Señales.
El motor de la van se apagó lentamente mientras Arthur se recargaba en el volante y suspiraba profundamente. Habían estado conduciendo durante horas y la noche estaba a punto de caer. Ellis, cámara en mano, capturaba los últimos momentos de luz mientras bajaban de la furgoneta en una pequeña área de descanso.
—Bien, chicos, esta es nuestra última parada antes de seguir hacia Mount Massive —anunció Ellis, emocionado, mientras guardaba la cámara cuidadosamente en su bolsa. Las estrellas empezaban a brillar en el cielo, y la brisa de la montaña se hacía sentir más fría.
—Por fin —murmuró Richard, estirándose—. Mi espalda no aguanta más este asiento.
Charlie, acurrucada en su chaqueta, caminó hacia la baranda del mirador que tenían delante, observando las montañas en la distancia. A lo lejos, solo se veía oscuridad y un par de luces de las casas de montaña dispersas.
—Es hermoso, pero también da algo de miedo —comentó Charlie, volviendo a los demás.
Mientras Ellis ajustaba su equipo en la parte trasera de la van, no se dio cuenta de que, por el rabillo del ojo, algo oscuro se movía a través de la ventana trasera del vehículo. Una figura sombría y deformada, con ojos brillantes, se asomó por unos instantes. Ninguno de los chicos se percató de ello; la criatura desapareció tan rápido como había aparecido.
—Listo —dijo Ellis, cerrando la puerta de la van y sin notar nada extraño—. Mañana seguiremos, pero antes de eso, quiero repasar algunas cosas con ustedes.
Los chicos asintieron, recogiendo sus cosas mientras la noche caía sobre ellos.
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A la mañana siguiente
El sol despuntaba entre las montañas cuando el grupo se puso en marcha nuevamente. La carretera era cada vez más empinada y serpenteante, y la vegetación más densa. Ellis ya estaba grabando de nuevo, capturando los momentos divertidos e incómodos del viaje.
—¿Cómo vas con eso, Arthur? —preguntó Ellis, apuntando la cámara hacia él—. ¿Te cansas de manejar?
—Podría usar un descanso, pero lo estoy disfrutando —respondió Arthur con una sonrisa torcida—. Es decir, estamos conduciendo hacia un maldito manicomio abandonado en medio de las Montañas Rocosas. ¿Qué podría salir mal?
—No sé si lo dices en serio o en tono sarcástico —dijo Richard desde el asiento del copiloto, con un ligero nerviosismo en su voz.
—Un poco de ambas —respondió Arthur, riendo mientras maniobraba en una curva cerrada.
Ellis giró la cámara hacia Charlie, que estaba sentada junto a él en la parte trasera de la van.
—Charlie, ¿algo que agregar para nuestro “documental de la muerte”? —preguntó con una sonrisa.
Ella lo miró de reojo, divertida.
—Solo que deberías dejar de grabar cada vez que me quedo dormida. Ya tienes suficiente de eso.
—Eso no es suficiente material. ¡El público necesita más! —Ellis hizo un gesto exagerado con la mano, como si estuviera dirigiendo una gran producción.
—¿Qué público? —preguntó Richard, rodando los ojos—. Si las cosas van mal, este video solo lo encontrarán en una carpeta de “evidencias” en un tribunal.
El humor oscuro del grupo los ayudaba a manejar el creciente nerviosismo conforme se acercaban al misterioso Monte Massive. La atmósfera cambió por completo cuando comenzaron a ver las primeras señales de civilización cerca del antiguo hospital psiquiátrico.
Al caer la noche
Con el cansancio a cuestas, los chicos llegaron a un pequeño motel a la orilla de la carretera. Era el típico motel de paso, con una oficina oscura y una docena de habitaciones en fila, todas con puertas de madera desgastada y números descoloridos. Arthur aparcó la van, y todos bajaron aliviados de poder descansar.
—Bueno, esta es nuestra última noche en un lugar medianamente civilizado —dijo Arthur mientras tomaba sus cosas—. Disfruten de las camas mientras puedan.
Ellis cargaba su equipo de cámaras, pero antes de entrar al motel, se detuvo y se giró hacia el grupo con una mirada seria.
—Antes de que vayamos a nuestras habitaciones, necesito que todos escuchen algo.
Los demás lo miraron con curiosidad mientras Ellis sacaba de su mochila un par de walkie-talkies. Los puso sobre el capó de la van, con una sonrisa que mostraba tanto emoción como ansiedad.
—¿Walkie-talkies? —preguntó Richard, levantando una ceja.
—Exacto. Si algo sale mal mañana, vamos a necesitar comunicarnos. Así que conseguí estos —respondió Ellis—. Cada uno de nosotros tendrá uno. Si nos separamos o si ocurre algo extraño, podrán llamarme inmediatamente. La señal debería funcionar sin problemas en las montañas.
Charlie tomó uno de los aparatos y lo miró con escepticismo.
—¿Y por qué no usamos nuestros teléfonos como personas normales?
Ellis sonrió, como si estuviera esperando esa pregunta.
—Es cierto, pero también traje esto —dijo mientras sacaba con orgullo un enorme teléfono Motorola Dynatac 8000x, un armatoste de los años 70 que parecía más una pieza de museo que un dispositivo funcional.
Arthur y Richard lo miraron atónitos.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Arthur, incrédulo.
—Este es un teléfono de emergencia —respondió Ellis, sosteniéndolo como si fuera un tesoro—. Solo lo usaríamos si todo lo demás falla. Tiene una batería de solo 60 minutos, pero si estamos en problemas, podríamos usarlo para hacer una última llamada.
Charlie lo miró con una mezcla de diversión y preocupación.
—¿Un teléfono de los 70? ¿De verdad crees que va a funcionar en las montañas?
—Por supuesto —dijo Ellis, convencido—. Si todo se va al infierno, este teléfono será nuestra única salida. Así que guarden los walkie-talkies y recuerden: si algo pasa, llámenme de inmediato.
Todos tomaron sus walkie-talkies con una mezcla de desconcierto y resignación. Sabían que Ellis estaba entusiasmado con el viaje, pero también reconocían que todo esto podía ponerse muy peligroso muy rápido.
Ya instalados en sus habitaciones, el grupo intentaba relajarse. El cansancio les pesaba, pero la tensión del día siguiente no les permitía bajar la guardia del todo.
Pasada la medianoche, mientras todos estaban medio dormidos, un golpe suave en la puerta del cuarto donde estaban Ellis y Charlie los hizo saltar. Ellis se levantó de inmediato, con una extraña mezcla de emoción y nerviosismo.
Abrió la puerta y encontró un sobre en el suelo. Lo recogió y lo abrió rápidamente. Dentro había una pequeña nota, escrita con una caligrafía apresurada:
"Ya están a unos pasos de llegar al Monte Massive. Sigan con cuidado."
Ellis sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se giró hacia Charlie, que lo miraba con ojos entrecerrados.
—¿Qué dice? —preguntó ella, algo somnolienta pero también alerta.
Ellis le mostró la nota y, sin decir una palabra, ambos sabían lo que significaba.
Ya estaban demasiado cerca.
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Outlast: Return. [+18]
ParanormalHan pasado diez años desde el cierre definitivo del Centro Psiquiátrico Mount Massive, un lugar infame marcado por el horror y el caos provocado por experimentos inhumanos. Las autoridades lo declararon como un caso cerrado, ocultando los detalles m...