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En cuestión de mitología, hay una cosa que odio aún más que los
tríos de viejas damas: los toros. El verano anterior había combatido
con el Minotauro en la cima de la colina Mestiza. Pero lo que vi allá
arriba esta vez era peor; había dos toros, y no toros cualesquiera,
sino de brence y del tamaño de elefantes. Y por si fuera poco,
echaban fuego por la boca.
En cuanto nos apeamos, las Herrnanas Grises salieron a escape en
dirección a Nueva Yerk, donde la vida debía de ser más tranquila. Ni
siquiera aguardaron a recibir los tres racmas de propina. Se
limitaron a dejarnos a un lado del camino. Allí estábamos: Annabeth,
con su mochila y su cuchillo por todo equipaje, y Tyson y yo, todavía
con la ropa de gimnasia chamuscada.
—Oh, dioses —dije Annabeth observando la batalla, que perseguía
con furia en la colina.
Lo que más me inquietaba no eran los toros en sí mismos, ni los diez
héroes con armadura completa tratando de salvar sus traseros
chapados en bronce. Lo que me preocupaba era que les toros corrían
or toda la colina, incluso por el otro lado del pino. Aquello no era
posible. Los límites mágicos del campamento impedían que les
monstruos pasasen más allá del árbol de Thalia. Sin embargo, los
toros metálicos lo hacían sin preblemas.
Uno de los héroes gritó: —¡Patrulla de frontera, a mí! —Era la voz de
una chica: una voz bronca que me resultó conocida
«¿Patrulla de frontera?», pensé. En el campamento no había ninguna
patrulla de frontera.
—Es Clarisse —dijo Annabeth—. Venga, tenemos que ayudarla.
Normalmente, correr en socorro de Clarisse no habría ocupado un
lugar muy destacado en mi lista de prioridades; era una de las peores
abusonas de todo el campamento. Cuando nos conocimos trato de
introducir mi cabeza en un váter. Además, era hija de Ares, y yo
había tenido un grave encontronazo com su padre el verano anterior,
de manera que ahora el dios de la guerra y odos sus hijos me
odiaban.

Aun así, estaba metida en un aprieto. Los guerreros que iban con ella
se habían dispersado y corrían aterrorizados ante la embestida de los
toros, y varias franjas de hierba alrededor del pino habian empezado
a arder. Uno de los héroes gritaba y agitaba los brazos mientras
corría en círculo con el penacho de su casco en llamas, como un
fooso mohawk. La armadura de la propia Clarisse estaba muy
chamuscada, y luchaba con el mango roto de una lanza: el otro
extremo había quedado incrustado inútilmente en la articulacion del
hombro de un toro metálico.
Destapé mi bolígrafo y con un temblor empezó a crecer a hacerse
más pesado, y en un abrir y cerrar de ojos tuve la espada de bronce
Amzklusmos en mis manos.
—Tyson, quédate aquí. No quiero que corras más riesgos.
—¡No! —dijo Amiabeth—. Lo necesitamos.
Yo a miré.
—Es un mortal. Tuvo suerte con las bolas de fuego, pero lo que no
puede...
—Percy ¿sabes quiénes son ésos de ahí arriba? Son los toros de
Cólquide, obra del mismísimo Hefesto; no podemos combatir con
ellos sin el Filtro Solar FPS Cincuenta Mil de Medea, o acabaremos
carbonizados.
—¿Qué cosa... de Medea?
Armabeth hurgó en su mochila y soltó una maldición.
Tenía un frasco de esencia de coco tropical en la mesilla de noche
de mi casa. Tenía que haberlo traído, jolines.
Hacía tiempo que había aprendido a no hacerle demasiadas
preguntas, pues sólo lograba quedar todavía más desconcertado.
—Mira, no sé de que estás hablando, pero no voy a permitir que
Tyson acabe frito.
—Percy...
—Tyson, mantente alejado. —Alcé mi espada—. Vamos allá.

Élintentó protestar, pero yo ya estaba corriendo colina arriba, hacia
Clarisse, que ordenaba a gritos a su patrulla que se colocara en
formación de falange; era una buena idea. Los pocos que la
escuchaban se alinearon hombro con hombro y juntaron sus escudos.
Formaron un cerco de bronce erizado de lanzas que asomaban por
encima como pinchos de puercoespín.
Por desgracia, Clarisse sólo había conseguido reunir a seis campistas;
los otros cuatro seguían corriendo con el casco en llamas. Annabeth
s apresuró a ayudarlos. Retó a uno de los toros para que la
embistiera y luego se volvió invisible, lo cual dejó al monstruo
completamente confundido. El otro corría a embestir el cerco
defensivo de Clarisse.
Yo estaba aún a mitad de la cuesta, no lo bastante cerca como para
echar una mano. Clarisse ni siquiera me había visto.
El toro corría a una velocidad mortífera pse a su enorme tamaño; su
pellejo de metal resplandecía al sol. Tenía rubíes del tamaño de un
puño en lugar de ojos y cuernos de plata bruñida, y cuando abría las
bisagras de su boca exhalaba una abrasadora columna de llamas.
—¡Mantened la formación! —ordenó Clarisse a sus guerreros,
De Clarisse podían decirse muchas otras cosas, pero no que no fuera
valiente. Era una chica más bien grandullona, con los ojos crueles de
su padre, y parecía haber nacido para llevar la amadura griega de
combate. Aun así, yo no veía como se las iba a arreglar para resistir
la embestida de aquel toro.
Por si fuera poco, el otro toro se cansó de buscar a Annabeth y,
girando sobre sí, se situó a espaldas de Clarisse, dispuesto a
embestirla por la retaguardia.
—¡Detrás de ti! —chillé—. ¡Cuidado!
No debería haber dicho nada, porque lo único que conseguí fue
sobresaltarla. El toro n.° 1 se estrelló contra su escudo y la falange se
ropió; Clarisse salió despedida hacia atrás y aterrizó en una franja
de terreno quemada y todavía llena de brasas. Después de tumbarla,
el toro bombardeó a los demás héroes con su aliento ardiente y
fundió sus escudos, dejándolos sin protección. Ellos arrojaron sus
armas y echaron a correr, mientras el toro n.° 2 se dirigía hacia
Clarisse para liquidarla.
Me lancé de un salto y la sujeté por las crreas de su armadura.
Conseguí arrastrarla y sacarla de en medio, justo cuando el n,° 2
pasaba como un tren de carga. Le di un mandoble con
Contracorriente y le hice un gran corte en el flanco, pero el monstruo
se limitó a chirriar y crujir, y no se detuvo.
No me había tocado, aunque percibí el calor de su pellejo metálico;
con aquella temperatura corporal habría derretido un helado más
deprisa que un microondas.
—¡Suéltame! —Clarisse me aporreaba la ano—. ¡Maldito seas,
Percy!
La dejé en un montículo junto al pino y me volví para hacer frente a
los toros. Ahora estábamos en la parte interior de la colina y desde
allí se dominaba el valle del Campamento Mestizo: las cabañas, los
campos de entrenamiento, la Casa Grande; todo aquello corría
peligro si nos vencían los toros.
Annabeth ordenó a los demás héroes que se dispersaran y
mantuvieran distraídos a aquellos mnstruos.
El n° 1 describió un amplio círculo para venir hacia mí. Mientras
cruzaba la cima de la colina, donde los límites rnágicos deberían
haberlo detenido, redujo un poco la velocidad, como si estuviera
luchando con un fuerte viento; pero enseguida lo atravesó y continuó
acercándose al galope. El toro n° 2 se volvió también para
ernbestirme; chisporroteaba y arrojaba fuego por el corte que le
haía hecho en el flanco. Yo no sabía si podía sentir dolor, pero sus
ojos de rubí parecían mirarme furiosos, como si se tratara ya de una
cuestión personal, No podía combatir con los dos toros al mismo
tiempo, tenía que tumbar primero al n, ° 2 y cortarle la cabeza antes
de que el n.° 1 me embistiera otra vez. Sentía los brazos cansados y
me di cuenta de que hacía mucho que no me ejercitaba en el manejo
de Contracorriente y había perdido mucha prctica.
Me disponía a atacar cuando el toro n.° 2 me lanzó una llamarada;
rodé hacia un lado mientras el aire se convertía en una oleada de
puro calor y me arrebataba el oxígeno de los pulmones. Tropecé con
algo —tal vez una raíz— y sentí dolor en el tobillo; aun así, me las
arreglé para lanzar un mandoble con la espada y le corté un trozo del
hocico. El monstruo se alejó al galope, enloquecido y ofuscado, pero
antes de que pudiese regodearme dmasiado, noté que me costaba
incorporarme. Lo intenté otra vez y me falló la pierna izquierda; tenía
un esguince en el tobillo, o quizá estuviera roto.
El toro n,° 1 arremetió directamente hacia mí, y no había modo de
apartarse de su camino, ni siquiera a rastras
—¡Tyson, ayúdalo! —gritó Annabeth.
No muy lejos, cerca ya de la cima, Tyson gimió: —¡No puedo... pasar!
—Yo, Annabeth Chase, te autorizo a entrar en el Campamento
Mestizo!
Un trueno pareció sacudir la colina y, de repente, apareció Tyson
como propulsado por un cañón.
—¡Percy necesita ayuda! —gritó.
Se interpuso entre el toro y yo justo cuando el monstruo desataba
una lluvia de fuego de proporciones nucleares.
—¡Tyson! —chillé.
La explosión se arremolinó a su alrededor como un tornado rojo. Sólo
se veía la silueta oscura de su cuerpo, y tuve la horrible certeza de
que mi amigo acababa de convertirse en un montón de ceniza.
Pro cuando las llamas se extinguieron, Tyson seguía en pie,
completamente ileso; ni siquiera sus ropas andrajosas se habían
chamuscado. El toro debía de estar tan sorprendido como yo, porque
antes de que pudiese soltar una segunda ráfaga, Tyson cerró los
puños y empezó a darle mamporros en el hocico.
—¡¡Vaca mala!!
Sus puños abrieron un cráter en el morro de bronce y dos pequeñas
columnas de fuego empezaron a salirle por la orejas. Tyson lo
golpeó otra vez y el bronce se arrugó bajo su puño como si fuese
chapa de aluminio. Ahora la cabeza del toro parecía una rnarioneta
vuelta del revés como un guante.
—¡Abajo! —gritaba Tyson.
El toro se tambaleó y se derrumbó por fin sobre el lomo; sus patas se
agitaron en el aire débilmente y su cabeza abollada empezó a
humear, Annabeth se me acercó corriendo para ver cómo estaba.
Yonotaba el tobillo como lleno de ácido, pero ella me dio de beber un
poco de néctar olímpico de su cantimplora y enseguida volví a 40
sentirme mejor. En el aire se esparcía un olor a chamusquina que
procedía de mí mismo, según descubrí luego: se me había quemado
el vello de los brazos.
—¿Y el otro toro? —pregunté.
Ella señaló hacia el pie de la colina. Clarisse se había ocupado de la
Vaa Mala n.° 2. Le había atravesado la pata trasera con una lanza de
bronce celestial. Ahora, con el hocico medio destrozado y un corte
enorme en el flanco, intentaba moverse a cámara lenta y caminaba
en círculo como un caballito de carrusel.
Clarisse se quitó el casco y vino a nuestro encuentro. Un mechón de
su grasiento pelo castaño humeaba todavía, pero ella no parecía
darse cuenta
—¡o has estropeado todo! —me gritó—. ¡Lo tenía perfectamente
controlado!
Me quedé demasiado estupefacto para poder responder. Annabeth le
soltó entre dientes: —Yo también me alegro de verte, Clarisse.
—¡Arggg! —gruñó ella—. ¡No vuelvas a intentar salvarme nunca más!
—Clarisse —dijo Annabeth—, tienes varios heridos.
Eso pareció devolverla a la realidad; incluso ella se preocupaba por
los soldados bajo su mando.
—Vuelvo enseguida —masculló, y echó a cminar penosamente para
evaluar los daños.
Miré a Tyson.
—No estás muerto.
Tyson bajó la mirada, como avergonzado.
—Lo siento. Quería ayudar. Te he desobedecido.
—Es culpa mía —dijo Annabeth—. No tenía alternativa, debía dejar
que Tyson cruzara la línea para salvarte, si no, habrías acabado
muerto.
—¿Dejarle cruzar la línea? —pregunté—. Pero...
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—Percy —dijo ella—,has observado a Tyson decerca? Quiero decir,
su cara; olvídate de la niebla y míralo de verdad.
La niebla hace que los humanos vean solamente lo que su cerebro es
capaz de procesar, y yo sabía que también podía confundir a los
semidioses, pero aun así...
Miré a Tyson a la cara; no era fácil. Siempre me había costado
mirarlo directamente, aunque nunca había entendido muy bien por
qué. Creía que era porque siempre tenía mantequilla de cacahuete
enre sus dientes retorcidos. Me obligué a concentrarme en su
enorme narizota bulbosa y luego, un poco más arriba, en sus ojos.
No, no en sus ojos.
En su ojo. Un enorme ojo marrón en mitad de la frente, con espesas
pestañas y grandes lagrimones deslizándose por ambas mejillas.
—Ty... son —tartamudeé—. Eres un...
—Un cíclope —confirmó Annabeth—. Casi un bebé, por su aspecto.
Probablemente por esa razón no podía traspasar la línea mágica con
tana facilidad como los toros. Tyson es uno de los huérfanos sin
techo.
—¿De los qué?
—Están en casi todas las grandes ciudades —dijo Annabeth con
repugnancia—. Son... errores, Percy. Hijos de los espíritus de la
naturaleza y de los dioses; bueno, de un dios en particular, la mayor
parte de las veces... Y no siempre salen bien. Nadie los quiere y
acaban abandonados; enloquecen poco a poco en las calles. No sé
como te habrás encontrado con éste, pero es eidente que le caes
bien. Debemos llevarlo ante Quirón para que él decida qué hacer
—Pero el fuego... ¿Cómo...?
—Es un cíclope. —Annabeth hizo una pausa, como si estuviese
recordando algo desagradable—. Y los cíclopes trabajan en las
fraguas de los dioses; son inmunes al fuego. Eso es lo que intentaba
explicarte.
Yo estaba completamente estupefacto. ¿Cómo era posible que no me
hbiera dado cuenta?
Pero no tuve mucho tiempo para pensar en ello. La ladera de la colina
seguía ardiendo y los heridos requerían atención. Y aún había dos
toros de bronce escacharrados de los que había que deshacerse y
que, mucho me temía, no cabrían en nuestros contenedores de
reciclaje.
Clarisse regresó y se limpió el hollín de la frente.
—Jackson, si puedes sostenerte, ponte de pie. Tenemos que llevar los
heridos a la Casa Grande e informar a Tátalo de lo ocurrido.
—¿Tántalo?
—El director de actividades —aclaró Clarisse con impaciencia.
—El director de actividades es Quirón, Ademas, ¿dónde está Argos? Él
es el jefe de seguridad. Deberia estar aquí.
Clarisse puso cara avinagrada.
—Argos fue despedido. Habéis estado demasiado tiempo fuera,
vosotros dos. Las cosas han cambiado.
——Pero Quirón. Él lleva más de tres mil añs enseñando a los chicos
a combatir con monstruos; no puede haberse ido así, sin más. ¿Qué
ha pasado?
—Pues... que ha pasado —me espetó, señalando el árbol de Thalia.
Todos los campistas conocían la historia de aquel árbol. Tres años
atrás, Grover, Annabeth y otros dos semidioses llamados Thalia y
Luke habían llegado al Campamento Mestizo perseguidos por un
auténtico ejército de monstruos. Cuando los acorralaron finalmente
en la cima de la colina, Thalia, una hija de Zes, había decidido
hacerles frente allí mismo para dar tiempo a que sus amigos se
pusieran a salvo. Su padre, Zeus, al ver que iba a morir, se apiadó de
ella y la convirtió en un pino. Su espíritu había reforzado los límites
mágicos del campamento, protegiéndolo contra los monstruos, y el
pino había permanecido allí desde eutonces, lleno de salud y vigor.
Pero ahora sus agujas se habían vuelto aarillas; había un enorme
montón esparcido eu torno a la base del árbol. En el centro del
tronco, a un metro de altura, se veía una marca del tamaño de un
orificio de bala de donde rezumaba savia verde.
Fue como si un puñal de hielo me atravesara el pecho. Ahora comprendía por qué se hallaba en peligro el campamento: las
fronteras mágicas habían empezado a fallar porque el árbol de Thalia
se estaba muriendo.
Alguien lo había envenenado.




Unos cap más y nos centraremos mas en Percy y Clarisse nuestra pareja . a ver se haría mas fácil a mi guiarme de la película y un poco del libro..¿le parece?

QUede asi👁👄👁 cuando Percy describe a Clarisse pero su vista sobre ella va cambiar a 💅💋💋

Pobre  annie el chico que le gusta (creo que ahí le gusta ) va tener un hijo con Clarisse y terminará más que loco de amor por Clarisse.

En fin me despido muak

Touch them and I will kill you  --- Percy jackson x clarisse la rueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora