II

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Isabel contemplaba aburrida a través de una ventana las calles que recorría la movilidad que debía llevarla hasta su escuela.

"Tal parece que este será otro año de porquería..." suspiraba aburrida aquella niña, convencida ya desde a esa edad a que el Perú era un país sin futuro. "¿Para qué nos hacen ir a la escuela, a enseñarnos todas esas tonterías que no nos sirven para nada? ¡Menuda pérdida de tiempo!"

Con ella viajaban otros seis niños, varones en su mayoría, quienes bromeaban ruidosamente entre sí.

Tres de ellos tenían su misma edad, pero no le resultaban nada interesantes a Isabel.

"Parecen niños chiquitos, riéndose de puras tonterías..." reflexionaba para sus adentros la muchacha de forma un tanto despectiva, luego de prestar brevemente oídos a sus ridículas conversaciones.

— ¿Te molesta si pongo música? —preguntó la señora Leonor, quien conducía la movilidad.

A pesar de sus cincuenta y tantos años, casi parecía un poco más jovial que muchos de los niños a bordo de la minivan. Sin esperar respuesta alguna de parte de Isabel, dicha mujer sintonizó una radio romántica, empezando a musitar entre dientes una empalagosa canción de amor, poniéndole tanto sentimiento que cualquiera podría haber jurado que incluso a esa edad estaba aún convencida de ser capaz de encontrar a su príncipe azul.

Isabel no sabía si reír o sentir lástima al momento de presenciar semejante escena.

"Al menos ella es feliz, supongo..." se dijo a sí misma, encogiéndose de hombros.

Poco antes de llegar a su destino, la van realizó un desvío, estacionándose justo frente a una casa de aspecto un tanto siniestro, casi pareciendo estar dicho lugar completamente abandonado.

— ¿Por qué paramos aquí? —preguntó una confundida Isabel a la señora Leonor.

—Falta recoger a un chico todavía...—repuso la aludida, revisando un mapa con su celular, como si tampoco ella misma estuviese del todo convencida de que esa era la dirección correcta.

—Allí no debe vivir nadie...—comentó uno de los chicos en los asientos de atrás—. ¡Le han mentido!

— ¡Claro que no vive nadie allí! —Agregó otro muchacho—. ¡Esa casa está embrujada!

— ¡Ay, por favor! —bufó sarcásticamente Isabel.

Los demás niños se mostraron igualmente escépticos, creyendo que su compañero intentaba tomarles el pelo.

—Es verdad lo que digo...Mi papá me contó la historia: En esa casa vivía un chino que encontró a su mujer con otro hombre, y la mató a hachazos a ella y a sus dos hijos...

— ¡Esa es la historia de la casa Matusita, volado! —No tardó en reponerle de forma burlona uno de los niños—. ¡Estás bien mal tú!

—Además el de la casa Matusita no era un chino, sino un japonés—agregó otro—. ¡Tu papá te contó todo mal, Sandro!

—De seguro fue tu papá el que encontró al chino en su cama con tu vieja...—no pudo evitar agregar de forma maliciosa otro de los niños.

Los demás rompieron a reír a carcajadas, siendo acallados entonces por la señora Leonor.

— ¡Dios santo! ¡Ustedes son muy jóvenes para estar hablando ese tipo de cosas! ¿De dónde ratos las aprenden? ¡Si se ponen así de malcriados nuevamente, se lo haré saber a sus padres!

Y en seguida se puso a tocar el claxon, a fin de que el niño que debía recoger allí se apurase en salir, antes de que se hiciera más tarde.

"Aunque no sea una casa embrujada, debo admitir que me da escalofríos..." pensó Isabel, volviendo la mirada en dirección hacia dicha vivienda. "Hay algo raro allí, pero no sé qué..."

Al tercer claxonazo de la señora Leonor, las puertas de la casa se abrieron, saliendo de esta un niño cabizbajo, que no tardó en subirse a la movilidad con una rapidez semejante a la de un gato.

—Eh...Hola...—dijo finalmente la señora Leonor, en cuanto hubo salido de su sorpresa inicial, consultando luego la hoja donde se encontraban anotados los nombres de los chicos a quienes debía recoger esa mañana—. ¿Tú eres Miguel Cruz Romero...?

Como única respuesta, el aludido se limitó simplemente a asentir con la cabeza de forma casi robótica.

Habiendo recibido tal confirmación, la señora Leonor se dispuso a conducir hasta la escuela; pero no había recorrido más de media cuadra cuando una enorme camioneta roja apareció repentinamente, obligándola a frenar en seco.

— ¡¿Pero qué le pasa a esta gente?! ¡¿Cómo se le ocurre estacionarse justo en plena pista?! —vociferó sumamente indignada la señora Leonor.

Una terrible inquietud se apoderó entonces de Isabel, quien ya comenzaba a intuir que era lo que estaba sucediendo: Ya lo había visto en las noticias...Esos malditos criminales no perdonaban a nadie en absoluto, ni siquiera a los niños.

Y habían comenzado a asaltar las movilidades escolares, a fin de secuestrar a los alumnos. Y solían mutilar o matar a los chicos cuyos padres no entregaban el dinero del rescate dentro del plazo acordado.

Sus peores temores se vieron confirmados apenas un par de segundos después, al oír unos golpecitos en una de las ventanas de la movilidad, afuera de la cual se encontraban unos seis tipos con aspecto de matones.

—Bajen del auto—ordenó uno de estos sujetos, quien traía puesta una máscara de tela negra.

— ¿Pero quiénes son ustedes...?—apenas si alcanzó a preguntar la señora Leonor, antes de que ese sujeto sacase una pistola, apuntándole directamente rostro.

— ¿No me escuchó? ¡Baje del auto ahora mismo!

Némesis II: Laberinto InfernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora