El café de los Recuerdos

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El aroma a café recién hecho y el sonido de las tazas chocando eran música para los oídos de Clara. Había pasado años desde que había visitado "La Esquina Dulce", la cafetería que solía ser su refugio en la adolescencia. Se sentó en una de las mesas de la esquina, cerca de la ventana, donde la luz del sol se filtraba entre las hojas de los árboles. Era un lugar lleno de recuerdos, de risas y secretos compartidos con su mejor amigo, Daniel.

Desde que se mudó a otra ciudad para seguir su carrera, Clara había dejado de visitar el lugar. Pero ese día, la nostalgia la había llevado de regreso. Mientras esperaba su café, sus pensamientos vagaron hacia los días en que ella y Daniel pasaban horas hablando de sus sueños y compartiendo sus miedos. Su amistad había sido intensa, pero el tiempo y la distancia habían hecho su trabajo, separándolos.

Cuando el sonido de la campanita sobre la puerta la sacó de sus pensamientos, Clara levantó la vista y vio a Daniel entrar. Su corazón dio un vuelco. Había cambiado, por supuesto: su cabello era un poco más corto y había una barba delgada que antes no tenía, pero su sonrisa seguía siendo la misma, cálida y familiar.

—¡Clara! —exclamó Daniel, acercándose con un brillo de alegría en sus ojos—. No puedo creer que estés aquí.

Ella se levantó y lo abrazó con fuerza, sintiendo la calidez de su presencia.

—Es bueno verte, Daniel. Ha pasado tanto tiempo.

Ambos se sentaron y comenzaron a hablar, como si el tiempo no hubiera pasado. Recordaron las largas horas que pasaron en la cafetería, hablando de sus sueños, de la vida y de los amores adolescentes que los habían marcado. Clara se rió al recordar cómo solían compartir un pastel de chocolate, a menudo discutiendo sobre quién había comido más de la última porción.

—Recuerdo que siempre decías que yo robaba más de la cuenta —bromeó Clara, sonriendo.

—Y tú siempre decías que tenías que mantenerte fuerte para tus sueños —respondió Daniel, riendo—. Nunca olvidaré esa vez que casi peleamos por el último trozo.

El ambiente se llenó de risas y anécdotas, y Clara sintió que los años de separación se desvanecían. Sin embargo, había algo en la forma en que Daniel la miraba que la hizo sentir diferente. Era como si, más allá de la amistad, se asomara otra conexión, algo que había estado latente durante mucho tiempo.

—¿Y qué has estado haciendo? —preguntó Clara, su curiosidad despertada.

—He estado trabajando en una startup de tecnología. No es lo que imaginaba en la escuela, pero me gusta —respondió Daniel, encogiéndose de hombros—. ¿Y tú? ¿Cómo va tu vida en la ciudad?

Clara le contó sobre su trabajo como diseñadora gráfica y cómo había estado explorando su pasión por el arte. Mientras hablaba, la emoción en su voz crecía. Sin embargo, no pudo evitar sentir un ligero nerviosismo ante la mirada atenta de Daniel. Era como si él estuviera observando cada matiz de su ser, y eso la hizo sentir vulnerable y expuesta.

—Me alegra que hayas encontrado algo que amas —dijo Daniel, con sinceridad—. Siempre supe que tenías un talento increíble.

Las palabras de él la hicieron sonrojar. Había algo reconfortante en su apoyo, pero también algo que la inquietaba. A medida que continuaban conversando, Clara notó que sus corazones parecían latir al mismo ritmo, como si estuvieran sincronizados de alguna manera.

La conversación cambió de rumbo cuando Daniel mencionó una exposición de arte que se llevaría a cabo en la ciudad el próximo mes.

—Deberías venir. Hay un artista que expone obras increíbles. Sé que te encantaría —sugirió, su entusiasmo palpable.

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