Me levanté de la cama y me puse algo de ropa, saqué una toalla de
playa y un paquete de seis Coca-Colas de debajo de la litera. La
Coca-Cola iba contra las normas; no se podían entrar refrescos ni
bolsas de patatas del exterior, pero si hablabas con el tipo indicado
de la cabaña de Hermes y le pagabas unos dracmas de oro,
conseguía lo que fuera en el súper más cercano y te lo traía de
contrabando.
Salir a hurtadillas después del toque de queda iba contra las normas
también. Si me pillaban, o bien me metería en un lío, o sería
devorado por las arpías, pero yo quería ver el océano. Allí siempre
me sentía mejor; pensaba con más claridad. Salí de la cabaña, pues,
y me encaminé hacia la playa.
Extendí mi toalla cerca del agua y abrí una lata. Por algún motivo, el
azúcar y la cafeína siempre serenaban mi cerebro hiperactivo. Traté
de pensar en lo que debía hacer para salvar el campamento, pero no
se me ocurría nada. Me habría gustado hablar con Poseidón para que
me diese algún consejo.
El cielo se veía despejado y plagado de estrellas. Estaba repasando
las constelaciones que Annabeth me había enseñado -Sagitario,
Hércules, la Corona Boreal- cuando alguien dijo:
-Hermoso, ¿verdad?
Poco me faltó para atragantarme.
De pie a mi lado, había un tipo con pantalones cortos y una camiseta
de la maratón de Nueva York. Estaba delgado y en buena forma;
tenía el pelo entrecano y sonreía de un modo taimado. Su aspecto me
resultaba familiar, aunque no sabía por qué.
Mi primer pensamiento fue que el tipo había salido a correr por la
playa y había cruzado sin darse cuenta las fronteras del campamento.
Pero se suponía que eso no era posible; los mortales corrientes no
podían entrar en el valle. Quizá la debilidad cada vez mayor del árbol
de Thalia le había permitido colarse dentro, pero... ¿en mitad de la
noche? Además, en los alrededores no había nada, salvo campos de
labranza y terrenos rústicos. ¿De dónde había salido aquel tipo?
-¿Puedo sentarme contigo? -preguntó-. Hace una eternidad que no
me siento.
Sí, ya lo sé: un extraño en mitad de la noche. El sentido común dice
que tendría que haber salido corriendo, gritar pidiendo ayuda,
etcétera; pero el tipo actuaba con tanta calma que me resultaba
difícil sentir miedo.
-Eh, sí, claro -dije.
Él sonrió.
-Tu hospitalidad te honra. Ah, ¡Coca-Cola! ¿Puedo?
Se sentó en la otra punta de la toalla, abrió una lata y echó un trago.
-Uf, esto es ideal. Paz y tranquilidad en...
Un teléfono móvil sonó en su bolsillo.
Suspiró. Sacó el teléfono y yo abrí los ojos de par en par, porque
emitía un resplandor azulado. Cuando extendió la antena, dos
criaturas empezaron a retorcerse en torno a ella: dos culebras
verdes, pequeñas como lombrices.
Él no pareció advertirlo. Miró la pantalla y soltó una maldición.
-Tengo que atender esta llamada. Un seg... -Habló al teléfono-.
¿Hola?
Mientras él escuchaba, las miniculebras siguieron retorciéndose por la
antena a unos centímetros de su oreja.
-Sí -dijo-. Oiga, ya sé, pero... me tiene sin cuidado que esté
encadenado a una roca y con buitres mordiéndole el hígado. Si no
tiene el número de envío, no podemos localizar el paquete... Un
regalo para la humanidad, fantástico... ¿Sabe cuántos regalos
entregamos? No importa. Oiga, dígale que pregunte por Eris en
atención al cliente. Ahora tengo que dejarle.
Colgó.
-Perdón. El negocio de envíos nocturnos va viento en popa. Bueno,
como iba diciendo...
-Tiene unas serpientes en el teléfono.
-¿Qué? Ah, no muerden. Saludad, George y Martha.
―Hola, George y Martha‖, dijo en mi cabeza una voz ronca.
―No seas sarcástico‖, repuso una voz femenina.
―¿Por qué no? -preguntó George-. Soy yo quien hace todo el trabajo.‖
-¡Oh, no volvamos a discutir eso! -El hombre se metió otra vez el
teléfono en el bolsillo-. Bien, ¿dónde estábamos...? Ah, sí. Paz y
tranquilidad.
Cruzó las piernas y levantó la vista hacia las estrellas.
-Hace muchísimo que no tenía un rato para relajarme. Desde que
apareció el telégrafo, ha sido un no parar. ¿Tienes una constelación
favorita, Percy?
Todavía estaba pensando en las pequeñas culebras verdes que se le
habían metido en el bolsillo del pantalón, pero contesté:
-Hummm... me gusta Hércules.
-¿Por qué?
-Bueno... porque tenía una suerte fatal, incluso peor que la mía; lo
cual hace que me sienta mejor.
El tipo rió entre dientes.
-¿No porque fuera fuerte y famoso y demás?
-No.
-Eres un joven interesante. Y entonces... ¿ahora qué?
Comprendí en el acto lo que me preguntaba. ¿Qué pensaba hacer
respecto al Vellocino de Oro?
Antes de que pudiera responderle, salió de su bolsillo la voz
amortiguada de Martha la culebra:
―Tengo a Deméter en la línea dos.‖
-Ahora no -dijo el hombre-. Dile que te deje el mensaje.
89
―No le va a gustar; la última vez que lo hiciste se marchitaron todas
las flores en la sección de envíos florales‖
-¡Pues dile que estoy en una reunión! -Puso los ojos en blanco-.
Perdona de nuevo, Percy Estabas diciendo...
-Hummm. .. ¿Quién es usted exactamente?
-¿Un chico tan listo como tú y no lo has adivinado todavía?
-―¡Muéstraselo! -suplicó Martha-. ¡Hace meses que no adquiero mi
tamaño normal!‖
―¡No le hagas caso! -dijo George-. ¡Sólo quiere pavonearse!‖
El hombre sacó otra vez el teléfono.
-Forma original, por favor.
El teléfono emitió un brillante resplandor azul y se fue alargando
hasta convertirse en una vara de madera de un metro de largo, de la
que brotaron unas alas. George y Martha, ahora culebras de tamaño
normal, se enroscaban juntas en el centro. Aquello era un caduceo: el
símbolo de la cabaña 11.
Se me hizo un nudo en la garganta. Comprendí a quién me recordaba
el tipo con sus rasgos de elfo y aquel brillo pícaro en los ojos...
-Usted es el padre de Luke -dije-. Hermes.
El dios apretó los labios y clavó su caduceo en la arena, como si fuese
el palo de una sombrilla.
-―El padre de Luke...‖ Normalmente, la gente no me presenta de ese
modo. El dios de los ladrones, sí, o el dios de los mensajeros y
viajeros, si quieren ser amables.
-―Dios de los ladrones es perfecto‖, dijo George.
-―No le hagas caso a George. -Martha chasqueó la lengua-. Está
amargado porque Hermes me prefiere a mí.‖
-―¡No es verdad!‖
-―¡Ya lo creo!‖
ESTÁS LEYENDO
Touch them and I will kill you --- Percy jackson x clarisse la rue
FanficUna noche estrellada, mientras el viento susurraba secretos antiguos, Afrodita, la diosa del amor y la belleza, decidió jugar con los hilos del destino. Con un guiño travieso, lanzó un hechizo que transformó un momento de pasión en un giro inesperad...