Dia 4: Heridas

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"Sanar es mas difícil que causar dolor"

Advertencias: Menciones de ab*so inf4ntil, m4ltr4to familiar, n3glig3ncia, t*rtu4  y vi*l3nci4. 

El dolor era parte de su vida desde que nació. Estaba empalmado en sus huesos, en su sangre. Su madre había intentado cubrirlo de todo el dolor que la vida les mandaba, pero a mitad de camino esa valentía y orgullo que la motivaban se perdió junto con su espíritu de lucha. Después de eso, Severus tuvo que aprender a lidiar con el dolor por su cuenta, como un animal que mostraba sus colmillos y gruñía a sus depredadores, para luego escapar a lamer sus heridas en soledad.

Severus conocía el dolor, estaba acostumbrado a él. Por esta razón, no hizo ningún ruido cuando fue golpeado por dos maldiciones cortantes a la vez, en el pecho, las piernas y el cuello.

No hizo ningún sonido. Algunos podrían decir que esto se debía a qué le habían cortado las cuerdas vocales, Pero Severus se había mordido la lengua y la sangre en su boca estaba ahí mucho antes de que la maldición alcanzará su cuello.

Estaba acostumbrado al dolor, por eso no dejo de pelear contra los mortifagos enmascarados hasta que sus piernas fueron golpeadas nuevamente por una maldición, que finalmente lo obligó a arrodillarse en un charco de su propia sangre.

Severus escucho sus risas, alocadas y triunfantes. Cómo si haber hecho caer a un hombre herido luego de varias horas de lucha y con 6 personas en contra fuera una hazaña de la cual enorgullecerse.

Severus siempre supo que su muerte sería así, violenta y dolorosa. Lo supo desde el día en el que intentaron asesinarlo por primera vez y nadie vino a su ayuda.

Muchos podrían pensar que estaba hablando de aquel incidente del cual nadie tenía permitido hablar, al cual solo él seguía aferrándose como un loco resentido, en vez de olvidarlo por completo en favor de mantener la paz entre todos.

Pero no. No hablaba de ese incidente. La primera vez que paso fue a los siete años. Severus aún tenía el amor de su madre entonces. Él lo veía en sus ojos, ese brillo cálido que le indicaba que era de su sangre, que algún día la haría sentirse muy orgullosa.

Ese brillo desaparecía cada vez que su padre ingresaba en la habitación. El odiaba a su padre por esto.

A la edad de siete años, muchos niños no tienen la capacidad de odiar. Puede que sepan el significado, puede que intenten sentirlo hacia las cosas que no les gusta. Pero no gustar es distinto a odiar.

A Severus no le gustaban los champiñones. No le gustaban los niños de la calle bonita arriba de su propio barrio. No le gustaban los días de lluvia que ponían a todos en la casa de mal humor, pues las goteras eran muy sonoras sobre el piso de madera.

Severus odiaba a su padre. Había aprendido a reconocer el sonido de sus pasos desde su habitación. Había aprendido a decidir si lo más sensato sería fingir estar dormido o esconderse dependiendo de la velocidad, fuerza y constancia de estos.

Severus odiaba su voz, la odiaba cuando estaba llena de ira y resentimiento y groserías. Y la odiaba cuando sonaba vulnerable y patética con miles de "Eileen, por favor. Te amo, cambiaré por ti, lo juro. Lo juro"

Severus odiaba que su madre lo amara más que a él. Severus lo odiaba.

Por eso fue fácil decidir que lo mataría cuando llegó a casa un día, borracho y fuera de su mente, y empezó a golpear a su madre, jalándola del cabello y arrastrándola hasta la habitación.

Fue fácil tomar la primera botella vacía que alcanzo, la misma que Tobías se había terminado ese mismo día, y golpearlo en la cabeza con ella. Una y otra vez.

Flufftober Snupin 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora