La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)

Estrellas, novelas y toque de queda

Seraphina

El aire nocturno estaba fresco y ligero, envolviéndonos como una brisa suave mientras caminábamos juntos bajo las estrellas. Las luces y el bullicio de la fiesta se iban desvaneciendo detrás de nosotros, y con cada paso me sentía más libre, más en paz. Anthony, a mi lado, irradiaba una calidez que me reconfortaba, aunque mis pensamientos seguían envueltos en un torbellino de emociones. No podía dejar de pensar en lo ocurrido la última vez que estuvimos juntos, pero esta noche se sentía diferente... más tranquila.

-Sabes... -dije, rompiendo el silencio mientras nuestras pisadas resonaban suavemente sobre la hierba-. Hay algo que me encanta de la noche, de este tipo de noches. Es como si las estrellas nos observaran, testigos silenciosos de nuestras vidas, pero sin juzgarnos.

Anthony giró la cabeza hacia mí, sonriendo, su mirada suave y atenta.

-Siempre me han fascinado las estrellas -dijo-. A veces pienso que son como los personajes de una gran novela cósmica, cada una con su propia historia, observándonos desde lo lejos. ¿Alguna vez has sentido eso?

Sonreí bajo mi velo, aunque él no podía verlo. Anthony tenía una manera de hacer que las ideas más sencillas sonaran llenas de profundidad, como si el mundo fuera un libro esperando ser leído, explorado y comprendido.

-Creo que nunca lo había pensado de esa manera -respondí, disfrutando del juego de sus palabras-. Pero ahora que lo dices, tiene sentido. Tal vez cada estrella tiene su propio capítulo, y nosotros... somos solo pequeñas notas al pie de página.

Anthony rió, un sonido suave y agradable que resonó en la noche.

-Eso sería trágico, ¿no? -dijo-. Ser solo una nota al pie de algo mucho más grande, una historia que nunca llegaremos a leer del todo.

-O tal vez no lo sea -repliqué, inclinando la cabeza hacia el cielo-. Tal vez la belleza está en no saberlo todo, en ser parte de algo más grande que nosotros mismos. Como en los libros que amamos. No siempre necesitamos entender cada detalle para apreciarlos.

Caminamos un poco más en silencio, disfrutando de esa paz que compartíamos, mientras las estrellas brillaban con una luz plateada que parecía envolvernos. Me sorprendí a mí misma pensando en lo fácil que era estar con él, hablar con él. Siempre había algo que decir, pero también algo en el silencio que compartíamos, como si nuestras mentes estuvieran en sintonía.

-Hablando de libros -dije después de un momento-, ¿cuál es el último que has leído?

Anthony hizo una pausa, como si estuviera considerando la pregunta con seriedad, lo que me hizo sonreír.

-Estoy releyendo "Los ensayos" de Montaigne -respondió finalmente, y pude notar el brillo en sus ojos al mencionar el título-. Me gusta la forma en que escribe sobre la vida, sobre las contradicciones humanas. A veces es como si estuviera conversando directamente conmigo.

-Montaigne... -murmuré, pensativa-. Siempre he sentido que es como un amigo que te desafía a pensar por ti misma, a cuestionar lo que das por sentado. Aunque a veces es difícil seguirle el ritmo.

-Exactamente -contestó él, asintiendo-. Pero eso es lo que me gusta de él. Te obliga a enfrentarte a tus propias ideas, a reflexionar. No siempre es cómodo, pero es necesario.

-Me gusta cómo piensas, Anthony -le dije suavemente, sintiendo el calor de mi propio aprecio por él crecer en mi pecho-. Siempre tienes una manera de ver el mundo que me hace... reconsiderar mis propias ideas. Como si con solo unas palabras, pudieras iluminar algo que antes estaba en la sombra.

Él me miró con una sonrisa tímida, casi sorprendido por mis palabras.

-Gracias, Seraphina. Tú haces lo mismo conmigo. No sé si lo sabes, pero creo que tienes esa habilidad de hacer que lo más simple se sienta importante. Como si cada conversación contigo fuera una pequeña joya que quiero guardar.