Parte 15

4 4 0
                                    

CAPÍTULO 14

-¿En qué coño estabas pensando cuando me dijiste que viniera aquí a descansar y recuperar mi don, Tracy? – Le grito haciendo tantos aspavientos con mis manos y mis brazos que me falta la respiración. Ella mantiene la mirada gacha. – Por el amor de dios, en solo unas cuantas horas he estado a punto de morir congelada y devorada por una fiera. – Es cierto, no estoy mintiendo, aunque me duela la garganta de gritar y aunque decirlo en voz berrido no sirva para cambiarlo. - Cuando me dijiste que era un lugar hermoso cubierto por una capa de nieve que parecía chocolate blanco ¿Se te olvido decirme que había enormes y jodidos lobos en los alrededores de tu casa?

-Gery, lo siento, debí haberlo dicho pero me he criado entre lobos, para mí es algo normal.

-¡¿Qué?! – Pregunto elevando aún más la voz. – No, no vas a hacerme esto, no vas a hacerme pasar por loca, Tracy. Esos lobos no eran lobos normales, eran enormes, eran bestias y querían comerme – se me quiebra la voz. Mañana estaré afónica. No he gritado tanto en toda mi vida. – No me extraña que vinieras a Nueva York a trabajar conmigo. Un fantasma no tiene los putos dientes afilados de estos bicharracos horribles.

-¡Basta!

Genial, acaba de interrumpir mi desahogo Aiden. Ha entrado, ha dado un portazo y parece muy enfadado.

-Tracy, déjanos a solas – le dice a su hermana pero mirándome directamente a mí.

¿Qué pasa? ¿Qué viene de malas? Pues no sabe con quién se las está jugando.

Tracy aprovecha la oportunidad para escabullirse todo lo rápido que puede del salón donde estoy, por cierto aún con la camisola de suave algodón.

Escucho el sonido de la puerta al cerrarse.

Aiden y yo estamos solos.

Me mantiene la mirada furibunda y yo se la sostengo a él. Si se piensa que me va a intimidar con su pose enfadada lo lleva claro.

-En lo sucesivo, Geraldine Carrot, si digo que permanezcas en tu dormitorio, lo harás – me dice con la voz baja pero tan cargada de autoridad que puedo notar su ira por debajo de la vibración de sus palabras.

Me da igual.

Yo también estoy enfadada.

Mucho.

-En lo sucesivo, Aiden Wolf, me digas lo que me digas yo haré lo que a mí me dé la gana – ruge, lo juro, ha rugido, no un rugido bestial pero un rugidito de disgusto, como lo que hace un perro cuando le reprendes. Su desconcierto me empodera y digo sintiéndome victoriosa : - Si no hubiera bajado el lobo blanco estaría muerto.

Una sombra oscurece sus ojos azules.

-¿Y a ti qué te importa lo que le pase al lobo blanco? Geraldine, era una lucha entre dos bestias enormes y te pusiste en medio de ellas. ¿Es que no estimas en nada tu vida? – Si no fuera porque sé que solo es mi esposo por papeles diría que su enojo viene de la preocupación. – Llevas apenas un día aquí y ya te has puesto en peligro dos veces. Por el amor de dios – dice con un tono exasperado – si yo fuera Marcus no haría nada por eliminarte, tu solita vas derecha al peligro cada vez que me descuido.

Está gritando.

He conseguido hacer perder la paciencia al hombre más templado del mundo. Yo pensaba que sería al revés. Me hablaría en un tono tranquilo y yo me desesperaría. Pero no. Yo estoy tranquila y él está desorbitado mientras mueve sus manos grandes tratando de enfatizar sus argumentos.

Carraspeo.

-Oye, relájate, no soy una niña pequeña a la que tengas que cuidar, sé hacerlo yo sola.

-¿Qué sabes cuidarte sola? No tienes ni idea de lo que estás diciendo. No puedo pasarme la vida protegiéndote, Geraldine, me vas a obligar a tomar una decisión con la que siempre he estado en contra.

Un momento...

Estoy perdida...

Hace ya un buen rato que trato de interpretar sus palabras sin conseguirlo.

¿Qué quiere decir que lleva toda la vida protegiéndome? ¿Y qué decisión tiene que tomar? ¿Por qué tengo la desconcertante sensación de que estoy metida hasta el cuello en algo delo que no tengo ni idea?

-No entiendo una palabra de lo que me estás contando, Aiden Wolf, a mi no me ha protegido nadie jamás. No sabes quién soy, no tienes ni idea de lo que soy, nos hemos conocido hace unas horas. Quiero pensar que es tu enojo lo que te hace decir cosas sin coherencia, prefiero pensar eso que pensar que me he casado con un lunático. Si tanto malestar te produzco no te preocupes. Mañana mismo regreso a Nueva York.

Me encamino hacia la puerta y su brazo en mi cintura me detiene.

-Lo siento – dice y me pega a su cuerpo. – No me molestas y no quiero que te vayas - apoya su cabeza en mi hombro. –Siento haberte asustado, Geraldine, y siento decir cosas que tú no puedes llegar a comprender, pero debes creerme si te digo que solo lo hago porque... - se detiene y sus palabras quedan suspendidas en el aire como si fueran una burbuja de jabón.

Me giro hacia él.

Mi cuerpo solo envuelto con la camisola queda pegado al suyo. Mis pechos fríos encuentran alivio en su torso caliente. Sus manos en mi cintura hacen que olvida el frío que me recorre la espalda.

-¿Por qué? Dímelo, Aiden, dime porque dices que llevas protegiéndome toda la vida.

Se queda en silencio. Un silencio que empieza a derretir mis barreras. Tengo al tío más bueno de toda América cogiéndome de la cintura, hablándome entre susurros y , creo, que a punto de besarme, y yo en lugar de dejarme llevar le estoy pidiendo explicaciones.

-Sería tan bonito que te olvidaras de lo que he dicho y que desearas que hiciera lo que estoy pensando en hacer.

Trago saliva.

Una de sus manos ha subido hasta mi nuca.

-¿Qué estás pensando en hacer?

No me responde pero en su lugar pone su mano debajo de mi barbilla y la levanta de forma que mi boca queda a su disposición. La mira. Veo como mira mi boca, mis labios, veo como se regodea con la idea de besarlos. Me estoy quemando. Voy a entrar en combustión. Voy a derretirme. Siento que quiero que me bese, siento que el tiempo que está tardando en recorrer la distancia entre su boca y la mía es demasiado grande.

Sus labios juegan con los míos hasta conseguir abrirlos. No le cuesta mucho. Toda yo, toda entera estoy abierta. Su lengua captura la mía, la domina, la somete feliz a cada una de las vueltas que da dentro de mi boca. No puedo contener mis manos. Quiero tocar su rostro. Aiden no deja de besarme y yo pongo mis manos en sus mejillas. Son suaves a pesar de la fina capa de barba que empieza a cubrirlas. Lo oigo gemir en mi boca. Mi contacto le excita. Bajo mis manos del rostro masculino hasta llegar a sus hombros. Dios mío de mi vida...son los hombros más duros que he tocado en toda mi existencia. Y quiero seguir explorando. Estoy tan enardecida que deseo que sus manos inmóviles en mi cintura me recorran el cuerpo. Tengo la irremediable sensación de que no quiere tocarme. O mejor dicho, de que desea hacerlo pero se contiene. Y desearme, me desea. La dureza que siento dura y poderosa contra mi vientre no deja lugar a dudas. ¿Por qué demonios no me arranca la ropa y me devora? Una punzada de culpabilidad me recorre al reconocer mis propios deseos pero, al fin y al cabo, es mi esposo ¿verdad? Y si él por un estúpido pudor no lo hace, bien, yo tomaré las riendas.

En deuda con el AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora