Capítulo 1

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Capítulo 1

Eros

Ese sonido me estaba volviendo loco. Intentaba concentrarme con todas mis fuerzas, prestar atención al debate que se estaba manteniendo en clase, preparar alguna que otra palabra que poder aportar a la conversación. Pero no podía. Ese repiqueteo se había introducido en mi cabeza y me imposibilitaba hacer cualquier otra cosa. Me estaba taladrando el cerebro.

Suspiré y agudicé el oído hasta llegar a los flojos argumentos que algún compañero de clase daba en respuesta a los de Rubi. Pobre iluso. Me sorprendía que alguien tuviera las narices de rebatir a la mismísima Rubi Abad, pues ella siempre era invencible. Puede que por eso estuviera intentando prestar tanta atención al estúpido debate, para encontrar un punto flaco dentro de los sólidos argumentos de la pelirroja y ayudar al pobre chaval a salir de la situación con la dignidad un poco más intacta.

Pero era imposible. Ese sonido era lo único que alcanzaba a escuchar con claridad dentro de la pequeña aula. Giré mi cabeza con brusquedad y con rabia agarré la mano de la chica que tenía sentada a mi lado, y que escribía con una rapidez y fuerza excesiva en su tableta.

-Para. Me estas volviendo loco -Le dije con los dientes apretados.

La chica, una rubia de ojos azules claramente modificados y unas pecas colocadas de forma estratégica sobre sus mejillas, se sonrojó a la vez que se reclinaba sobre su asiento y dejaba de tomar notas. Le solté la mano y volví a prestar atención a lo que ocurría en el aula.

-El punto, Oliver -logré escuchar la voz de Rubi -es que de verdad aprecio tus esfuerzos por contrargumentarme. De hecho, muchas gracias. Esto solo me inclina a mejorar y a darme cuenta de que no puedo subestimar nunca a mi contrincante. Hasta los argumentos para los que no pensaba tener que planificar una respuesta jamás, de los absurdos que son, ¡salen a relucir! Muchas gracias, de verdad, Oliver.

Rodé los ojos. Estúpida ególatra. Rubi era así. Decidida, fuerte, impulsiva. Derrochaba seguridad. Era un torbellino que causaba que más de un cuello se volteara a su paso. Era llamativa, era frenética. Pero, sobre todo era, un puto coñazo.

Rubi era mi hermana. Bueno, en realidad, mi media hermana. Nos conocimos cuando ambos teníamos 15 años y mi padre decidió casarse con su madre y juntar ambas familias. Recuerdo a la perfección el primer día que la vi: alta, con las piernas largas y unos pantalones que deberían ser ilegales debido a su pequeño tamaño. La cara perforada con todos los arillos que te puedas imaginar y el pelo siempre alborotado, sin peinar, y teñido de los colores más estrafalarios de toda la gama. Si alguien me hubiese dicho que la Rubi que conocí hace casi diez años se iba a convertir en la Rubi que tenía a escasos metros de mí en ese preciso instante, me hubiese reído en toda su cara.

¿Rubi? ¿Mi Rubi? Aquella chica con la que pasaba días y días sin aparecer por casa, de fiesta en fiesta, experimentando con todo, probándolo todo... Aquella chica con la que podía pasar horas hablando de los temas más banales del mundo mientras compartíamos un cigarro. Aquella chica que abanderaba el vivir el presente, el no caer ante el sistema, el ser una maldita rebelde capaz de vivir sin rodearse de lujos innecesarios.

Es cierto que mantenía la misma esencia: ese fuego que te incitaba a quemarte. Pero, por lo demás, no quedaba ni rastro de la Rubi a la que yo un día llegué a considerar mi alma gemela. Se había convertido en un soplo de lo que fue en nuestra anterior vida. La veía y veía a una Rubi que intentaba ocultarse a sí misma bajo una fachada de trajes pantalón y un pelo bien planchado de su color rojizo natural.

Era una pena. Pues, igual que no quedaba nada de la Rubi que conocí en Río de Janeiro hace casi una década, me atrevería a decir que poco quedaba del Eros que ella conoció.

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