Capítulo 4
Catalina
Habían pasado varios meses desde que fui consciente de todo lo que estaba ocurriendo. Y peor aún, desde que me comencé a hacer una idea de todo lo que quedaba por ocurrir.
Venían a verme al día decenas de profesionales del mundo de la salud. Me explicaban cosas acerca de mi cuerpo. De mi nuevo cuerpo. Que habían intentado mantener gran parte de mi cuerpo anterior, pero que había sido muy complicado; que habían tenido que recurrir a la clonación; que gracias a los avances de la tecnología todo parecía encajar... ¡Pero que no me preocupase! ¡El cerebro que era la parte más importante estaba intacto!
No paraban de repetirme lo afortunada que me tenía que sentir, pues mi última voluntad se había cumplido. Antes de morir pedí volver a vivir, y ahí estaba, ¡viva! Pero, lo cierto era que me sentía de todo menos afortunada. Más bien, me sentía todo lo contrario. No sabía qué había imaginado o esperado cuando decidí redactar aquella petición en mi lecho de muerte, pero tenía claro que no era nada parecido a lo que estaba viviendo.
Volver a nacer, resucitar, era una maldita odisea. Y dolía mucho. Y cansaba. Tenía que hacer concienzudamente todos los ejercicios fisioterapéuticos para desoxidar mis músculos, seguir una dieta muy estricta y calentar mi voz con jugos de los cuales desconocía sus ingredientes.
Todos los días, Alicia, la enfermera que dormía a los pies de mi cama y que se encargaba de mis cuidados, me ofrecía el espejo. Yo se lo rechazaba educadamente. Desde que me vi por primera vez tenía pesadillas todas las noches con mi reflejo. Me despertaba gritando, envuelta en sudor y con lágrimas cayendo por mis mejillas. Soñaba con Catalina cada una de las noches y la escuchaba gritar enfadada que nunca iba a dejar de ser un frío cadáver, por mucho que me esforzara en ocultarlo.
Habían pasado numerosos meses desde que estaba en ese hospital recuperándome. Volviendo, lentamente, a la vida. Me habitué a aquella habitación y acabé descubriendo que me gustaba estar allí. No recibía más visitas que las del personal del hospital, y eso me agradaba, pues no me sentía preparada para reinsertarme aún en la sociedad.
Descubrí de dónde venía el sonido del mar. Y la verdad, es que me decepcioné cuando lo localicé a través de esos diminutos altavoces que se escondían en las esquinas de la habitación. Alicia me explicó que era una forma de mantener las constantes vitales estables, pues, ¿a quién no tranquiliza el suave sonido de las olas rompiendo contra la orilla? Me dijo que si me molestaba lo podían cambiar, pero le contesté que no hacía falta. Que me gustaba.
Empezaba a ser consciente de la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Y empecé a superar el proceso de despersonalización que había sufrido durante los primeros meses. Asumí que no era nadie más, sino que era yo misma, la principal protagonista de esta historia. Que todo esto, giraba en torno a mí. Que era yo la que había vuelto a la vida. Pero, aún no era capaz de identificar las consecuencias que eso supondría, y menos aún, si serian favorables o perjudiciales.
Una noche me desperté por culpa de las pesadillas y me levanté de la camilla para beber un poco de agua. Cuando puse los pies en el frío suelo me estremecí. Pero, lo que más me extrañó, fue no ver a Alicia durmiendo a los pies de mi cama. Ella era como mi ángel de la guarda, siempre estaba ahí, preparada para socorrerme cuando el demonio con forma de Catalina venía a visitarme cada noche.
Estaba muy sofocada y necesitaba tranquilizarme antes de volver a meterme en la cama, por lo que fui directa a mojarme la cara. Cuando salí del baño, una voz llamó mi atención.
-No podemos hacerle eso -era Alicia.
Miré el reloj, eran las cuatro y cuarto de la madrugada. Me acerqué a la puerta de la habitación y pegué mi oído para intentar escuchar mejor la conversación. El corazón me latía a mil por hora. Nunca había salido de aquel lugar, no sabía qué había detrás de esa puerta, y por un momento, me sentí tentada a abrirla y a unirme a la conversación que se estaba manteniendo a escasos centímetros. Pero no pude. Me daba miedo. Sería romper mi ecosistema, y no podía hacerle eso, no cuando parecía que empezaba a albergar vida.
ESTÁS LEYENDO
BUSCANDO A CATALINA
Romantik"Cuando era una niña me daba miedo la muerte, pero, en su lecho, fui consciente de que debería ser al revés, que era la muerte quien debía temerme a mí"