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Al inicio Elliot creyó que todo estaría bien.

El primer día transcurrió de una manera más aterradora al ser consciente de que sus padres estaban muertos y él había sido marcado. No fue hasta días después que, tras preguntarle a Grayson sobre su alfa, él le respondió que jamás se tendría que preocupar por nada.

Se quedó a su lado porque pensó que así estaría a salvo.

Después, y gracias a la marca, sus celos nunca se presentaron y sus feromonas eran casi nulas. Fue fácil creer que estaría a salvo. Era joven. La ingenuidad de los tiernos doce años siempre sería un recordatorio de la estupidez que lo acompañaría por el resto de su vida.

—Cuando te dije que no era seguro que estuvieras aquí no me refería a que regresaras —Grayson lo trajo de vuelta a la realidad—, quiero decir, ¿a dónde se supone que debes ir? Lo poco que se había reconstruido volvió a caer con los Mutantes y Nivus. Regresar a Eliare no es una opción para ninguno, pero tampoco lo es ir con los humanos.

—¿Quieres mandarme a Saturno o algo así?

—De poder hacerlo construiría un universo entero sólo para ti. Mierda, ¿cómo quieres que te abandone, Elliot? Sólo deseo que haya algún lugar donde puedas vivir a salvo, donde conozcas a un alfa que te ame, tengas un trabajo estable y formes una familia, ¿es mucho pedir algo tan irreal? A eso me refería... Perdón si no me supe explicar, no quiero deshacerme de ti, tampoco pretendo mandarte de vuelta a Eliare. Pero...

—No voy a morir.

—Es tan fácil decirlo, pero-

—Voy a sobrevivir porque no vas a dejar que nadie me mate —aseguró—. No puedes permitir que muera.

El corazón de Grayson se hizo pequeñito. Las manos de Elliot deslizándose sobre su muslo hasta su abdomen, bajo su camisa, desencadenaron un oleaje de feromonas, envolvieron al omega, quien volvió a subirse sobre él. Sus manos viajaron hacia la cintura de Elliot.

—No te mezcles con un idiota como yo —Grayson desvió la mirada—. Vas a arrepentirte.

—¿Por qué lo haría?

—Porque si encuentras a un alfa que te ame y te haga feliz será demasiado tarde —lo empujó hacia el asfalto, Elliot no sintió el golpe gracias a que Grayson lo evitó—. Voy a joderte tanto que serás un desastre, Elliot Laxey.

Elliot también desvió la mirada.

—Por mucho que te quiera e incluso si me arrodillo hasta el infierno, ¿de verdad crees que valgo la pena después de todo, Elliot? No olvides quién fue el bastardo que te vendió a Adam.

—Yo...

—Cuando suplicaste para que te salvaran, ¿quién fue el primero en darte la espalda?

—Ya entendí, yo-

—No, no has entendido. No entiendes ni una mierda, Elliot. Todos los días me he preguntado por qué sigues a mi lado, por qué no me odias como los odias a ellos. ¿Te divierte también saber que la culpa me está aplastando? No tengo derecho a nada, no puedo, Elli, no puedo amarte. No puedo...

Elliot lo empujó. Grayson se quedó sentado en el suelo, miraba una piedra pequeña y tampoco quiso seguirlo. Elliot caminó con sus emociones girando como un tornado, las lágrimas aglomeradas en sus ojos ardieron sobre su piel. Se mordió el labio, concentrándose en el dolor, ese calambrito se deslizó por su tráquea y dejó a su paso un nudo que cayó hacia su estómago, salpicando sus entrañas con el jugo gástrico. Vomitó. Elliot se irguió y tiró al suelo lo poco que había comido, su estómago le dolía. Los retorcijones llegaron conforme sus tripas se revolvieron junto al malestar y se le nubló la vista.

La Caída de EliareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora