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Con el paso de los días, Mary había continuado siendo cómplice de las maldades de Neil y Eliza contra Candy. Aunque nada tan grave como el incidente del caballo, había estado presente en pequeños momentos de humillación: comentarios malintencionados, miradas de desprecio, y bromas crueles que la dejaban siempre en una posición incómoda pero silenciosa. A pesar de que a veces sentía una punzada de culpa, la sensación de pertenecer y ser parte del círculo de los Leagan mantenía su moral en una especie de gris, sin ser capaz de ponerle fin a esa alianza que ya había formado.

Unos días después, la tensión en su vida dio un giro diferente cuando, al regresar a casa después de uno de esos encuentros con los Leagan, su madre la esperaba en la entrada con una expresión severa. Lady Brancher, siempre impecablemente vestida, alisaba la falda de su vestido de seda con dedos tensos mientras sus ojos recorrían de arriba abajo la figura de su hija.

—Mary, tenemos que hablar —dijo su madre, sin esperar a que Mary entrara por completo. Había un tono de desaprobación marcado en su voz.

Mary, algo sorprendida, dejó caer su bolso en una silla y se volvió hacia su madre.

—¿De qué se trata, madre?

Lady Brancher la miró, sus ojos fríos y críticos. Tomó una respiración profunda antes de hablar.

—Tu aspecto, Mary. No has estado prestando la suficiente atención a tu presentación personal. ¿Te has visto en el espejo últimamente? Pareces descuidada, y eso no es aceptable. Somos los Brancher, y como hija mía, debes representar la dignidad y el peso de nuestro apellido. —Su madre la examinó con una mirada dura, como si cada detalle fuera una ofensa personal.

Mary frunció el ceño, sin poder evitar sentir cómo la irritación subía a su garganta. Estaba exhausta, tanto emocional como mentalmente, por las cosas que había estado haciendo con los Leagan. El hecho de que su madre la juzgara solo por su apariencia física le pareció casi insultante.

—¿No tienes nada más que decirme aparte de eso? ¿Todo lo que importa es cómo me veo? —dijo Mary, tratando de mantener la calma.

Lady Brancher la miró, un destello de sorpresa en sus ojos ante el tono de su hija.

—Mary, no es solo sobre cómo te ves. Es sobre lo que representas. Las apariencias son importantes en nuestra sociedad, y si deseas moverte en los círculos adecuados, debes comprenderlo. Los Ardlay, los Leagan... todos prestan atención a estos detalles. Si no te ves impecable, la gente no te respetará ni te tomará en serio.

Mary apretó los puños, sintiendo la presión de las expectativas de su madre caer sobre ella como una losa. El constante énfasis en el prestigio, en mantener una imagen perfecta, la sofocaba. Todo lo que había hecho últimamente, incluso su complicidad con Neil y Eliza, parecía girar en torno a la misma necesidad: encajar, ser aceptada, ser alguien de importancia.

—No todo puede girar en torno a las apariencias, mamá. Hay cosas más importantes —murmuró Mary, casi para sí misma.

—No seas ingenua, Mary. En este mundo, las apariencias lo son todo —replicó Lady Brancher, con un suspiro de frustración—. Espero que entiendas lo que está en juego aquí. No solo es tu nombre, es el de toda la familia.

Mary evitó responder, sabiendo que cualquier cosa que dijera sería en vano. Su madre nunca entendería las batallas internas que libraba, ni el peso de la confusión que sentía. Solo asintió levemente, dándose por vencida en esa conversación, y subió las escaleras hacia su habitación.

Mary cerró la puerta de su habitación de un portazo, el sonido resonando en la casa vacía, mientras sus manos temblorosas caían sobre su cama. Se dejó caer de rodillas, apoyando la frente en el colchón, sollozando suavemente. La pelea con su madre la había dejado completamente agotada.

ىعخستىخيىعخيلخعيلعخخيلعخبىتقتقDonde viven las historias. Descúbrelo ahora