Prefacio

13 1 0
                                    

—Si tuvieras un deseo ahora mismo, ¿qué desearías? —pregunté, llamando su atención. Mi mano se deslizó por su espalda desnuda, esperando su respuesta.

Me miró, inquisitiva, y soltó una suave risa que hizo revolotear mi estómago.

Me pregunto si estaré enfermo, porque esta reacción no es normal. Me gustan mucho las mujeres y no reaccionaba así, salvo una erección, pero con Geneva estoy descubriendo demasiadas cosas, entre ellas de que quiero saltar sobre ella a cada momento, disfrutar de su piel y tener su absoluta atención.

—Mmm, no lo sé —dijo, peinando su cabello del tono más claro que podría existir.

¿Ese tono de verdad existe? Cuando miré su coño para comérmelo y vi vello de ese mismo tono me sorprendí porque pensé que Geneva estaba teñida. Error de mi parte.

—Pero, en este momento, ¿qué quieres? —insistí.

Deseo que me quiera en su vida, que no quiera separarse de mí y me desee más que a cualquier hombre que conozca en su vida.

Se mordió el interior de la mejilla, se dio la vuelta, poniéndose boca arriba en la cama, enseñándome esos pechos llenos. Una de mis manos se posicionó en su esternón, sintiendo su corazón latir acelerado.

Su mano tocó mi quijada, ya bronceada con una barba, y acarició la zona. La yema de su dedo tocó mis labios, tirando suavemente hacia abajo el labio inferior.

—¿En este momento? Quiero ser libre de mi apellido —murmuró —. Ir a algún lugar del que nadie me reconozca.

Una espina se clavó en mi pecho.

Agarré su mandíbula y elevé su rostro para acercarla a mí. Rocé sus labios gruesos y mordisqueé uno de ellos. Todavía recuerdo cómo rodeó esos labios mi miembro hace unos momentos, en la ducha.

Solté su boca.

—Solo tienes que pedirlo y nos iremos a otro sitio —digo contra su boca.

A Geneva no le gusta salir mucho, cada lugar que vamos la gente se le queda mirando por sus rasgos extravagantes y solo pasan unas cuantas semanas antes de que la policía nos atrape. A su lado, nadie me reconoce porque soy solo un criminal.

Ella es demasiado reconocible, sobre todo cuando su familia dio el aviso de su búsqueda y la están cazando.

Intentó teñirse el cabello, pero le dije que no. Amo su cabello platino, que me aspen si dejo que se deshaga esos rasgos que me vuelven loco.

Soltó una risa por lo bajo, aunque careció de humor.

—El gran Orion Valentine no se conforma con una mujer —señaló mi pasado, indiferente.

Muchos han oído hablar de la cantidad de mujeres que se han relacionado conmigo en la prensa amarilla cuando me aburro estando encerrado por mucho tiempo, además de la cantidad de fiestas a las que he ido.

—Te faltó decir el mayor ladrón de joyas de la historia.

Sonrió.

—Quiero todo ti, Geneva —Confesé de golpe —. Quiero tus sonrisas, tu tiempo, tu cuerpo, tus pensamientos...

—¿Qué quieres decir?

—Te quiero a ti, profundamente.

Atrapé su boca, callándola con un beso arrebatador. Me subí encima, protegiéndola con mi cuerpo. La sábana se deslizó de su cuerpo, revelando su desnudez, y me metí entre sus piernas. Ese lugar cálido y húmedo...

Gemí al sentir ese lugar cálido que me hace sentir tan bien, ese coño suave que me aprieta bien la verga.

Introduje mi miembro y casi me vengo al sentir sus paredes húmedas, ya goteando de anhelo. Agradezco de que nos hayamos puesto de acuerdo en no usar preservativos, si no me habría perdido esta experiencia de sentir su vagina.

Gemí a lo alto al sumergirme en su coño maltratado, por la cantidad de veces que lo hemos hecho, hasta sentir las bolas en la curvatura de su culo redondo y grande. Agarré su muslo grueso y la enrollé en mi cadera. Comencé a balancearme en un ritmo constante y, de repente, escuché el chapoteo de sus fluidos y sus gemidos subir de tono. Fue mi señal de aumentar la cadencia.

Soy el único que la moja de esa forma. El único por quién dedicaría esos sonidos. La probé en distintas posiciones durante estas semanas de fuga y sigo teniendo sed.

¿Qué tiene Geneva que me gusta tanto?

Sus uñas se enterraron en mi espalda, gimiendo casi en gritos. Expuso su cuello, hundí mi rostro en la curvatura y besé y mordisqueé la zona, jadeando. El calor aumentaba al punto de abrumar, el cuerpo de Geneva estaba caliente y sudoroso.

Mordí su cuello, hundiendo los dientes, sabiendo que le haría un moretón.

—Dime que me quieres —dije contra su piel.

Curvé la cadera y toqué un punto en su interior que la hizo gritar, comenzó a sollozar, abrumada del placer, y enterró profundamente sus uñas. Tendré la marca de sus manos en mí, razón por la que aceleré el balanceo, hice círculos que provocó que llorara. Sus lágrimas ruedan por sus mejillas y pasé la lengua para secarla, complacido del sabor salado.

—¡Di que eres mía! —gruñí.

Bebí sus gemidos, los sonidos que hacía cada vez que la reclamaba. Dios, no creo que me canse de ella.

Pellizqué su pezón y lo retorcí, en respuesta sus paredes vaginales me apretaron el miembro casi provocando que ruede los ojos del placer que hacía poner mi piel de gallina.

Tuve que concentrarme.

—¡Dilo!

Bajé el ritmo porque sentí sus paredes sufriendo espasmos, significando que está a punto de llegar. Gimió en protesta que me podría haber golpeado si no hubiera agarrado su mano y entrelazar nuestros dedos.

Intentó moverse para buscar su placer, pero la tengo inmovilizada con mi cuerpo, aplastándola contra el colchón. Saqué mi rostro de su cuello, riendo burlesco.

Me miró, desafiante.

—Di que eres mío y yo seré tuya —sentenció, furiosa.

Esbocé una media sonrisa, gimiendo por el dolor en la verga debido a esta lentitud repentina. Quiero correrme, pero primero quiero que admita que me quiere, que me pertenece.

—Es un trato, hada.

Me complació con esa bonita sonrisa.

—¿Entonces? ¿Qué esperas?

—Soy tuyo.

Volví a acelerar, nos miramos, gimiendo en conjunto. Rompió la conexión cuando cerró los ojos, gimoteando. Comenzó a gritar, desesperada, y nuestro vecino golpeó la pared en protesta.

Reí, pero también hice ruido entre risas y gemidos. Apenas son las siete de la mañana, no hemos dormido todavía.

Un escalofrío recorrió mi espalda, llegando al final de mi columna y descargué mi semilla en su interior hinchado. Continué moviéndome porque Geneva no había llegado, así que pellizqué su clítoris y lo acaricié, acompañándolo con el miembro y, entonces, volvió a enterrar las uñas en mi espalda cuando llegó al orgasmo.

Me desplomé sobre su cuerpo sudado y cálido, igual que el mío.

—Soy tuya —pronunció, sin aliento.

No importa cuánto tiempo pase, ella es y será mía hasta que yo decida lo contrario. 




__________________

Ig: alybloom_

El CazadorWhere stories live. Discover now