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Ballet.
Sus pies quemaban, ardían con un punzante dolor.
Pero tenía que seguir, tenía que terminar esa magnífica pieza.
Por sus compañeras, por sus amigas. Cada paso, cada giro, todo era calculadamente perfecto y preciso, sin errores y sin nada que pulir o corregir. Era como ver a un cisne, moviéndose plácida y minuciosamente por la habitación.
Sus amigas rezaban para que ella no se equivocara, pues sus vidas dependían de las malditas zapatillas de ballet de Aurora, quien contenía las lágrimas.
Y así, calló.
Tropezó de forma estúpida contra sus pies y resbaló por los nervios que revolvían su cabeza sin cesar, su mano se apoyó en esta con molestia y cerró los ojos con brío, soltando un estrepitoso quejido de sus inflamados y temblorosos labios, bañados en un tono violáceo a raíz del gélido clima.
Escuchó dos disparos atrás suyo, y su mundo pareció abatido por primera vez.
Sus compañeras, dos niñas.
Sus amigas.
¿Y qué había echo después de todo el cariño que ellas le contagiaron?
Las había matado, había fallado.
Su agarrotada barbilla fue atrapada por la arrugada y firme mano de Madame B. quien, con amargura y decepción, la miraba detenidamente. Los orbes azules de la rubia ardían, pero no se iba a dar el lujo de llorar en frente de esa mujer.
Jamás.
—Yo..
—Veo a Natalia en tus ojos. Tienes su mirada, su prepotencia. Como ella, estás echa de mármol, eres inquebrantable. Eres una Widow, ¿Entiendes eso?
Sentía como la lastimaba, el dolor del agarre de su barbilla empezaba a molestar y en consecuencia sus apáticos labios se fruncieron con rigidez.
—Serás una asesina, es para lo que naciste y nadie cambiará eso.
