Cita a Ciegas

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María era una chica de veinticuatro años que se había acostumbrado a la rutina. Estudiaba para sus exámenes finales en la universidad y trabajaba a tiempo parcial en una cafetería. Su vida era cómoda, pero sentía que le faltaba algo. Sus mejores amigos, especialmente Paula, la instaban a salir más y explorar nuevas experiencias. Pero María era reacia. Hasta que un día, Paula decidió que era hora de actuar.

"¡Tienes que dejar de esconderte!", exclamó Paula una tarde mientras tomaban café. "Te he emparejado en una cita a ciegas. Es este sábado, y no tienes opción de negarte".

María se sintió abrumada. La idea de salir con un extraño le producía nerviosismo. "No sé, Paula. ¿Y si es raro? ¿Y si no tenemos nada de qué hablar?"

"¡Eso es parte de la diversión! Además, prometo que no será un desastre. Confía en mí", insistió Paula, con una sonrisa cómplice.

Sábado llegó más rápido de lo que María esperaba. Se miró en el espejo, sintiéndose un poco más nerviosa de lo habitual. Escogió un vestido sencillo pero elegante, y se peinó con esmero. Paula llegó a su casa, lista para acompañarla.

"Recuerda, solo es una cita. No tienes que casarte con él", le dijo Paula mientras caminaban hacia el café donde se encontrarían.

Al entrar al lugar, el ambiente estaba lleno de murmullos y risas. María buscó con la mirada a su cita. Un chico de cabello castaño y ojos oscuros la saludó con una sonrisa tímida. Se presentó como Javier.

"Hola, soy María. Encantada de conocerte", dijo ella, tratando de ocultar su nerviosismo.

La conversación comenzó de manera torpe. Javier parecía tan incómodo como ella, balbuceando respuestas cortas. María se sintió atrapada en una burbuja de silencio, interrumpida solo por el sonido de las tazas chocando y el murmullo del café.

Sin embargo, a medida que pasaban los minutos, algo comenzó a cambiar. María notó que Javier tenía una mirada sincera y una risa contagiosa. Aunque al principio parecía reservado, poco a poco se fue abriendo. Habló de su pasión por la fotografía y su amor por la naturaleza. Compartió anécdotas de sus viajes y de cómo siempre llevaba su cámara a todas partes.

"Hay algo especial en capturar momentos, ¿no crees?", dijo Javier, iluminando su rostro al recordar una de sus aventuras. "Una imagen puede contar una historia que las palabras no pueden".

María asintió, fascinada. "Siempre he querido aprender sobre fotografía, pero nunca he tenido tiempo", confesó. Javier la animó a intentarlo y propuso una idea. "¿Qué tal si un día salimos a fotografiar la ciudad? Hay tantos lugares increíbles que capturar".

La conexión comenzó a crecer. María se sintió menos nerviosa y más interesada en lo que Javier tenía que decir. Hablaban sobre sus sueños, sus miedos, y las pequeñas cosas que les apasionaban. La conversación fluyó como un río tranquilo, dejando atrás la incomodidad inicial.

Unas horas más tarde, cuando el sol comenzaba a caer, Javier sugirió salir a caminar. Decidieron explorar un parque cercano. Mientras caminaban, la química entre ellos se hacía más evidente. Se reían y compartían historias, como si fueran viejos amigos en lugar de dos desconocidos.

Al llegar a un pequeño lago en el parque, Javier sacó su cámara y comenzó a tomar fotos. María observaba cómo se movía, cómo capturaba la luz y las sombras. "Tienes un talento increíble", le dijo, admirada.

"Gracias", respondió Javier, sonrojándose un poco. "Pero la verdad es que estoy aprendiendo. Cada día es una nueva oportunidad para mejorar".

María sintió que, a medida que compartían esa tarde, había una conexión auténtica y profunda entre ellos. Se miraban a los ojos y sonreían, disfrutando del momento. De repente, María se dio cuenta de que no quería que la cita terminara. Javier se giró y, con un gesto despreocupado, le preguntó: "¿Te gustaría ir a cenar? Hay un restaurante italiano no muy lejos de aquí".

María no dudó. "Me encantaría".

La cena fue mágica. Se sentaron en una mesa al aire libre, rodeados de luces tenues y música suave. Hablaron sin parar, disfrutando de la comida y de la compañía del otro. María se dio cuenta de que no solo estaba conociendo a Javier, sino que estaba descubriendo partes de sí misma que había olvidado.

"Sabes", dijo Javier mientras cortaba su pasta, "esta ha sido una de las mejores citas a ciegas que he tenido".

María sonrió, sintiendo que compartía la misma opinión. "Sí, definitivamente no fue lo que esperaba".

A medida que la noche avanzaba, se dieron cuenta de que sus vidas eran más compatibles de lo que habían imaginado. Hablaban de películas, libros, y incluso de sus familias. La conexión se volvió más profunda, como si cada palabra construyera un puente entre ellos.

Finalmente, después de la cena, Javier se ofreció a llevar a María a casa. Durante el trayecto, la conversación continuó fluyendo, llena de risas y complicidad. Al llegar, se detuvieron frente a la puerta de su casa. Había un momento de tensión, un silencio cargado de posibilidades.

"Me lo pasé genial hoy", dijo Javier, mirándola a los ojos. "¿Te gustaría volver a salir? Podríamos hacer esa sesión de fotos".

María sintió que su corazón latía con fuerza. "Sí, me encantaría", respondió con una sonrisa.

Se despidieron con un abrazo, y María sintió que el mundo se iluminaba. Entró en casa, aún con la emoción burbujeante en su pecho. Esa cita a ciegas, que al principio le parecía un desafío, se había transformado en una conexión inesperada.

Los días pasaron y, efectivamente, comenzaron a salir juntos con regularidad. Cada cita traía nuevas risas, nuevas historias, y un creciente sentido de complicidad. María nunca imaginó que podría sentir una conexión tan genuina con alguien que había conocido por azar. A veces, la vida tenía formas extrañas de sorprenderte, y en este caso, un emparejamiento hecho por una amiga había dado lugar a algo maravilloso.

Con el tiempo, su relación floreció, y lo que comenzó como una cita incómoda se convirtió en una historia de amor que ni María ni Javier habrían podido prever. Y todo gracias a una amiga decidida a hacer que su vida fuera un poco más emocionante.

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