Capítulo 2: Dolor 🩸

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Fiebre

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Fiebre. Tengo mucha fiebre.

Tiemblo, grito, me encajo las uñas en las palmas de mis manos que poco a poco voy notando que no se rompen, están endurecidas.

Me retuerzo en la cama, grito, pataleo y después me duermo.

Es un ciclo constante que no puedo detener.

Mi corazón está muy acelerado, creo que recibo infartos y vuelvo a despertar para quejarme de nuevo de dolor.

Hasta que todo se detiene.

Abro mis ojos sintiéndolos un poco pesados, me empujo con mis manos para levantarme y es cuando veo que estoy en un cuarto donde hay un catre más a mi lado, las ventanas están tapizadas, estoy en completa oscuridad lo extraño es darme cuenta de que incluso así puedo distinguir todo lo que hay a mi alrededor.

Llevo mis dedos a mis ojos, retirando los lentes de contacto, veo la habitación y tengo una vista perfecta.

Volteo hacia la mesita de noche viendo la jarra de metal gótica y un vaso oscuro, tomo la jarra sintiendo la intensa sed que hay en mis labios secos junto con mi garganta.

Vierto el contenido en el vaso y lo tomo como si estuviera con resaca.

Comienzo a beber como si mi vida dependiera de ello, mi sed se calma y poco a poco el sabor de la sangre lo siento explotar en mis papilas gustativas.

El vaso cae al suelo y se estrella en pedazos.

—¿Qué mierda?

La puerta se abre, una chica de cabello corto negro se acerca con una sonrisa mostrando los colmillos.

—¿Todo bien? No te asustes, estoy aquí para ayudarte, eres mi compañera de cuarto, soy Tatiana, pero me puedes decir Tati.

Ella rodea su catre y ve el desastre en el suelo, la sangre que salpicó hasta nuestras camas de la base de madera.

—¿Te encuentras bien? Puedes hablar conmigo.

—¿Qué fue lo que me pasó?

—Eres una cría.

Mi cuerpo se congela.

—Nuestro señor te convirtió en su nueva cría, aquí vivimos muchos, en total ochenta crías hasta el momento. —Se sienta al lado de mí—. Aún no podemos salir al mundo exterior, somos propensos a hacer mucho daño...

—Daño es el que siempre hacen.

—Oh, nos odias.

—Como no tienes idea.

No la miro, solo miro hacia el suelo donde está parte de la sangre que me bebí como si fuera agua.

—¿Entonces no fuiste voluntaria?

—Jamás lo hubiese sido para convertirme en esta mierda.

Ella se tensa y se mira las manos.

—Es raro, todos aquí fuimos voluntarios, acudimos al club Bloody para ofrecernos y los que estamos en estas condiciones es porque hablamos con nuestro señor o señora para que nos convirtiera —explica—. Entonces nos trajeron aquí. Estamos aquí por nuestro propio pie.

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