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Con la misma facilidad habrían de ser vencidos muchos otros monstruos que iban apareciendo en el laberinto, cada uno de aspecto más temible y siniestro que el anterior: Bastaba sin embargo que Jesús alzase en alto el báculo mágico en su mano izquierda para liquidar a cada uno de esos adversarios por medio de fulminantes hechizos.

Andrés, por su parte, había empezado a sentir un creciente temor hacia su compañero, preguntándose si acaso dicho sujeto no será en realidad un peligro mayor que los seres de pesadilla que moraban aquel infernal dédalo.

— ¡Mira como intentan escapar esos pobres hijos de puta! —Exclamó Jesús en tono burlón, al darse cuenta de que un par de feroces ogros habían conseguido eludir su último ataque, emprendiendo la retirada—. ¡Los cobardes como ellos se merecen el peor de los castigos!

Dando una cruel risotada, este criminal llevó a cabo un cruel encantamiento por medio del cual hizo que ambos ogros envejeciesen cientos de años en apenas cuestión de segundos, pudriéndoseles el cuerpo de una manera atroz, siendo no obstante incapaces de morir debido al sádico maleficio ejercido sobre ellos.

— ¡Míralos ahora! ¡Querían matarnos, y ahora se arrastran como las patéticas alimañas que son en realidad! ¡No son más que basura!

Dándoles un pisotón en el cráneo, Jesús puso final a la vida de sus dos últimas víctimas, aunque Andrés pudo haber jurado que las manos de ambos ogros seguían moviéndose aún después de haber sido destrozadas sus cabezas, extendiéndose hacia el vacío en forma desesperada.

Recordó la vez que había sido partícipe de su primer asesinato, al unirse a la pandilla de José: Fue durante un tiroteo que tuvieron con la policía en un restaurante...

La bala perdida que él disparó terminó causando la muerte de una chiquilla de apenas seis años de edad, hecho del cual no se enteraría sino varios días después, al leer el artículo de un diario sensacionalista, repleto de fotos macabras.

La niña no había muerto de inmediato, sino que había agonizado durante casi toda una semana en una cama de hospital, en un intento desesperado por salvarle la vida.

Su madre aparecía llorando desesperada, suplicando un milagro con las manos extendidas hacia el Cielo...

Pero sus rezos habían sido inútiles. La niña murió, y sus asesinos quedaron libres.

Ni José ni sus compañeros dieron mayor importancia al asunto.

El propio Andrés, luego de experimentar numerosos remordimientos que le hicieron considerar la posibilidad de apartarse de la vida delincuencial, al final continuó siendo cómplice de aquella pandilla de asesinos.

"Y ahora estoy aquí, atrapado en este infierno... ¡Si tan sólo hubiese una manera de volver el tiempo atrás! Quizá entonces habría otro camino, y no habría terminado de esta manera..." se dijo a sí mismo, mientras él y su pérfido compañero seguían recorriendo las galerías de aquel laberinto hasta llegar finalmente a la cámara cuya entrada se encontraba decorada con las estatuas de dos inmensos jaguares negros de gesto feroz y ojos abiertos de par en par.

"Prometo a Dios que si acaso llego a salir de este lugar de pesadilla, intentaré cambiar de vida... ¡Sí, eso haré! ¡Todavía no es demasiado tarde para intentar redimirme!"

—No se ve ni un carajo aquí... ¡Será mejor que tú vayas delante a fin de que alumbres el camino con tu antorcha! ¡Al menos ayuda con eso!

—Sí, Jesús...

Pero no bien el pobre Andrés ingresó a dicha cámara, no tardó en ser acribillado por un sinnúmero de dardos cargados de una endemoniada ponzoña, bajo cuyo efecto el cuerpo de este delincuente comenzó a hincharse monstruosamente.

— ¡Mierda! ¡Alguien trata de emboscarnos!

Valiéndose de su propio compañero a manera de escudo humano, Jesús lanzó varios hechizos en medio de la oscuridad, esperando que al menos alguno de estos pudiese alcanzar a su atacante desconocido.

—J-Jesús...Por...favor...Ayúdame...—suplicaba Andrés, convertido ahora en una especie de grotesco globo de carne, pareciendo estar a punto de estallar.

—Lo siento, amigo. Pero está claro que ya no hay ninguna salvación posible para ti. Al menos consuélate sabiendo que no vas a morir en vano...

— ¿Qué vas a...?

Andrés jamás llegó a completar su última interrogante: Apenas si alcanzó a sentir el roce del báculo de Jesús en su espalda un segundo antes de que se le saliesen las entrañas del cuerpo, convertidas ahora en incontables tentáculos espinosos cubiertos de ácido que fueron extendiéndose a través de todo aquella cámara siniestra, hurgando incluso dentro de los rincones más escondidos.

Al cabo de unos instantes, estos mismos tentáculos trajeron a rastras los cuerpos estrangulados de unos personajes semejantes a duendes monstruosos, no más grandes que una zarigüeya.

Algunos de estos todavía conservaban en sus manos las cerbatanas por medio de las cuales acribillado a Andrés desde sus escondrijos en las sombras.

— ¡Pensar que unas pobres mierditas como ustedes estuvieron a punto de matarme! —comentó desdeñosamente Jesús, prendiéndole fuego a los cuerpos de aquellos trasgos por medio de un nuevo conjuro de su infalible cayado.

Mientras esos pequeños cadáveres iban consumiéndose en medio de una llamarada azul, el último integrante vivo de la pandilla liderada por José Encarnación volvió su mirada hacia el triste despojo en el que su último compañero había quedado convertido: Los ojos de Andrés habían quedado abiertos de par en par. Incluso parecían estar dirigiéndole una expresión acusatoria, simultáneamente cargada de incredulidad, asombro y rencor.

"No había nada que yo pudiese hacer por Andrés. Él ya estaba próximo a morir de todas maneras..." se dijo a sí mismo aquel criminal, sin dar mayor importancia a lo sucedido.

En vez de ello, centró sus pensamientos en la búsqueda de las partes restantes del cuerpo de su líder José, descubriendo finalmente un altar de piedra sobre el que se encontraba un fardo funerario de color rojizo.

"¡Ese debe ser José!" pensó Jesús, listo para llevar aquellos restos momificados consigo, acaso esperando que estos también se transformasen en armas tan útiles como su infalible báculo.

Sin embargo, en cuanto sus dedos hicieron contacto con aquellas telas, algo comenzó a moverse en su interior...

Dentro de aquel fardo funerario no había ningún cadáver, sino más bien miles y miles de arañas negras, las cuales no tardaron en cubrir a Jesús de pies a cabeza, sin darle tiempo siquiera de reaccionar.

Para cuando este criminal intentó hacer uso de la magia del báculo, las picaduras de estos arácnidos le habían dejado los brazos y piernas totalmente inmovilizados.

Dando toda clase de gritos y maldiciones, aquel criminal fue entonces arrastrado hacia las tinieblas más profundas de aquel laberinto, en medio de cuya insondable oscuridad le parecía escuchar la risa burlona de un muchacho...

Némesis II: Laberinto InfernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora