Tiempo

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Anthony 

—Las flores deben llegar antes del mediodía. No podemos permitir que el jardín luzca incompleto para la velada —dijo Kate con la serenidad de quien lleva semanas organizando el evento sin dejar un solo detalle al azar.

Mi esposa. Mi hermosa y brillante esposa.

La observé mientras daba órdenes a los sirvientes con su acostumbrada elegancia, los rizos oscuros cayendo sobre su espalda mientras sus manos se movían con determinación. Llevábamos casados poco más de un año, y aunque no podría decir que el amor nos golpeó como un rayo desde el primer momento, lo cierto es que nos entendíamos. Nos respetábamos. Y la quería; incluso compartíamos la clase de complicidad que solo dos almas afines pueden tener.

Se suponía que esto era suficiente. Se suponía que esto era la felicidad.

—Anthony, querido, ¿qué opinas? —La voz de mi madre, Violet, me devolvió a la realidad.

Parpadeé y me di cuenta de que todos los ojos en la habitación estaban puestos en mí.

—¿Disculpa?

—La lista de invitados —repitió mi madre con paciencia—. Creo que deberíamos invitar a los Bennet.

El corazón se me paró en el pecho.

Dos años.

Tres meses.

Seis días.

Lo sabía con una precisión ridícula, absurda, enfermiza. Sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde que la vi por última vez, desde que escuché su voz temblar de dolor en la penumbra de aquella noche en la que me despedí de ella para siempre. Desde que la vi casarse con otro hombre. Desde que la dejé ir.

—Bueno, y a Seraphina y a Nathaniel Knight, ¿no? —intervino Eloise, mirando a nuestra madre con una ceja arqueada.

No Bennet.

Seraphina Knight.

Mi madre asintió con aprobación.

—Por supuesto. No podemos dejarlos fuera.

—Necesito un momento.

Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas. Me levanté de mi asiento con torpeza, sintiendo la mirada de todos sobre mí.

—Anthony, ¿estás bien? —preguntó Kate, con una preocupación genuina en sus ojos oscuros.

No respondí. No podía.

Salí del salón con pasos rápidos, ignorando las voces tras de mí. Solo cuando estuve en la biblioteca, con la puerta cerrada y el silencio envolviéndome, me permití soltar el aire que había contenido en mis pulmones.

Apoyé las manos sobre la gran mesa de caoba y cerré los ojos con fuerza.

Había creído, ingenuamente, que el tiempo lo curaría todo. Que mi matrimonio con Kate, la estabilidad de mi nueva vida, el amor de mi esposa y la llegada de una familia propia serían suficientes para arrancarla de mi alma. Pero ahí estaba, con su simple mención destrozando cualquier ilusión de haber seguido adelante.

Recordaba cada momento con ella como si hubiese sucedido ayer. La risa despreocupada en el jardín de su casa, las noches de confesiones en los bailes, con el sonido de la música a lo lejos, los besos robados...y la despedida.

Porque creí que era lo correcto. Porque pensé que apartarme le permitiría encontrar la felicidad con alguien más. Porque no estaba listo para ofrecerle todo lo que ella merecía.

La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora