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Jimin lloró, y Yoongi lo abrazó, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que quizás, solo quizás, podían salvarse.

Pero la ciudad no perdona. Y aunque ambos querían salir de ese abismo, sabían que la lucha sería larga. Las drogas seguían acechando, la ansiedad y la depresión siempre presentes. Y el amor, aunque real, a veces no era suficiente.

Meses después del episodio en el hospital, Yoongi y Jimin habían logrado hacer lo que nunca pensaron posible: huir de Los Ángeles. El sol dorado que se desvanecía en la distancia mientras el avión despegaba era un símbolo de todo lo que dejaban atrás, pero también de lo que aún cargaban. Ambos sabían que no se trataba solo de dejar una ciudad; se trataba de arrancarse de un ciclo de autodestrucción que casi los había matado. La verdadera huida no era de las calles de Los Ángeles, sino de ellos mismos.

Los primeros días fuera de la ciudad fueron casi irreales. Yoongi y Jimin se instalaron en un pequeño apartamento en Portland, un lugar elegido no por su fama ni por su vida nocturna, sino por su tranquilidad. Era lo opuesto a Los Ángeles en todos los sentidos. Calles vacías, cielos nublados y un silencio que les resultaba a la vez reconfortante y aterrador. El cambio era abrumador. Estaban solos, solo con sus pensamientos, sin el ruido constante que los había ayudado a adormecer el dolor.

—¿Crees que lo lograremos? —preguntó Jimin una noche, mientras se acostaba junto a Yoongi en el pequeño colchón que compartían.

Sus ojos, grandes y brillantes, parecían buscar algo en la oscuridad de la habitación. Yoongi miró al techo, sin responder de inmediato. Había momentos en los que él también se lo preguntaba. Habían escapado físicamente, pero las marcas invisibles de la ciudad aún estaban allí, latiendo bajo la superficie de sus pieles.

—No lo sé. —respondió finalmente, con una honestidad que lo sorprendió. —Pero aquí, al menos, tenemos una oportunidad.

Pero tener una oportunidad no garantiza la salvación. Los días que siguieron fueron un campo de batalla emocional. Ambos habían dejado las drogas de golpe, y las consecuencias de esa decisión se sintieron con fuerza. Las primeras semanas fueron brutales. Las náuseas, los temblores, la ansiedad que nunca parecía desvanecerse. Cada día era una lucha, no solo contra sus cuerpos, sino contra la desesperación que intentaba colarse en sus mentes.

Jimin era quien más lo sufría, a menudo se despertaba en medio de la noche, sudando y con el corazón acelerado, como si estuviera reviviendo los peores momentos en Los Ángeles. En esas noches, se sentaba en el borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas y las manos cubriéndose el rostro, tratando de contener las lágrimas.

Yoongi, aunque también lo sufría, intentaba mantenerse fuerte por ambos. Había algo en cuidar de Jimin que lo mantenía anclado, como si al protegerlo, pudiera protegerse a sí mismo. Pero no podía evitar preguntarse cuánto tiempo más podrían soportar.

The Devotee [YM] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora