Capítulo XXII: El sabor de la violencia

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De repente, una ola de espasmos la ataca sin piedad. Sus extremidades se retuercen salvajemente, fuera de control a causa de un ataque epiléptico. Cada inhalación es una agonía, como si estuviera tragando millones de voraces agujas carcomiéndole la garganta, y llenando sus pulmones con algo más que oxígeno: una ira primordial que intenta desgarrar la superficie de su pequeño cuerpo. 

En medio del caos, agudiza los sentidos más allá de lo natural: cada latido es un colosal rugido y puede sentir el acelerado pulso del verdugo, quien aún la sostiene del cuello, exhausto e inmerso en sus propios pensamientos, ajeno a lo que está ocurriendo.

Los huesos de la niña crujen con un sonido seco y escalofriante, mientras retuerce el cuerpo para doblegar el agarre del hombre. Hasta el momento, Sergei se sentía triunfante, pero su alegría se convierte en pánico al darse cuenta de que algo ha cambiado en ella. Una fuerza tenebrosa ha tomado control de la pequeña, transformando su rostro en una expresión siniestra y perturbadora. Cuando finalmente abre los ojos, ya no refleja inocencia y curiosidad. Ahora, sus ojos son dos puntos negros sumergidos en un ámbar refulgente como un sol agonizante. Y en ellos, Sergei atestigua con terror lo que ha desatado.

Un sudor frío lo recorre mientras el calor en su pecho se convierte en un aplastante peso. Intenta mover las manos, pero le tiemblan los dedos y no puede mantener la firmeza con la que controlaba a la criatura. Siente un escalofrío visceral que se extiende desde la nuca hasta la columna vertebral, como si algo dentro de él reconociera el peligro latente en esa pequeña figura.

—¿Qué mierda...? —balbucea, luchando contra sus propias cuerdas vocales, que parecen haberse roto de repente. Toda su existencia le grita que huya, que corra lejos de aquel ser maligno, pero está paralizado, atrapado por una fuerza primordial que lo atrae hacia ella.

Sergei, poseído por el miedo más primitivo, se aferra a un último y desesperado esfuerzo de valentía. Un rugido áspero sale de lo más profundo de su garganta, pero en lugar de intimidar, suena como un grito angustioso. Levanta el puño con determinación, apuntando directamente al rostro de la niña, y lo descarga con todas las fuerzas que le quedan. El impacto resuena en el aire, pero algo sale mal. No hay ningún crujido de huesos ni atenuación de la carne, como él esperaba.

En cambio, siente cómo su mano rebota contra la piel de la pequeña, que ahora parece extrañamente resistente. No es inmune a los golpes, sino que cada uno es absorbido sin causarle siquiera un rasguño. Las pupilas de Sergei se dilatan hasta el límite, eclipsadas por el asombro y el terror, mientras su propio mano tiembla al retroceder del golpe.

Con una rapidez que desafía toda lógica, Velhara reacciona y con ambas manos rodea el brazo del verdugo que aún la sostiene, y comienza a cerrar los dedos con una fuerza descomunal. A pesar de ser solo una niña, su agarre es terrorífico. Con pequeñas pero afiladas uñas como púas se hunden en la piel de Sergei, rasgándola con precisión quirúrgica a medida que avanzan hacia los huesos y tejidos más profundos. La sangre brota al instante, caliente y pegajosa, mientras sus dedos siguen excavando sin piedad.

El grito de Sergei es inmediato y estremecedor, una mezcla de dolor y terror absoluto. Su brazo empieza a flaquear y, con un último y brutal tirón, Velhara lo desgarra en pedazos, cuyos trozos de piel y músculo descarta de inmediato en la habitación.

Sergei retrocede tambaleándose, desfigurado por el horror. Finalmente, con otro grito desgarrador, la libera, lanzándola con pánico ciego contra la pared. El cuerpo de la niña choca contra una mesa, pero apenas emite sonido alguno. No es el impacto lo que domina el ambiente, sino el grito del verdugo, un sonido burbujeante por la sangre y saliva que lo inunda todo.

Desde fuera, una atmósfera asfixiante se cuela desde el interior, filtrándose a través de las grietas de las paredes de metal improvisadas. Los sonidos que acompañan al aire son una amalgama espeluznante de gritos desesperados y gemidos que resuenan a través del viento frío de la noche que vela por esta carnicería.

Hijos del odio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora