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Youngmi estaba tumbada en su cama disfrutando del silencio. Había terminado su primera semana completa de entrenamientos y, finalmente, era domingo, su único día de descanso. Estaba tan agotada que no quería ni moverse. Su cuerpo aún estaba resentido por los intensos entrenamientos físicos, las largas horas de práctica de canto y baile, y las constantes reuniones para su debut. Lo único que quería hacer era quedarse allí, bajo las sábanas, sin pensar en nada.
De repente, el sonido de su teléfono rompió el silencio. Una llamada de Jihye, la hermana de Jungwon, apareció en la pantalla. Youngmi la miró por un segundo, y no pudo evitar que los recuerdos volvieran a inundarla. Jihye y ella se habían convertido en buenas amigas poco después de que Jungwon la llevara a conocer a su familia. Ella y Jihye congeniaron rápidamente, compartiendo bromas y risas durante todo el día. A pesar de que la relación de Youngmi con Jungwon había terminado de forma dolorosa, su vínculo con Jihye no desapareció del todo.
Dos años después de irse, Youngmi volvió a Seúl para visitar el cementerio donde descansaba su hermana. Era una visita anual, pero ese año decidió permitirse un respiro después de la visita. Pensó que todos la habrían olvidado y que no se encontraría con nadie conocido, así que se dio un paseo por las calles de Seúl, con una cierta sensación de libertad que no había sentido en mucho tiempo.
Visitó su cafetería favorita, disfrutando de un café y sus pastelitos favoritos mientras miraba por la ventana, sintiéndose un poco más relajada. Pero ese momento de paz fue interrumpido cuando escuchó que alguien decía su nombre. Se volteó y vio a Jihye mirándola sorprendida desde lejos. El corazón de Youngmi dio un vuelco, y en su incomodidad, fingió no verla. Se levantó rápidamente y se dirigió a la salida, pero Jihye la alcanzó en la puerta.
—¡Youngmi, no te vayas! —gritaba Jihye detrás de ella—. Quiero hablar contigo.
Youngmi siguió fingiendo que no la conocía, con el rostro tenso mientras intentaba alejarse, pero Jihye insistió. Su voz comenzó a subir de tono, llamando la atención de todos en la cafetería.
—¡Te he extrañado! —decía Jihye con desesperación—. ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¡No puedes irte así!
Youngmi no respondía, sus pasos se hacían cada vez más rápidos mientras intentaba huir de la situación. Pero cuando llegó a la calle, Jihye lanzó una amenaza que la detuvo en seco.
—¡Si no te detienes, le diré a Jungwon que te vi! —gritó desde la entrada.
Youngmi se quedó inmóvil. El miedo de enfrentar a Jungwon en ese momento hizo que se detuviera y, con un gesto derrotado, volvió a acercarse a Jihye. La chica la abrazó de inmediato, y aunque Youngmi intentó mantener su compostura, el abrazo cálido de Jihye la desarmó.
Ambas volvieron a entrar a la cafetería y se sentaron en una mesa apartada. Hablaron por un rato, poniéndose al día con lo que habían vivido durante esos años, aunque Youngmi fue cautelosa en compartir demasiados detalles. Al final de la conversación, Jihye le pidió su nuevo número de teléfono para seguir en contacto.
—No creo que esto esté bien —dijo Youngmi, mordiéndose el labio con incertidumbre.
Jihye sonrió de manera traviesa y repitió la misma amenaza.
—Si no me lo das, le diré a Jungwon que te vi.
Youngmi rodó los ojos y no tuvo más remedio que ceder. Escribió su número en el teléfono de Jihye mientras esta le prometía que no le diría nada a su hermano. Sellaron su promesa con un apretón de dedos meñiques. Con un nudo en el estómago, Youngmi se despidió. Tenía su vuelo de regreso en un par de horas, pero desde entonces, hablaban casi a diario, y cada vez que Youngmi volvía a Corea, se encontraban para pasar algo de tiempo juntas.
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