Unos días después de su salida con Eliza, Mary se encontraba en el jardín de su mansión, sumida en la tranquilidad que ofrecía el lugar. La tarde era cálida y el aroma de las flores que bordeaban el sendero llenaba el aire con una fragancia suave y dulce. Sentada en un banco de piedra, Mary garabateaba distraídamente en su libreta, dibujando formas abstractas y palabras sueltas que reflejaban su estado de ánimo. Aunque disfrutaba de la paz, sus pensamientos a menudo divagaban hacia la reciente conversación con Eliza sobre Candy, lo que la mantenía intrigada y un poco inquieta.
El murmullo de la brisa entre las hojas y el canto lejano de algunos pájaros creaban un ambiente perfecto para la reflexión. Sin embargo, su tranquilidad se vio interrumpida de repente por un sonido, y antes de que pudiera reaccionar, un joven apareció ante ella, sosteniendo un elegante jarrón de porcelana. Mary se sobresaltó y dejó caer la libreta al suelo.
— Oh, lo siento mucho. —dijo el joven con una sonrisa amplia y genuina, mientras se inclinaba para recoger la libreta. Era Anthony, aunque ella no lo sabía en ese momento—. No quise asustarte. Solo vine a entregarte esto. —Levanta el jarrón en sus manos, mostrando su delicada decoración, mientras sus ojos brillaban con una amabilidad innegable.
Mary se recuperó rápidamente del susto, parpadeando un par de veces para centrar su atención en él. La sorpresa le dio paso a la curiosidad. El joven era atractivo, con el cabello dorado que brillaba a la luz del sol y una postura relajada que le otorgaba un aire de confianza.
— No te preocupes, no fue nada —respondió Mary, recogiendo la libreta que él le ofrecía. Se sintió aliviada al ver la sonrisa en el rostro de Anthony, que parecía como el de un príncipe salido de un cuento. Sin embargo, el jarrón que sostenía captó su atención—. Es muy bonito. Gracias.
— Es un presente de mi tía abuela, la señora Elroy —explicó Anthony, acomodándose en el borde del banco junto a ella—. Somos vecinos, y ella quería disculparse por no haber podido presentarse adecuadamente la vez pasada. Mis primos me hablaron de una chica en esta mansión que parecía estar un poco indispuesta ese día, y pensé que sería un buen gesto traer algo para ti.
Mary sintió un ligero rubor en sus mejillas. Recordaba claramente el día en que sus caminos se habían cruzado, cuando la habían sorprendido en un estado desaliñado y algo avergonzado. Era extraño pensar que él había oído hablar de ella.
— Ah, bueno, supongo que fue un día algo... peculiar —admitió, sintiéndose un poco tonta mientras intentaba justificar su comportamiento—. Pero ahora estoy bien, gracias.
Anthony soltó una pequeña risa, una risa que resonaba con calidez y comprensión.
— No te preocupes. Mis primos me dijeron que era un encuentro inusual. La verdad, fue un momento algo cómico. A veces, esos encuentros inesperados pueden ser divertidos, ¿no crees?
Mary sonrió, aliviada por su actitud despreocupada. A pesar de su inicial sorpresa, la conversación con Anthony fluía de forma natural. Había algo en su manera de hablar que hacía que ella se sintiera cómoda. Se dio cuenta de que había estado demasiado enfocada en las palabras de Eliza sobre él y su familia, pero en ese momento, solo veía a un joven amable y sincero frente a ella.
— Sí, a veces pueden serlo —respondió, disfrutando de la compañía. Las palabras de Anthony parecían romper las barreras que Eliza había levantado en su mente sobre la familia Ardlay.
Mientras se sumergían en la conversación, Mary no pudo evitar sentirse intrigada por él. Su voz era suave y su risa, contagiosa. Poco a poco, se fue desvaneciendo la incomodidad inicial, y el jardín comenzó a parecer un lugar aún más acogedor.
— Mis primos, Stear y Archie, son algo excéntricos a veces —continuó Anthony—. A veces tienen ideas locas sobre cómo pasar el tiempo. Pero son buenos chicos, realmente. La próxima vez que vengan por aquí, deberías unirte a nosotros. Siempre es más divertido con más compañía.