Capítulo 4

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—Tíos, ¿Quién es el anciano raro? —Severus, si hubiera estado bebiendo algo en ese momento, habría escupido su bebida. La forma en que Potter dijo esa sencilla frase era una mezcla perfecta entre acusación, sarcasmo y un toque de insolencia.

Albus Dumbledore estaba rojo de furia, ¿Cómo se atrevía este niño a ser tan insolente con él? —Escúchame jovencito... —Empezó Albus, señalando con el dedo a Harry hasta que se encontró con el extremo de una varita... la varita de Harry para ser más precisos.

—No, escúcheme usted a mí, anciano. Entra a mi casa, a mi taller, lanzando una bombarda a mi puerta sin saber qué elementos hay en una habitación. Si su hechizo hubiera dado en mis existencias de napalm, ni la mejor magia de escudo hubiera podido contener la explosión. Ya no digamos ese pequeño frasco con polvo de cuerno de Erumpent que casi se cae por la vibración de la explosión—.

Albus, con el rabillo del ojo, observó que cerca de la puerta había una estantería con múltiples frascos y había una serie de ellos sujetos con abrazaderas forradas con algo de apariencia esponjosa y lisa. Uno de esos frascos estaba saliéndose de la abrazadera y casi se había caído. Una gota de sudor frío recorrió su cuello. Si un cuerno ya era volátil, el polvo de cuerno estaba apenas debajo de una bomba atómica pequeña.

Se decía en las leyendas de borrachos que una bruja dejó caer una pizca de polvo en el volcán Krakatoa y tuvieron que decir que fue el volcán el que hizo erupción, cuando este ya estaba por apagarse de por vida. El polvo hizo que el volcán volviera a la actividad al grado de destruir todo su domo.

No, Albus estaba agradecido de que ese polvo no hubiera caído de la estantería. Lo que suponía el misterio de como este chico tenía un material que solo los magos calificados y con permisos especiales de experimentación como pocionistas, alquimistas y sus aprendices, podían adquirir legalmente.

Harry, viendo que Albus parecía debidamente regañado, retiro cuidadosamente su varita y la metió en su soporte.

—Yo... me disculpo. No debí irrumpir así en tu pequeño santuario, mi muchacho, pero escuche hablar a tu tío y creo que malinterprete lo que dijo, pensando que estarías castigado sin cenar y que te habían asignado una lista de tareas enorme para un niño de 11 años—.

Había tantas cosas mal con aquella declaración, que Severus quería darse con la palma en la cara. ¿Cómo es que este mago era considerado el más grande de este siglo? ¿Cómo es que algunos consideraron que pudiera ser el siguiente Merlín? Merlín, siendo un Slytherin, se hubiera dado cuenta en pocos segundos de que este niño era cualquier cosa, menos un chico normal de 11 años.

Este laboratorio era el sueño de un pocionista y/o alquimista. Había frascos y frascos con ingredientes de rareza inconmensurable. Sumado a los artilugios metalúrgicos (como la fragua) y algunos que parecían de un laboratorio muggle de química, los vasos de precipitados y esos tubos largos y delgados para decantar una solución...

Esto era un laboratorio que mezclaba cuatro grandes disciplinas, dos mágicas y dos muggles. Porque además de química, había artículos de electrónica que parecían de una naturaleza sospechosa. Severus no quería adelantarse, pero algunas de las partes electrónicas parecían brazos o piernas rudimentarias y había leído algunas revistas muggles sobre electrónica y robótica. Lo que podría crearse en este lugar podía ser algo tan útil y hermoso como terrible.

Todos parecían estar tensos, así que Petunia decidió que ya habían dejado sufrir suficiente a los magos... por ahora—Está bien, todos, vamos de vuelta a la sala—Algo extrañados, Albus y Severus siguieron a la familia que estaba siendo guiada por Petunia a la sala.

Ya sentados todos, Harry lanzó un hechizo de calor al té, mientras su tía asentía hacia él con agradecimiento. Vernon sirvió el té y Dudley fue a buscar más bocadillos. Una vez que todos estaban con una taza de té, Harry empezó la confrontación.

A Clockwork WizardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora