AMÉRICA
Mis ojos se quedan clavados en un par de esmeraldas brillantes. El hombre que permanece muy cerca de mi rostro provoca que mi piel se erice. Tengo la extraña sensación de que lo conozco, pero al mismo tiempo me da miedo.
—¿Quién eres tú? —repito.
Siento la garganta algo ronca; me duele al hablar. No sé dónde estoy, intento incorporarme, pero no puedo. Me veo conectada a un montón de máquinas y entro en pánico.
—¿Qué hago aquí? —me altero—. ¿Qué es todo esto?
Mi corazón late con tanto frenesí que es imposible no hiperventilar. El hombre de ojos verdes sale corriendo de la habitación y le grita a una enfermera. Lo observo; parece preocupado, actúa como si realmente le importara.
—¿Qué sucede? —insisto.
Pero no me escucha; solo se aparta cuando un doctor se acerca y camina a paso veloz hacia mí.
—Doctor…
Mi voz apenas es un hilo, y quisiera decirle más, pero al parecer mis cuerdas vocales no sirven de mucho cuando comienza a inspeccionar mi cuerpo. Respiro hondo y dejo que haga su trabajo. Me hace varias preguntas sobre cómo me siento.
Me toca en ciertos lugares y repite las mismas preguntas hasta que el hombre de ojos verdes rompe el silencio que nos envuelve.
—Dijo que no me conoce —su voz provoca algo en mi estómago.
Es una mezcla de alegría, tristeza, miedo, respeto, anhelo y deseo, todo en uno. En cuanto el hombre termina de hablar, el doctor vuelve a centrar toda su atención en mí.
—¿Eso es cierto? —pregunta con cautela esta vez—. Señora Henderson.
Su voz apenas audible suena como un siniestro susurro.
—No le recuerdo; es decir, me parece familiar, no lo siento como un extraño completo, es solo que no puedo recordar mucho…
Mi voz se va apagando al ver la mirada furiosa del hombre.
—No es un extraño —carraspea el doctor.
Él lo observa con el ceño fruncido, como si le pidiera permiso por algo en silencio.
—Él es Bryce Henderson, su marido y padre de sus hijos —arguye el doctor.
—¿Hijos? —algo en mi interior se activa y recuerdo a una niña con los ojos del mismo color que el hombre—. Madeline…
—Ella es nuestra hija —interrumpe Bryce.
—Pero el doctor dijo "hijos".
—Estás embarazada de nuestro segundo hijo —afirma con firmeza, reconociendo a Bryce—. ¿No recuerdas nada de lo que pasó?
Niego con la cabeza.
—Señor Henderson, lo mejor será que dejemos que la señora descanse. Al parecer, sufre de una pequeña amnesia y saturar su mente con recuerdos a la fuerza solo ocasionaría que el problema se agrave.
Me quedo callada; sufro de amnesia. El doctor habla con quien dice ser mi marido, le da algunas indicaciones y luego se marcha. Quedarme a solas con él es el menor de mis problemas, ya que estar embarazada y ser una hoja en blanco no es algo sencillo de procesar.
—No te voy a presionar, pero tienes que saber que eres mía —dice en tono urgente.
—Bryce…
—Sí, ese es mi nombre; el único que saldrá de tu boca en los próximos años. Ahora lo importante es que descanses. No quiero que le pase nada al bebé; es un milagro que hayas sobrevivido y no lo hayas perdido —comenta sin respiro.
—¿Qué fue lo que me pasó?
—No te diré nada por el momento.
—Pero quiero saber.
—No.
—Bryce —me muerdo el labio inferior.
Se queda callado, analizando algo hasta que, con dos zancadas, reduce el espacio entre nosotros.
—Tuviste un accidente; ibas en un tren. Las vías estaban dañadas y colapsaron. Eso fue lo que realmente ocurrió.
El tono en que lo dice parece certero y, en el fondo, le creo, porque se siente real.
—El doctor dice que, con el paso de los días, recordarás todo. Descansa…
No escucho lo que dice al final, porque de repente es como si lo oyera bajo el agua. Mi corazón comienza a palpitar con fuerza; sigo el movimiento de sus labios hasta que los mareos me atacan.
—Bryce…
Ni siquiera escucho mi voz. Levanto la mirada una última vez hasta encontrarme con él y, enseguida, cierro los ojos, sintiendo que todo mi cuerpo se alborota, llegando a una sola respuesta: me estoy convulsionando.
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Esposa De Trofeo #1 © [COMPLETA]✅
RomanceEra un día lluvioso. Ella solo quería acabar con el tortuoso contacto de Bryce, un cotizado millonario que se casó con ella y que no estaba dispuesto a dejarla ir sin antes pagar por la traición que le había hecho, obligándola a rendirse ante el m...