El ser humano es el único ente que posee un objeto y sujeto de amor. Solo las personas tienen la capacidad de amar, y solo las personas son dignas de ser amadas en plenitud, esto es resultado del carácter trascendental y espiritual de su alma humana. Somos una amalgama de cuerpo y alma, cuya principal característica es el amor, que nos da la capacidad de ascender a confines más altos. En la entrega al otro, en la presencia de la alteridad, es donde me descubro a mí mismo y descubro al otro.
Platón ya describía el amor como un camino para elevar el espíritu y alcanzar el mundo de las ideas, una vía alternativa al conocimiento que es más ardua para llegar a través de este. Nuestro cuerpo, imbuido de espiritualidad, requiere a su vez de ese amor, que llene todo ese ser que llevamos en nuestro interior, de ahí surge nuestra espiritualidad y nuestra dignidad ontológica. Cuidamos nuestros cuerpos, cuidamos nuestra interioridad y únicamente en la entrega en el amor verdadero somos capaces de donarnos para formar una sola carne, un solo ser.
En este mundo plagado de soledad, angustia, desastres y tragedias, cuánto nos beneficiaría impregnarlo de amor, de percibir al otro ya no como un extraño, sino como un prójimo. No existen diferencias, todos poseemos un alma espiritual con la que nacemos y que está incrustada en nuestro cuerpo, no hay más diferencias en esto.
Por lo tanto, me cuestiono, ¿por qué tanta maldad, por qué tanta guerra, por qué tanto odio, tanta injusticia? Si al final, todos tenemos los elementos para ser un poco más felices. Creo que no somos capaces de reconocer lo divino que hay en nosotros, nos quieren ver materializados, preocupados únicamente del consumo, de lo que sucederá mañana, de las redes sociales, de lo que dicta la moda, completamente vacíos por dentro y por fuera.
Nos quieren así para dominarnos, porque si nos liberamos y encontramos el amor, y en la caridad y la verdadera justicia con los hermanos, este mundo sería otro. Pero estas palabras son vacías, nadie las escucha, muchos pensadores las cuestionaron, las tildaron de ilusas, de no considerar la realidad tal cual es, en su crudeza.
No creo en estos pensadores, solo creo en aquellos que daban esperanza en el futuro, por eso quizás admiro a los pensadores clásicos, medievales y algunos modernos, porque su pensamiento traía una esperanza en el futuro que movía a la sociedad, reconocía la realidad trágica pero sí creían que podíamos ser mejores, no como lo vemos ahora.
Ahora bien, la dignidad intrínseca de la persona se erige como una categoría universal, inherente a la condición humana y a la esencia de todo lo existente. Por ello, nos referimos a ella como una dignidad ontológica, ya que brota directamente del ente que es la persona. Cada ser humano, por la mera circunstancia de ser, porta una dignidad propia, inalienable e inviolable, que exige ser respetada y reverenciada. Esta debería ser la actitud primordial entre los individuos.
Es imperativo comprender que las personas no pueden ser degradadas a la condición de meros instrumentos o medios para alcanzar fines. Los seres humanos, tal como Kant lo articulaba en su imperativo categórico, son fines en sí mismos. Al adherirnos a esta máxima, evitamos que la dignidad inherente a los derechos humanos se desvanezca en la trivialidad de meras palabras vacías.
Filósofos como Marx y Nietzsche despojan la noción de la dignidad humana de su status de fundamento, argumentando que no debe ser meramente respetada sino más bien construida. Sin embargo, nosotros sostenemos en las siguientes líneas, al igual que otros pensadores como Kant, que la dignidad humana es un valor intrínseco, absoluto; como tal, tenemos la obligación moral de protegerla. Muchos utilizan su libertad para transmutarse en entes indignos, poniendo en peligro su propia dignidad. Los reos se rebajan a sí mismos a través de las acciones detestables que ejecutan, y por ende son condenados y encarcelados.
Por consiguiente, la dignidad de los individuos es inviolable, es decir, no puede ser usurpada desde el exterior. Nadie tiene el poder de despojarme de mi dignidad, aunque sí puede privarme de la posibilidad de manifestarla externamente. Mi dignidad puede ser vulnerada por aquel que me difama, en la medida en que no la respeta, pero esto no implica que el difamador me despoje de mi dignidad, sino que él mismo pierde la suya en el proceso. Nadie pierde completamente su dignidad, es decir, nadie deja de ser persona, sin importar cuán crueles sean sus actos. No obstante, para una comprensión más profunda de esto, es necesario hablar de la libertad.
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Cuando sepas que existo
PoetryEscribir sobre el dolor es un acto de demostración de mi existencia. Aunque pueda parecer que no soy nadie, la intensidad abrumadora de la vida me impulsa a sentir que todo podría ser diferente. Somos un haz de luz, un proyecto de vida, un cúmulo br...