en una clase de silla obstétrica. La estancia era pequeña, pero cada rincón estaba bien aprovechado con estanterías repletas de frascos etiquetados. El fuego de la chimenea de piedra calentaba e iluminaba débilmente el pequeño hogar.

Deposité a Ayla con suavidad en su lecho. Su alcoba estaba en la más profunda oscuridad, ausente de velas que iluminaran su habitación; por suerte la oscuridad era mi hábitat natural, pues yo pertenecía a ella y no necesitaba luz, ya que podía ver con claridad. Con un paño limpio, limpié mi esencia y la de ella de su cuerpo. Limpiándola con una ternura que no había creído que fuera posible en mí. Y aunque mi yo posesivo hubiera preferido que llevara mi olor por todas las partes de su cuerpo, decidí limpiarla con cuidado; deslice un camisón limpio sobre su cuerpo, cubriéndola con esmero, como si fuera un cristal delicado que temía romper.

Olfateé su cuerpo y olía a mí. La dejé marcada con mis garras y mi semilla sobre la piel de su espalda. Mi pene se sacudió al pensar en lo caliente que se sentía su cuerpo, en los gemidos que soltaba su boca, y cómo había reconocido que era mía. Mi polla vibraba por entrar dentro de ella y derramarme, llenándola con mi esencia, marcándola con mi semilla. Me contuve. Sabía que en mi primera vez con ella no podría tomar todo de mí. Tenía que trabajar su sexo, estirándolo y prepararlo para que estuviera lista para mi gran miembro. Disipé esos pensamientos, obligando a mi pene a relajarse, pues ya se había puesto duro y listo para la acción.

Respire profundamente y me calme. Y allí, de pie junto a su cama, la observé una vez más. Esta mujer, que había tenido el coraje de invocarme, que había ofrecido su cuerpo y alma para salvar a otra, se había convertido en todo para mí. No solo porque era mía, sino porque ella había elegido serlo, había luchado y sufrido para llegar a este momento.

Me incliné sobre ella y susurré:

- Descansa, mi valiente fierecilla. A partir de ahora, estaré siempre a tu lado, protegiéndote, amándote... esperando pacientemente hasta que desees estar conmigo de nuevo, hasta que nuestros cuerpos y almas se unan una vez más.

Y con esas palabras, me desvanecí en la oscuridad, dejando a Ayla en paz. Pero en lo más profundo de mi ser, sabía que el lazo que nos unía jamás se rompería. Ella era mía, sí, pero más importante aún, yo era suyo, completamente y sin reservas.



Marcada por el incuboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora