Unos días habían pasado desde el incómodo encuentro en la biblioteca, y aunque Mary aún sentía un leve resentimiento hacia Archie, el ardor de la confrontación había disminuido. No podía negar que seguía dándole vueltas al asunto, pero ya no con la misma intensidad. Había algo en las palabras de Archie que había calado más hondo de lo que le gustaría admitir, aunque no se lo confesaría ni a sí misma.Esa mañana, Mary había decidido salir por su cuenta al centro de la ciudad. Necesitaba aire fresco y un respiro de todo lo que había estado sucediendo. Se había vestido elegantemente, aunque sin demasiada pomposidad, y llevaba su moño celeste habitual, que recogía su cabello rubio justo detrás de la cabeza. Mientras se dirigía hacia la puerta, con paso decidido, fue detenida por una de las mucamas de la casa.
—Señorita Mary, disculpe la interrupción —dijo la mucama con un tono respetuoso pero algo nervioso—. Su madre ha dado órdenes de que no salga hoy.
Mary frunció el ceño, claramente sorprendida y ligeramente molesta.
—¿Por qué? —preguntó, su tono bordeando la irritación.
—Hay una visita importante que vendrá esta tarde. Su madre insistió en que debe quedarse en casa para recibirlos —respondió la mucama, inclinando levemente la cabeza.
El resentimiento que Mary había estado sintiendo hacia Archie pareció trasladarse, en parte, a esta situación. Sus planes, por más sencillos que fueran, habían sido frustrados sin previo aviso. Inhaló profundamente, intentando no dejar que la frustración se apoderara de ella por completo.
—¿Sabes quién es la visita? —preguntó, cruzando los brazos y mirando fijamente a la mucama.
—Lo siento, señorita, no me dieron detalles —respondió la mujer, manteniéndose firme y educada—. Pero su madre fue muy clara en que debía quedarse en casa.
Mary apretó los labios, sopesando sus opciones. Salir de todos modos era tentador, pero sabía que desafiar a su madre podría traerle más problemas de los que estaba dispuesta a manejar ese día. Finalmente, con un suspiro resignado, asintió lentamente.
—Está bien, me quedaré —dijo, sin poder evitar que una pizca de desagrado se colara en su tono.
La mucama hizo una pequeña reverencia y se retiró, dejando a Mary sola frente a la puerta. Se quedó quieta por unos momentos, mirando hacia afuera, imaginando lo que podría haber sido su día en la ciudad. Resignada a quedarse en casa, Mary dio la vuelta con un suspiro, dejando que su mirada vagara por los grandes ventanales de la entrada. El día soleado que había imaginado disfrutar en la ciudad se esfumaba lentamente de su mente, reemplazado por una sensación de vacío y aburrimiento. Justo cuando estaba a punto de subir las escaleras hacia su habitación, escuchó un ruido proveniente del piso superior: pasos fuertes y rápidos, seguidos de un enérgico silbido.
Al levantar la vista, vio a su padrastro, un hombre de complexión robusta y con una eterna sonrisa dibujada en el rostro, descendiendo las escaleras con paso ligero. Como siempre, su actitud amistosa y despreocupada llenaba la casa de una energía que contrastaba fuertemente con la estricta solemnidad de su madre.
—¡Mary! —exclamó él, con una sonrisa aún más amplia al verla—. ¿Por qué esa cara larga? ¿Quién te ha robado la alegría hoy?
Su tono juguetón y su forma de moverse con tanta confianza siempre lograban sacar una sonrisa, aunque pequeña, en Mary.
—Quería salir —dijo ella, haciendo un leve puchero, pero manteniendo un tono suave—. Tenía planeado ir al centro, pero las mucamas me han dicho que mi madre quiere que me quede porque viene una visita.