Nathatiel y Kate se conocen

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Anthony

El salón principal estaba repleto de risas, murmullos y copas alzándose en brindis elegantes. La música flotaba en el aire con la suavidad de una caricia, y los Bridgerton, como siempre, se movían entre los invitados con la gracia de quienes habían nacido para este tipo de eventos. Cada gesto, cada sonrisa y cada conversación eran un reflejo de la naturalidad con la que llevaban el peso de su apellido.

Kate fue reclamada casi de inmediato por una de las damas con las que había entablado amistad desde nuestro matrimonio. Me lanzó una mirada antes de marcharse, su sonrisa dulce y segura, como si supiera que la velada transcurriría sin sobresaltos. Yo intenté devolvérsela con la misma ligereza, pero apenas pude sostenerla en mi rostro.

Porque en cuanto se alejó, mi mirada la encontró de nuevo.

Seraphina.

Estaba en el otro extremo del salón, de pie junto a Daphne y Simon. La postura de su cuerpo era relajada, elegante, sin esfuerzo alguno, pero sus dedos jugaban distraídamente con la tela de su vestido. Un gesto diminuto, imperceptible para la mayoría, pero no para mí. No para alguien que la había conocido mejor que a sí mismo.

No le gustaban las multitudes. Nunca le habían gustado. Y, sin embargo, allí estaba, manteniendo el tipo con la misma gracia con la que siempre lo había hecho.

Era extraño verla aquí, entre los Bridgerton, después de tanto tiempo. Más extraño aún ver cómo la gente la miraba. Ya no con la curiosidad morbosa de años atrás, cuando su cicatriz era el tema de susurros y murmullos. Tampoco con el desprecio velado que tantas veces vi reflejado en los ojos de su hermana. Ahora la miraban con respeto, con una suerte de admiración que no dejaba de sorprenderme. No como a una joven frágil con una historia a sus espaldas, sino como a una mujer. Una mujer casada. Una mujer que, a ojos de todos, había encontrado su lugar en el mundo.

Una punzada helada se deslizó por mi pecho.

Debería alegrarme por ella. Debería sentirme satisfecho al verla convertida en lo que siempre mereció ser. Pero lo único que podía sentir era el peso de lo que nunca había sido.

—No puedes apartar los ojos de ella.

La voz de Eloise llegó de pronto a mi lado, con esa mezcla de ironía y curiosidad que tan bien la definía. Se cruzó de brazos, con la expresión de quien disfruta demasiado viendo a su hermano perder el control.

Me obligué a no reaccionar, a mantener la compostura.

—No sé de qué hablas.

—Oh, claro que sí. —Sonrió con suficiencia, disfrutando el momento—. Pero haz el favor de disimular un poco más.

Chasqueé la lengua, lanzándole una mirada de advertencia.

—Deberías ocuparte de tus propios asuntos, Eloise.

—Y tú deberías ser más honesto contigo mismo.

No respondí. Porque no podía.

Porque en ese preciso instante, Seraphina giró la cabeza y sus ojos encontraron los míos.

El aire se volvió espeso de repente, y durante un segundo, todo lo que nos rodeaba pareció desvanecerse. La música, las conversaciones, incluso la luz de las lámparas parecía más tenue. Solo quedábamos ella y yo.

Eloise suspiró a mi lado con la exageración de quien presencia algo inevitable.

—Lo que daría por un poco de vino en este momento.

—Vete a buscarlo, hermana —murmuré sin apartar la vista de Seraphina.

Eloise rió suavemente, pero obedeció. Y entonces, ella empezó a moverse.

La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora